El cantante torero: Sintiéndolo mucho

Dirección y guión: Fernando León de Aranoa. Intérpretes: Documental con intervenciones de Joaquín Sabina, Fernando León de Aranoa, Leiva, Antonio García de Diego y Pancho Varona. País: España. 2022. Duración: 120 minutos.

Lo primero en aparecer en Sintiéndolo mucho, es el humo. ¿Sagrado? Por el humo se sabe dónde está el incendio, en el humo habita el misterio y vendedores de humo proliferan en este mundo de fake news y famosos por un día. Así que la pregunta inmediata que apremia al comienzo de Sintiéndolo mucho interpela por la naturaleza de esa fumarada y cuestiona lo que su titulo preludia: ¿quién lo siente, por qué lo siente y hasta qué punto llega ese “mucho”?

Una cosa está garantizada. Esa sensación y esa humareda no responden al fruto de un día. Fernando León de Aranoa ha tenido durante diez años la llave de las habitaciones de Joaquín Sabina y Sabina lleva medio siglo con la guitarra en las manos. Aranoa se ha pegado a la piel de Joaquín y, más desde el silencio que desde el verbo, trata de desentrañar el magnetismo de ese enigma llamado Sabina. Un Sabina que lleva medio siglo fumando y bebiendo con urgencia bíblica y con la insensatez de un eterno adolescente desorientado que juega a ser malote cuando apenas alcanza la condición de pícaro.

En Sintiéndolo mucho hay dos maneras extremas de acercarse al documental; desde el arrebato del fan o desde la suspicacia del detractor. Si el espectador se sitúa en uno de esos dos extremos, le sobra toda valoración a lo que Aranoa ha hecho. Solo sin fervor ni animadversión ante el fenómeno Sabina podrá paladearse con cierta templanza el trabajo de León de Aranoa.

Un repaso a vuelapluma a su imaginario de ficción arroja un dato incuestionable, a León de Aranoa le gusta retratar canallitas, tipos de colmillo afilado y remilgos cortos. De ahí su fidelidad a los personajes que emanan de Javier Bardem, un actor al que los Coen supieron darle un rol extremo en No es país para viejos.

Viejo está Sabina, sin duda; su DNI no miente. Viejo y cansado pero ni retirado, ni derrotado. La salud se le escapa por los descosidos de la vida pero le mantiene en pie algo parecido a la “vergüenza torera” y su instinto de “animal público”. Aranoa resume en dos horas lo que ha recopilado en diez años. En sus imágenes, salpicadas por canciones que interpreta siempre en ensayos, durante las grabaciones o en borracheras con amigos y desconocidos, el legado musical de Sabina emite destellos intermitentes de su historia y avisa de que a Aranoa le interesa hurgar más en el hombre que en el cantante-mito.

El documental, para quien lo hace, es ese género en el que se sabe dónde y cómo se empieza pero que, si se practica libre de ataduras y prejuicios, nunca se puede precisar cómo terminará todo ello. Cuando Aranoa se embarcó con Sabina rumbo hacia ese deseo de desnudar al cantante para encontrarse con el hombre que le da sustento, las cosas eran distintas para ambos. Se dice que en la ficción, los directores-autores terminan por enseñar su propia piel, sus propios demonios. Aranoa, cuya presencia en el documental da noticia de que ha decidido hacer de este documento algo muy personal, evidencia aquí, más que nunca, su libro de estilo.

En Sintiéndolo mucho Sabina no para de hablar mientras que Aranoa es quien se muestra desnudo. Hay dos momentos cruciales en el filme. Uno es el abismo de El ciudadano ilustre, donde se cuenta el regreso de Sabina a su Baeza natal. En ese fragmento Aranoa se sumerge en la maldición del profeta desterrado. El otro tiene que ver con la aparición de José Tomás. Una esfinge, un arcano. Su presencia le permite a Aranoa una burda metáfora que parece unir el destino de Sabina al de José Tomás. Pero sin embargo, la imagen del torero hace temer “sintiéndolo mucho”, que Aranoa, como el buen profesional que es, intuye y sabe que quien reclama la cámara es el diestro, no el trovador. El trovador se autodefine cuando cuenta un significativo hacer: “Cuando voy a Uruguay les felicito porque allí nació Gardel. Cuando voy a Argentina, allí les digo lo mismo”. Ahí se inscribe la filosofía de aguardiente del cantantetorero. Un hombre leve con voz de gigante cazallero.

Rapsodia china: Cliff Walkers

Dirección: Zhang Yimou. Guión: Yongxian Quan, Zhang Yimou y Yiran Pan. Intérpretes: Zhang Yi, Zhang Hanyu, Amanda Qin, Zhu Yawen, Yu Hewei, Li Naiwen y Yu Ailei. País: China. 2021.

: 120 minutos.

Zhang Yimou levanta la bandera del cine chino desde hace cuatro décadas. Hemos visto transformarse al país mas poderoso del mundo y Zhang Yimou permanecía fiel a sí mismo. Lo ha tenido todo y se le ha despojado de casi todo. Eso incluye las bendiciones y descalificaciones de la crítica y de los festivales. A Yimou nada le tuerce el gesto. Impone coreografías imposibles en producciones de lujo o se embarca en aventuras intimistas con la misma actitud. Yimou ha visto y sufrido los vaivenes del tobogán oscuro de la política china. Sufrió las últimas dentelladas de la revolución cultural y fue el maestro de ceremonias de la apertura de los juegos olímpicos chinos. Parece razonable afirmar tanto que Zhang Yimou nunca creyó en Mao, como que siempre ha admirado a Chaplin. El buen conocedor del hacer del autor de Sorgo rojo sabe que, explícita o implícitamente, el espíritu de Chaplin recorre y empapa buena parte de sus relatos.

El que aquí nos trae se ubica en los prolegómenos de la segunda guerra mundial, en el tiempo donde la demencia imperialista del sector más reaccionario japonés devoraba a los países vecinos. Corea y China supieron del horror del nazismo nipón, también lo sufrieron los propios japoneses. De hecho, en ese tiempo se cultivó el estigma de la crueldad oriental, superada de un manotazo con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki.

Cliff Walkers responde a un modelo de cine de folletín, aventuras de espías y dobles juegos envenenados. Comienza con una bella imagen, cuatro paracaídas blancos sobre un bosque nevado. Descienden dos parejas de agentes chinos entrenados por la URSS para cumplir una complicada misión. Un puro macguffin pretextual; sacar de China al único compatriota superviviente de un campo de exterminio japonés. Al estilo del Verhoeven de El libro negro, es decir, con el ritmo de las novelas de finales del XIX y con la electricidad a color del cine de aventuras de los años 30, Cliff Walkers desarrolla una trama de traiciones y torturas, de sufrimientos y heroicidades. Un homenaje a los héroes que se dejaron la vida en un tiempo oscuro del aque en Occidente no se supo y que en Oriente, tal vez, han olvidado.

Victimario: Armageddon Time

Dirección y guión: James Gray. Intérpretes: Michael Banks Repeta, Anne Hathaway, Jeremy Strong, Anthony Hopkins, Jaylin Webb y Ryan Sell. País: EEUU. 2022. Duración: 114 minutos.

A James Gray no se le suele citar entre los grandes cineastas norteamericanos de nuestro tiempo pero, cuando se quieran explorar las claves de nuestro tiempo, su cine se revisitará en el futuro probablemente más que el de otros que hoy reciben premios, agasajos y laureles. Así suele ser y Gray, un director que ha tocado muchos palos, un narrador obsesionado con la relación paterno-filial, la fragilidad de ley, el veneno del desamor, la incertidumbre de identidad, el peso del judaísmo y la insatisfacción de la venganza y la sangre, afronta en Armageddon time su filme más autobiográfico. Ubicado en ese tiempo donde la infancia se escapa del radar familiar y todo da paso a un autodescubrimiento solemne que se descubre a golpe de desatino, Gray y Armageddon time hablan de la evanescencia del azar, de esa encrucijada donde el fin puede llegar de imprevisto.

Todas y todos sabemos que en nuestra existencia, un leve gesto, un retraso, un encuentro, podría haber cambiado drásticamente nuestro devenir. El de Gray, el de su juventud en el tiempo en el que los EEUU entregaba a un secundario del western el encargo de presidir el país con látigo conservador y gesto reaccionario, se dibuja con pulso sereno y gesto tenso.

Gray habla de su juventud pero resulta inevitable ver que lo hace para explicar este presente. Un presente que en el filme evoca el miedo atávico de su abuela a los nazis ucra(nia)nos; la seguridad fundamentalista del padre de Donald Trump y la certeza de que en la sociedad nadie tira con las mismos dados. 

En su juventud Gray, hijo de familia de clase media, de origen judío y de actitud liberal, se cruzó con un compañero de origen afroamericano. El joven Gray, hondamente encarnado por Michael Banks, podía permitirse pagar a su amigo las excursiones escolares que su abuela no podía darle y podía compartir ilusiones. Sin estridencias ni subrayados, sin altisonancias ni prestidigitaciones, Gray habla de sus recuerdos, convoca a su pasado y alumbra este presente para ratificar que el reparto de papeles resulta injusto y que las diferencias de clases son demoledoras. Pera concluir que –Gray pertenece al universo norteamericano–, se puede no creer en los sueños pero siempre hay que creer en uno mismo.