En el autobús del Soudal, la guarida de la manada de lobos, Mikel Landa extendía su nueva piel en el regazo. Atendía el ritual del costumbrismo de las carreras, colocar los imperdibles para sostener su primer dorsal de curso, el 4.

No es un asunto menor sujetar debidamente el dorsal, que sirve para reconocer a los ciclistas. Es un asunto identitario. Remco Evenepoel, su compañero, llevaba el 1 planchado a su espalda de músculos compactos.

Tuvo que engancharlo con saña porque a punto estuvo de arrancarlo cuando le dio por ser fiel a sí mismo y destrozarlo todo en un repecho. Se detonó Evenepoel y solo quedaron escombros, polvo y herrumbre tras su detonación.

En la tierra del fado, en Portugal, donde Landa y el belga levantaron la persiana a la nueva campaña, el muchacho que vino del futuro era un estruendo alejado de la pena y la melancolía que arrastra la música que rasga la garganta de Portugal.

Victoria 51ª del palmarés

Evenepoel, desatado, era un clamor. Un hombre contra el mundo. Derribó el solo de un estacazo a un pelotón entero para sumar su 51ª victoria. Un bala de cañón que nació del arsenal del Soudal, que preparó el terreno para disparar al fenómeno belga, capaz de destrozarlo todo.

Se autocoronó. Una estampa imperial. Napoleónico. Tal fue su poder sobre el resto. Irresistible. Inaccesible. Evenepoel es un ciclista monstruoso. Llegado desde el futuro, redacta el presente con soberbia.

El muchacho que dio una patada al fútbol tras ser capitán de la selección belga en categorías inferiores, es ahora un general de cinco estrellas. Agarró con fuerza el manillar de su destino. Lo estrujo. Zarandeado por la pechera. Lo suyo es el tremendismo. El destrozo. Un ciclista a dos tintas: blanco o negro. Sin matices.

Evenepoel, que sueña con coronarse en el Tour, alimenta su ambición, desmesurada. Se rompió la camisa, el maillot de campeón de Bélgica que le cubre, con el colorido propio de los superhéroes, en los días en los que se festeja la celebración pagana. Evenepoel se disfrazó de sí mismo. No se parece a nadie. Único.

Al desafío de Evenepoel, que se concentró en una crono entre cotas que se acodaban para mirar a la mar, el oleaje altivo y pendenciero del temporal de la mañana, trató de responder Isaac del Toro, un ciclista embravecido.

El mexicano, campeón del Tour del Porvernir, una apuesta de futuro, quiso sostener la mirada al trueno belga, un rayo que partía Figueira de Foz. Aplastada la revolución mexicana de Del Toro, Evenepoel era un estampida en un bello punto de fuga, maravilloso, lisérgico el mural de la naturaleza, de incontenible belleza.

El resto, a 1:48 del belga

El belga era puño que golpeaba el aire, que lo atravesaba, ovillada la postura. Es campeón del mundo de contrarreloj. Antes lo fue de ruta. El fenómeno belga, temperamental, intimidante, fue comiéndose la carretera a bocados. Masticaba el asfalto y escupía tiempo. Un temporal desatado. Rupturista. Un redoble victorioso en Figueira.

En la tierra del fado, la melancolía susurró en el corpus del grupo, conmovedor su esfuerzo en medio de la aflicción en busca de la nada. El festejo abrazaba al belga. Evenepoel es un carnaval.

Figueira Classic

Clasificación

1. Remco Evenepoel (Soudal) 4h42:26

2. Vito Braet (Intermarché) a 1:48

3. Simone Velasco (Astana) m.t.