“Si Mathieu va en la escapada, nosotros también estaremos ahí porque significa que la fuga llegará a meta”, pronosticó Harold Tejada en la salida. El colombiano leyó mejor que nadie en la bola de cristal el futuro que esperaba.

Acertó en lo de Van der Poel, nuevo líder por un solo segundo, a préstamo de Tadej Pogacar, pero olvidó la figura de Ben Healy, un irlandés temperamental y bravo, que arrancó sin miedo entre los odiosos ocho a 40 kilómetros de meta, después de despertar en fuga cuando aún restaban 178 kilómetros, para regalarse una victoria superlativa en Vire.

La logró en solitario, con tiempo para recrearse y disfrutar de un laurel estupendo, tejido con valor, inteligencia táctica y la fuerza desmesurada que crepita en los pioneros. Nada como las primeras veces.

Descomunal, intrépido, el irlandés descorchó su primera victoria en el Tour con una exhibición palpitante. El corazón en cada pedalada. Su bautismo en el Tour. A pecho descubierto. Supura carisma de proletario.

"Es increíble. Esto es por lo que he trabajado tanto, no solo este año, sino durante todo este tiempo. Sabía que era ahora o nunca. El terreno me favorecía y me sentía fuerte. He corrido con el corazón”, argumentó el irlandés.

Así se expresa Healy, siempre valiente. Corre sin guantes el irlandés, un tipo duro, que honra el ciclismo, a su esencia, e invita a coger la bici para adentrarse en una aventura sin pensarlo. Puro instinto.

Es el irlandés un boxeador que golpea a mano desnuda. Es el suyo un ciclismo de autor que le encola con el ciclismo de rompe y rasga, que le une a la cuneta, que le casa a la afición y a las correrías de las bicis de verano.

El irlandés es un Quijote alejado de los patrones y de la ortodoxia, del cálculo y la matemática. Healy, que gasta aspecto de trasnochador, el casco torcido y el andar no menos sinuoso, es tan exótico en el ciclismo del Excel que no parece ni ciclista. Lo es y de los grandes.

Tadej Pogaca, durante la etapa. Efe

El irlandés dispone de un motor enorme y, sobre todo, una actitud arrolladora. Obstinado y valiente, siempre dispuesto al levantamiento. Es un puño en alto. Rebelde con causa.

Es un loco maravilloso el irlandés, que exuda el carisma de la normalidad. Por eso muchos se ven reflejados en su comportamiento. Un tipo de la calle en la élite.

Healy es el símbolo de la lucha, de los sueños de los descamisados, que los persiguen como credo. Un poeta persiguiendo su musa. Un bohemio con aspecto de bardo, barba y melena, que conecta con el alma del ciclismo valeroso.

Fuga de enorme calidad

El irlandés, fuerte y tozudo, se destapó con su ciclismo romántico, lejos de la prosa, camino de Vire, en Normandía, entre una fuga repleta de tipos pendencieros que no pudieron derrotar el entusiasmo y la exuberancia del irlandés, que no miró atrás cuando se sacudió. A todos dejó en el retrovisor Healy.

Quinn Simmons y Michael Storer, firmaron la segunda y la tercera plaza, pero muy lejos de Healy. Eddie Dunbar, Will Barta, Simon Yates, Harold Tejada y Van der Poel, que recuperó el amarillo de milagro tras entrar en crisis. Cumplió el neerlandés el mandato expreso de Pogacar, que encabezó la llegada del pelotón para escenificar su mando. A su rueda, Vingegaard, Jorgenson y el resto.

Ajeno a esas cuitas de la alta burguesía y de la aristocracia, Healy se centró en lo suyo. Es un verso suelto el irlandés, una maravilla porque nunca racanea, generoso al extremo. Un buscavidas que no mendiga ni una ayuda.

Tiró como un poseso cuando estuvo acompañado y cuando era un lobo solitario que huía de las fauces de sus excompañeros, a los que tamizó. De dudosa estética su caminar, su belleza, insobornable, proviene del ideal que persigue.

No se oculta. Siempre se expone. En mi hambre mando yo. Un anarquista en el ciclismo del cálculo que se coronó con honores. Healy, Yates, Simmons, Dunbar, Barta, Tejada, Storer y Van der Poel compartieron escapada después de muchas idas y venidas.

Un escenario ideal para Pogacar, el líder todopoderoso que podía permitirse el lujo de alquilar la prenda más preciada de la Grande Boucle como esos ricos que disponen de varias casas y que dejan algunas en el mercado para satisfacer los deseos de los pobres durante un mes en verano para que se sientan pudientes mientras ellos engordan el bolsillo. Nada como saber manejar los resortes del deseo en una sociedad aspiracional.

Préstamo de Pogacar

Pogacar, patrón de la carrera, dejó que el neerlandés recogiera del tendal la prenda que el esloveno le había birlado en la crono. Mezclan estupendamente ambos, que se reconocen en el espejo de los camerinos de las estrellas.

Van der Poel, nuevo líder. Efe

Rivales en las grandes clásicas, la admiración entre ellos es mutua y a Pogacar le generaba sosiego prestar el maillot. Era una donación a un amigo que le iba liberar de esclavizar a su equipo.

Después de la crono advirtió que defender el liderato se podía hacer largo, así que como si se tratara del genio de la lámpara concedió el deseo al neerlandés, sabedor de que en las montañas, la propia ley de la gravedad le desvestirá. A Pogacar le interesaba más el tiempo en las alforjas que pasearse a hombros con el amarillo.

El Tour es redondo, una bola del mundo salvo para alguien que piense que la tierra es plana. Metido en la rueda de un reloj la víspera, donde todo giró en favor de Pogacar, de su mecanismo de precisión atómica, la carrera se desplegó con el tic del autoritarismo del esloveno en el tiovivo que buscaba Vire.

Restaba una vida y el líder negó a Jorgenson un movimiento en un trazado diseñado por la arquitectura de las clásicas.

Deshabilitado el norteamericano, creció la expedición, repleta de depredadores en un recorrido que era una clásica encubierta. Se amontonaba una melé de cotas, media docena de ellas dispersas en poco más de 200 kilómetros con el suficiente filo para morder las piernas.

Lo que no era tratado como una cota puntuable, era un repecho o una cuesta. Ausentes los metros llenos en territorio comanche de carreteras secundarias y vías estrechas. El Tour elevó la temperatura, próxima a los 30 grados, pero sin alcanzarlos. La canícula del julio francés aún concede cierto respiro. No lo dio el irlandés. Healy descorchó una utopía.