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Pogacar es el rey del mundo

El esloveno prodigioso se corona por segunda vez en el Mundial tras atacar a más de 100 kilómetros en otra exhibición de leyenda por delante de Evenepoel y Healy

Pogacar es el rey del mundoEfe

Si Dios montara en bicicleta elegiría ser Tadej Pogacar. Es el esloveno un fenómeno en sí mismo, quién sabe si un dios que se divierte dando pedales. El esloveno es todos los campeones en uno. Un ciclista capaz de poner el mundo a su pies cuando le apetece.

Son tantas las certezas y los axiomas que representa Pogacar, el campeón de esta era, la leyenda, el mito viviente, que con él solo hay espacio para las preguntas: ¿Qué es Pogacar? ¿Cuáles son sus límites? ¿Pertenece a este mundo?

Tadej Pogacar posa con el maillot de campeón del Mundial.

Agotados los adjetivos, las onomatopeyas, las hipérboles y la razón, el esloveno certificó su segunda corona Mundial consecutiva en Kigali con el mismo método que empleó en Zúrich.

¿Qué más da Europa que África? ¿Qué más da Suiza que Ruanda? El nexo de todo es Pogacar, el puente al más allá, campeón de todos los colores. Se pintó otro arcoíris. La suya es la anatomía de lo imposible.

En el primer Mundial en África, la historia recordará a Pogacar, un campeón superlativo, inimaginable, una bendita locura. Es el esloveno pura fantasía y ensoñación, una invitación a los sueños y a la imaginación. Dios hecho carne.

Tadej Pogacar, emocionado tras lograr el oro en Kigali, su segundo Mundial consecutivo tras el de Zúrich.

Heroico, ciclista alado, infatigable a pesar de rodar más de 100 kilómetros en fuga, Pogacar se subió al arcoíris de un salto. Otra vez en la gloria. Morador del cielo. Nada se le resiste al genio esloveno.

Desde ahí, desde las alturas, observó el esloveno a los seres humanos, insignificantes ellos, que se sacrifican para medirse a la deidad y tratar de igualarse en un imposible para ganarse su gracia y misericordia.

Mundial de ruta 


Clasificación

Oro. Tadej Pogacar (Eslovenia) 6h21:20

Plata. Remco Evenepoel (Bélgica) a 1:28

Bronce. Ben Healy (Irlanda) a 2:16

Remco Evenepoel, que le sometió en la crono, observó al omnipotente Pogacar con prismáticos. Terminó a 1:28 del esloveno.

El belga, que cruzó todos los estados de ánimo posibles, fue segundo, a un mundo del esloveno volador. La tercera plaza fue para el bravo irlandés Ben Healy, a 2:16, que descontó a Skjelmose.

Es Pogacar un gigante todopoderoso y despiadado que derriba cualquier tratado de lógica. Es un sinsentido. Un diablo. El ángel exterminador. Lucirá el arcoíris todo el año.

Solo una carrera sin la prenda para volver a recuperarla. Su demostración se estudiará en Área 51.

"Tenía a Juan e Isaac conmigo y esa fue la combinación perfecta. Parecía un sueño llegar lo más lejos posible los tres, pero Juan pronto tuvo problemas en el empedrado e Isaac tuvo problemas estomacales. Me sentí muy bien aunque tuve que ir solo a meta"

Tadej Pogacar . Ciclista del UAE

Su naturaleza secreta y las especulaciones a lo largo de los años han alimentado teorías conspirativas sobre su relación con extraterrestres y tecnología alienígena.

Pogacar, dominante

En un recorrido de aliento largo, 267,5 kilómetros y abrumador el desnivel, más de 5.400 metros, sobresalía Mont Kigali, la equis del lanzamiento al espacio que señaló Pogacar desde que supo de África, de Ruanda y de la montaña de Kigali, una lanzadera hacia otra dimensión, donde él solo habita. Fue un encuentro en la tercera fase.

Aceleró en las rampas de la montaña donde Bernard dejó el último aliento de la fuga antes de que lanzara llamas Pogacar, un dragón. El esloveno mostró la cresta, esa superioridad tan suya y a Evenepoel le agarró la asfixia. El belga penaba en la montaña.

Evenepoel, segundo tras Pogacar.

Juan Ayuso, orgulloso, el maillot abierto a dos aguas se colgó del espíritu rebelde para tachonarse a Pogacar. Se encoló como pudo. De la foresta, del grupo que padecía en las rampas de una montaña mágica, a la que veneras, brotó Del Toro.

Por un instante el Mundial era la sala de estar del UAE. Compañeros, pero con Ayuso de retirada. Caminaron juntos hasta que la realidad golpeó con fuerza en el muro de Kigali, lugar de peregrinación para la afición del Tour de Ruanda y que concentró el Mundial.

En ese ecosistema, Del Toro arremetió con furia después de cruzar unas palabras con Pogacar, su ídolo. Ayuso estalló por dentro. Imposible la embestida del mexicano para sus piernas.

Podio final, con Pogacar, campeón, Evenepoel, plata, y Healy, bronce.

Toro mecánico. Pogacar recompensó a Del Toro con unos kilómetros de propina hasta que la dureza del Mundial le tachó. Entre los adoquines, claudicó el joven.

El esloveno se quedó al frente. Plegando el futuro en presente. Un ser venido de no se sabe dónde. Rey de reyes. Por detrás, Ben Healy llamó a la rebelión mientras Evenepoel, ofuscado, cortocircuitó.

Enojado, fuera de foco, cambió de bici y echó a volar hasta posarse en el grupo que perseguía a Pogacar, que recobró el impulso en cuanto dejó a Del Toro.

Pogacar alcanzó la gloria con una ataque lisérgico a 104 kilómetros del todo. Ver para creer. Una crono para los anales del ciclismo.

"Tuve que luchar conmigo mismo y las subidas se hicieron cada vez más difíciles. Tenía dudas porque todavía había que pedalear en las bajadas. Mi energía fue bajando, pero tenía que seguir adelante y esperar lo mejor. Estoy feliz por haberlo conseguido"

Tadej Pogacar . Ciclista del UAE

Lo imposible y lo milagroso confluyen en el esloveno, que no pertenece a este planeta. Otra vez solo contra el Mundo. Como en Zúrich. Repitió lo nunca visto.

A Pogacar, festivo y valeroso, nada le asusta, todo lo puede, inaccesible. Corre contra la historia el esloveno. En realidad se mide a sí mismo porque nadie es capaz de sostenerla la mirada.

No hace distinciones el Mundial cuando pasa revista. Es desmemoriado e inmisericorde. Tampoco regala cumplidos, hay que arrancarlos de las entrañas, ocultado el arcoíris en lo más profundo, entre el territorio ignoto e inhóspito del alma.

Healy saluda el bronce.

Por eso, cuando Alaphilippe, siempre pizpireto, un punto histriónico, preso de su personaje y de los tics actorales, tuvo que abandonar, nadie se inmutó en Kigali.

El francés luce dos coronas, dos Mundiales condecoran su escarapela, pero aquello fue antes. Tiempo pretérito.

Alaphilippe revoloteó un instante antes de bajarse cuando el Mundial apenas había emprendido la larga marcha. La carrera despellejó también a Marc Soler e Ilan van Wilder, arrastrados por el suelo tras una caída.

El catalán resistió algunos kilómetros antes de claudicar y quitarse el dorsal. El mismo camino de pena tomó el belga, uno de los báculos de Evenepoel. Bronce en la crono, Van Wilder se despidió dolorido.

Fuga inicial

Para entonces el tablero se había agitado lo suficiente. Caídas unas piezas, emergieron otras. Se fijó el guion, presumible, que reverbera en el Mundial, la carrera de las carreras, la mejor clásica del mundo.

En la fuga de siempre se adentraron Raúl García Pierna (España), Bernand (Francia), Foldager (Dinamarca), Oliveira (Portugal), Huising (Países Bajos) y Mayrhofer (Alemania).

Peones de selecciones que debían alterar la calma y obligar a trabajar a Eslovenia, la muchachada del emperador Pogacar, y Bélgica, los costaleros de Evenepoel. La táctica era nítida. Eslovenia y Bélgica aceptaron el reto.

Conformaron una UTE, una Unión Temporal de Empresas, porque compartían objetivo, desenterrar el arcoíris y asomarse al medallero.

Pogacar, campeón en Zúrich el pasado curso después de una exhibición insólita, y Evenepoel, vencedor en Australia en 2022, corrían en paralelo en el entramado de Kigali, subyugados por la fiebre del oro.

Ambos compartían el bastón de mando en un recorrido de aliento largo, 267,5 kilómetros y abrumador el desnivel, más de 5.400 metros. El joystick que dirigía el Mundial, que lo controlaba.

Alrededor de ellos se situaban las otras alternativas, a modo de satélites. Ayuso, Carapaz, Healy, Skjelmose, Vine… observaban el paisaje, el pulso. La escapada tuvo la vida que quiso insuflarle el pelotón, el entente entre Eslovenia y Bélgica.

Ni muy lejos, para que no se animaran en exceso a un imposible, ni muy cerca, para que no se sumaran más dorsales a la esperanza.

En realidad, todo aquello no tenía sentido. Era paye del decorado. La alfombra por la que se pasearía el emperador. La esperanza vestía de verde. El color de Eslovenia. El maillot de Pogacar.

Lo anterior al esloveno solo sirvió de distracción hasta que el esloveno abrió fuego y ardió el Mundial a su paso. Nada quedó tras él, solo el humo y el recordatorio de que es inalcanzable. Si Dios montara en bicicleta... Pogacar es el rey del mundo.