El temblor que sacudió Iruña Oka el pasado lunes no dejó daños, pero sí datos históricos. Con una magnitud 4,0, es el sismo más intenso jamás registrado en la Comunidad Autónoma Vasca desde que existen datos históricos.

Aunque la cifra pueda impresionar, el geólogo Agustín Larrea recuerda que magnitud no es sinónimo de intensidad. Insiste en distinguir ambos conceptos: la magnitud “es la energía que libera un sismo” y la intensidad es “cuán fuerte se ha sentido el sismo y esto implica que se pueda determinar en los daños ocasionables”. En el reciente caso, la intensidad estimada entre 4 y 5 —escala que llega hasta 12— confirma un fenómeno moderado.

En Euskadi predominan las intensidades bajas hasta ahora y con el conocimiento de las condiciones geológicas del subsuelo tanto de Euskadi como de Navarra , Larrea apunta que es lo que se prevé que vaya a ocurrir en el futuro. Araba y Bizkaia son zonas con un riesgo sísmico bajo. Gipuzkoa en cambio, “la mitad occidental tiene un riesgo bajo y la mitad oriental de Gipuzkoa tiene un cierto valor algo más alto, pero sigue siendo bajo”, detalla Larrea.

La Comunidad Foral también se considera de riesgo relativamente bajo, aunque la franja norte concentra algo más de actividad debido a la proximidad de los Pirineos. Estas diferencias se explican por la dinámica de las placas tectónicas –euroasiática e Ibérica–. “Un sismo puede ocurrir en cualquier sitio, incluso con una intensidad y una magnitud mayor”, advierte Larrea, aunque recalca que las probabilidades aquí son reducidas.

Aunque aún sólo se manejan hipótesis, varios factores podrían explicar el epicentro de este sismo. Según Larrea: en la zona donde se ha producido “sí hay una serie de sistemas de fallas, incluso hay una zona en la que está la roca con unos plegamientos en forma de anticlinales y sinclinales, y esa es la hipótesis que en principio más plausible podría ser”.

Y hay otro elemento que el geólogo considera relevante: la presencia de materiales diapíricos. Estos son más antiguos que los que están en la zona de Iruña Oka, por lo que están más abajo. Sin embargo, al tener menos densidad tienden a subir. Algo que ve como posibilidad debido a que ese ascenso se está produciendo, ya que es “un fenómeno natural absolutamente lento” y “hay indicios de que en las proximidades haya ese tipo de fenómeno”. Larrea recuerda ejemplos cercanos, como el de Orduña, cuando el material emergió, formando una especie de “aro de rocas duras”.

¿Se repetirá? 

Si. A la pregunta que muchos se han hecho estos días, Larrea responde con claridad: no existe riesgo cero, pero tampoco indicios de incremento. Recuerda que los registros se remontan sólo hasta el año 1800: es posible que antes ocurrieran eventos similares o incluso mayores sin que quedasen documentados.

Un sismo como el ocurrido, no debería generar daños relevantes: “Los daños han sido nulos. Puede haber alguna fisura en edificios de adobe o ladrillo, pero en general no afecta a estructuras modernas”. De hecho, puntualiza que la normativa de construcción considera estas condiciones en zonas con riesgo ligeramente superior –zona oriental de Gipuzkoa o norte de Navarra–, para ejecutar obras y proyectos. Los japoneses tienen perfectamente estudiada la “norma sismo resistente”, diseñando infraestructuras sujeto a ella. Como explica Larrea, aunque se registren terremotos de magnitud 7,6 no haya prácticamente daños.

En cuanto a la evolución futura de la sismicidad, Larrea asegura que “el riesgo sísmico no va ni a aumentar ni a descender. Lo esperable es que ocurra lo que ha ocurrido en estos 200 años que tenemos registros y es lo que está ocurriendo”. A escala geológica, los movimientos de la Tierra se producen en millones de años, con aceleraciones y deceleraciones naturales, pero no existe ningún factor que indique un aumento en la frecuencia.

Cambio climático

Larrea aclara que el cambio climático está generando que “zonas antes menos vulnerables ahora sean más vulnerables”: la sequía debilita las laderas o con la deforestación se pierde esa masa arbórea. Para comprender este hecho, Larrea lo asemeja a cuando una tormenta de agua arrasa y genera un desplazamiento: “Un sismo hace lo mismo. Un sismo remueve el terreno, con lo cual, si antes estaba de alguna manera sujeta con el árbol o la vegetación, pues ahora ocurre que no tiene esa defensa”.

Los terremotos suelen seguir su curso natural, aunque a veces se registren pequeños temblores continuos. Esto ocurre, en las Islas Canarias con “enjambres sísmicos, que provocaron la erupción del volcán, aunque sea un fenómeno puntual.

La intervención humana en el terreno puede generar debates sobre su influencia en la sismicidad. Larrea apunta que algunas construcciones, como embalses, podrían afectar localmente: “Eso genera mayor sismicidad en esa zona donde se crea esa presa” y “esa presión también podría llegar a afectar a la sismicidad”.

Sin embargo, aclara que los expertos discrepan. El geólogo señala que la corteza terrestre es muy profunda, mientras que los embalses tienen solo decenas de metros de altura. “Yo soy casi más partidario de los que no”, reconoce, aunque advierte que la falta de datos previos o vigilancia hace difícil asegurarlo. Por eso, se instalan instrumentos de medición antes de obras importantes. “Si vas al médico, te va a mirar. Si no vas al médico, parece que no tienes nada. O igual si tenías”, compara Larrea.

La gestión del riesgo sísmico en la CAV y Navarra combina conocimiento, prevención y educación. Larrea lo resume: “Simple y llanamente dos anotaciones, curiosidad y tranquilidad. Las cosas básicas son conocimiento, lo tenemos. Prevención, lo tenemos también”. La información y la planificación están disponibles: se cuenta con planes de emergencia que identifican fallas, zonas de riesgo y los sismos que pueden producirse. 

También se detallan elementos susceptibles a daños, como embalses o protocolos ante intensidades de 6. El Gobierno vasco cuenta con alrededor de 15 sismógrafos, que registran las ondas del temblor —primarias y secundarias, las más dañinas— y mediante “una especie de plumilla que dibuja unas rayitas que según hasta dónde llega, nos mide la intensidad y la magnitud”.

Más allá, Larrea insiste en la importancia de la educación –como aprender a protegerse– “hasta cierto punto también”. Él ha vivido dos terremotos en Eibar y Granada: “el ruido que provoca un terremoto es muy impresionante. Y la sensación es un poco rara, es un susto que no te lo quita nadie, pero no deja de ser nada más que un susto”. Larrea subraya que, en realidad, “un terremoto no mata, lo que mata es lo que está construido arriba (edificaciones, presas, carreteras...) o abajo (túneles, metros...)”, recordando la importancia de combinar educación, planificación y estructuras seguras para minimizar riesgos. 

Las fallas que estructuran el subsuelo vasco-navarro

Para entender la sismicidad de la CAV y Navarra hay que mirar a las fallas, fracturas de la corteza donde los materiales se desplazan y acumulan tensión. No siempre son líneas finas ni cortes limpios. Como explica el geólogo Agustín Larrea, “si miramos un plano geológico, vamos a ver un montón de rayas. Algunas son activas y están moviéndose, y otras están más o menos quietas”. Y añade que una falla no es un corte perfecto: “es como cuando partes una galleta: no te sale un corte exacto, sino una zona rota”.

En Euskadi destacan varias grandes estructuras. La Falla de Bilbao, que atraviesa la ría y se prolonga hasta Alsasua, marca un importante límite tectónico. La Falla de Pamplona, que va de Estella a Elizondo, es una de las más activas de la región. También son relevantes la Falla de Luhoso, la Falla de Aritxulegi, el Cabalgamiento de Roncesvalles y la Falla de Leiza, que se prolonga hacia la costa y conecta con la tectónica del Golfo de Bizkaia. 

Larrea recuerda que existen zonas especialmente condicionadas por estas fracturas. En Gipuzkoa cita un caso claro: “El río Oria es una especie de fractura grande que va desde San Sebastián hasta Ordizia, más o menos. Esa zona tiene una probabilidad de que ocurran cosas con las propias características geológicas”. Ese corredor conecta, además, con la franja más activa del norte de Navarra y el área oriental guipuzcoana.

En Navarra, la Falla de Pamplona vuelve a ser protagonista como gran límite entre la Depresión del Ebro y las unidades del norte, lo que explica parte de la sismicidad de la comunidad. También es clave la Falla de Lizarraga, que separa sistemas hidrogeológicos como Urbasa y Andía y está vinculada al modelado kárstico de cuevas y dolinas. En el extremo nororiental, Larrea apunta a un mosaico complejo: “Peñas de Haya, por ejemplo, toda la zona de los Pirineos, ahí hay una serie de fallas”. Conocer estas fallas no significa que el riesgo aumente, sino que permite interpretar mejor los temblores que pueden ocurrir en un territorio geológicamente vivo, pero en general estable.