Dicen algunos, incluso ante micrófonos de radio, que la victoria de Pogacar en el Giro ha sido sosa por su abrumadora superioridad. Como si el ciclismo fuera la F1, en la que el coche es más determinante que el piloto. O como si fuera el fútbol, en el que los cuatro o cinco clubes multimillonarios solo dejan las migajas para los demás.

No, esto es ciclismo, y Pogacar gana porque es el más fuerte. Y si lo hace con tanta facilidad es porque estamos asistiendo a las exhibiciones de un corredor que pasará a la historia del ciclismo, y quienes ahora son jóvenes recordarán de mayores haberlo visto en acción, dando espectáculos impresionantes. Sosas eran esas grandes vueltas en las que en las etapas de alta montaña solo había ataquitos en los últimos kilómetros, algo que Pogacar ni concibe, porque honra todas las carreras a las que acude con ese afán de galopar en solitario, de brillar, de ganar. Soso es que hoy ya no haya Giro.