En la historia del recientemente demolido Colegio de Lekaroz figura, con letras de oro, su benefactora Doña María Dionisia de Vives y Zires, duquesa de Pastrana (1823-1892). El padre Eulogio Zudaire, en su meritoria obra Nuestra Señora del Buen Consejo 1888-1988, pone de relieve la generosidad de dicha dama, quien, a solicitud del Padre Llevaneras (el fundador) envió, durante la construcción del colegio 125.000 pesetas de la época (en poder adquisitivo, aproximadamente 300 millones de los recientes) y la promesa de "un regalito" para la inauguración.

El padre Eulogio lo concreta: "Fue la araña central (de calamina) fabricada en Lyon, gemela de la de Chamartín, Iglesia S.I., únicas a la sazón en toda España. Se colgó el día de la fiesta, a las tres de la mañana y antes de la misa de pontifical, el autor de los "datos históricos (se refiere al padre limosnero Fray Bernardo de Zugarramurdi, que dejó constancia escrita de las donaciones al colegio) encendió, con algodón pólvora, sus noventa y dos bujías de estearina. Según el mismo declarante, también se estrenó en aquella solemnidad litúrgica el valioso tisú de oro, regalo de la Duquesa de Pastrana".

A continuación nos habla del reloj de la torre, actualmente desmontado y custodiado por el Gobierno de Navarra para salvarlo de la vergonzosa rapiña que ha presidido los últimos años de abandono, en que se ha arramblado hasta el último clavo del histórico centro de educación y saber. Tras decirnos que por características y fabricante (L. D. Odobey Cadet, de Morez) es similar al de la iglesia de Elizondo y detallar la factura (1.671 francos, con el 5% de descuento) reproduce una inscripción existente en el friso: MARIA DIONISIA / IN HONOREM B. MARIE VIRGINIS DE BONO CONSILIO... Año 1895. Siendo María Dionisia el nombre propio de la duquesa, puede deducirse que fue, también, regalo de la misma. Y todo ello poniendo como única condición que en el retablo figurase el santo de su devoción: San Dionisio de Areopagita.

Pero en tan importante inventario de donaciones de la egregia dama falta uno adicional del que he tenido información por mi sobrino, Alberto Fernández D"Arlas y de la Peña, quien, tras aparcar su título en Derecho para doctorarse en Bellas Artes, sabe unir a sus relevantes trabajos de investigación una permanente actitud de vigilancia y denuncia frente a toda posible fuga o merma de nuestro Patrimonio Histórico.

Este regalo adicional de doña Dionisia consistió en un magnífico retrato de George Washington, realizado por uno de los más prestigiosos pintores americanos, C. W. Peale, fechado en 1779, con la notable dimensión de 2,438 por 1,562 metros, representando, de cuerpo entero y a tamaño natural, al primer presidente de los Estados Unidos (EE.UU.) y que lleva por título: "George Washington en Princeton".

Historia del cuadro En 1779, en plena Guerra de la Independencia de EE.UU. (1775-1783), el Consejo Ejecutivo de la Corte de Pensilvania tomó el acuerdo de encargar un cuadro que representara, de cuerpo entero, a George Washington, por entonces comandante en jefe de la Armada Continental. Fue encargado al mejor retratista americano de la época, Charles Wilson Peale (1741-1827) quien lo realizó en 1779 con éxito tal que le fueron encargados siete más con destino a varias instituciones, y que Peale pintó entre 1779 y 1781.

Algunos de ellos fueron destinados a embajadas sitas en países que colaboraron con los colonos ingleses para conseguir su independencia y uno de ellos, precisamente el original y primero, vino al nuestro. Estando todavía en guerra, Washington nombró embajador en España a uno de sus más destacados hombres de estado, William Carmichael (1739-1795) y, una vez finalizada, en 1792, le dio poderes plenipotenciarios para obtener un tratado con nuestro país.

Marcados los límites de los nuevos EE.UU., España seguía manteniendo el dominio de la orilla oeste del Mississipi, arteria esencial para la conquista del Oeste, y era preciso el consenso y protección de nuestro reino a la navegación americana por dicha vía fluvial. Carmichael consiguió el acuerdo, falleciendo poco después en Madrid el 9 de febrero de 1795.

En aquellos tiempos, uno de los hombres de Estado más influyentes en la Corte era el XIII Duque del Infantado y IX de Pastrana, coleccionista de pintura y, sea como obsequio por sus buenos oficios o sea por compra, el cuadro pasó a formar parte de su valiosísima pinacoteca. Dicha pinacoteca llegó, por herencia, a Manuel Toledo Lasparre, XII Duque de Pastrana (1805-1886) quien casó con la benefactora del Colegio de Lekaroz.

Este matrimonio, sin descendencia y sumamente religioso, decidió entregar su inmenso patrimonio (24 millones de pesetas de la época, cerca de 60.000 millones de los recientes, y una gran colección de pintura) a causas benéficas ayudando a varios conventos e iglesias y especialmente a la creación de centros de enseñanza religiosa. Fue así que, en 1885, un año antes de fallecer el duque, donaron fincas y medios para la construcción del Colegio Jesuita de Chamartín y Capuchinos de Lekaroz sendos cuadros de la colección, entregando a Chamartín El Jardín del Amor, de Rubens, y al Padre Llevaneras el de George Washington en Princeton, de Peale.

Venta y desenlace A principios del s. XX, España, que en la guerra napoleónica vio desaparecer tantas de sus obras de arte, seguía siendo víctima de un expolio de otro signo. Los EE.UU. de América, ricos en renta pero no en arte, movilizaron a sus marchantes para adquirir patrimonio artístico que nutriera sus museos y diera lustre a sus suntuosas mansiones. Ejemplo bien conocido es el del magnate de la prensa William Hearst (el que inspiró a Orson Welles su Ciudadano Kane), quien, tras perjudicar a España azuzando la guerra de Cuba, se dedicó a rastrear los bienes históricos privatizados por la Desamortización, llevándose, piedra a piedra, monumentos tan relevantes como el monasterio de Santa María de Óvila en Guadalajara o el claustro de Sacramenia en Segovia.

Uno de los marchantes especializados en este rastreo para adquisiciones de ventaja, explotando necesidades e ignorancias ante la pasividad de los gobiernos, fue la casa P. W. French & Co. de Nueva York, la cual siguiendo la pista del cuadro por su indudable valor artístico e histórico para los EE.UU. se dirigió al Colegio de Lekaroz y lo compró a principios de la década del 1900. No consta el precio pero, a tenor de los que practicaron en la península para otras obras de arte y mediando la dudosa reputación de la firma (fue juzgada en 1922 por un gran fraude en su propio país) estimamos que no correspondería al valor imputable por sus características.

P. W. French & Co., en 1919, vendió el cuadro al banquero americano Insley Blair, en cuya familia ha permanecido hasta enero de 2006 en que, junto a otros bienes patrimoniales, lo han sacado a subasta a través de la firma Christie"s en Nueva York. La valoración estimada, en salida, fue ¡entre 10 y 15 millones de dólares! Y aquel "regalito" de la Duquesa de Pastrana al Colegio de Lekaroz, batiendo todos los récords para un cuadro de origen americano, fue adjudicado al comerciante en arte C. L. Pickett, el sábado 21 de enero de 2006 por 21,3 millones de dólares, es decir 17,3 millones de euros o, en el próximo pasado: ¡¡¡2.872 millones de pesetas!!!.

Y ha querido el destino, la Providencia o quizás la misma duquesa de Pastrana, que la venta del cuadro se realice justamente el mismo año 2006, en que el Colegio al que ella ayudó, desprovisto de todos los regalos que ella le ofreció y en estado de ruinoso abandono, se haya vendido al Gobierno de Navarra, junto a las 14 hectáreas de su entorno, por 3,23 millones de euros, es decir 536 millones de pesetas, o lo que es lo mismo por menos del 20% del valor de aquella pintura que ella donó para adorno del ejemplar centro. Como si doña Dionisia, defraudada, quisiera evidenciar a la Orden Capuchina la mala administración y falta de correspondencia al cariño que ella depositó en aquel magnifico proyecto.

A nadie se le escapa que el cuadro de Peale, aunque de indudable calidad, no habría alcanzado tan astronómica cifra si no llevara implícito el valor añadido del sentimiento histórico... Y ese mismo sentimiento histórico debiera de haber presidido las decisiones de los actuales regidores capuchinos antes de desguarnecer al viejo edificio de todo el contenido que lo cimentó culturalmente. Sin él, el conjunto lecarocista quedaba reducido a unas viejas paredes condenadas al derribo y así ha sido para tristeza de todos los que lo conocieron, del Valle de Baztan y de los actuales ex alumnos, representantes de los miles de estudiantes que, con su matriculación, formaron parte del Colegio a lo largo del siglo.

El Cristo de Alonso Cano, la estatua del P. Llevaneras por el ex colegial Jorge Oteiza, la celda-museo del P. Donostia, con sus partituras, el violín y el piano en los que componía, la magnífica biblioteca, la mesa en que Mendizábal firmo la Desamortización, aquel innovador Museo de Ciencias Naturales, el órgano Cavaille Coll-Muti donado por los padres de Aita Donostia, las cuidadas instalaciones, vanguardistas para un colegio fundado en el s. XIX,... la iglesia con la lámpara de la duquesa y aquel retablo presidido, a su petición, por San Dionisio de Areopagita... tantas cosas que salieron del lugar para el que fueron donadas, verdadera sustancia cultural del conjunto y que podrían haber sido la base para el mantenimiento del edificio que se complementaria con los fines adicionales que hoy se programan para nuevas edificaciones.

Es muy probable que aquel George Washington regalado por la duquesa saliera del colegio para ayudar al fin de su construcción pero la reciente salida del inventario expuesto es claro que ha ayudado a su destrucción. Hoy nos tenemos que consolar con la atención del Gobierno de Navarra al mantener, como testimonio para el futuro, la silueta de la iglesia, la entrañable Gruta y la decisión de dedicar el solar a nobles fines.