ESCRIBE en francés, piensa en árabe y siente como libanés. Cuando a Maalouf se le pregunta si se siente más libanés o más francés él responde que por igual. Y no lo dice por diplomacia: "Lo que me hace ser yo mismo y no otro es que estoy a caballo entre dos países, entre dos o tres lenguas, entre varias tradiciones culturales. Esa es mi identidad".
Se le ha concedido el Premio Príncipe de Asturias porque el jurado de este prestigioso Premio ha visto en la novelística y en los ensayos de este escritor y pensador bilingüe la plasmación más perfecta de dos valores culturales: la tolerancia y la reconciliación. Escribió en 1998, cuando ya había dado las mejores muestras de su talento de novelista con obras como León el Africano (Samarkanda); La roca de Tanios, galardonada con el Goncourt; Las escalas de Levante, un ensayo de título inquietantes; Identidades asesinas, una denuncia apasionada de la locura que incita a los hombres a matarse entré sí en el nombre de una etnia, lengua o religión. A muchos de sus lectores y admiradores no les gustó la tesis por reconocerse, tal vez, retratados en esa denuncia. Maalouf en ese libro intenta comprender por qué en la historia humana la afirmación de uno ha significado la negación del otro. Pero al mismo tiempo rechaza la aceptación resignada y fatalista de tal hecho. El mensaje de este hombre a caballo de dos civilizaciones, de dos identidades, es tan altruista o tan solidariamente humano que afirma convencido: "No puedo evitar, yo que reivindico con voz bien alta todas mis diversas pertenencias, soñar con un día en el que la región que me vio nacer siga ese mismo camino, dejando atrás el tiempo de las tribus, el tiempo de las guerras santas, el tiempo de las identidades asesinas, para construir algo en común; sueño con el día en que podré llamar "patria" a todo el Oriente Próximo, igual que llamo así a Líbano, a Francia y a Europa, y "compatriotas" a todos sus hijos, musulmanes, judíos y cristianos de todas las denominaciones y de todos los orígenes".
Díganme si esta declaración no pertenece al meollo del evangelio, a la llamada más profunda de lo que nos une y no nos diferencia a los humanos, al ser como identidad y como necesidad vital. Este luminoso escritor, luminoso por haber nacido junto al Mediterráneo tiene en su mente y en su corazón un sueño como el músico Daniel Barenboim: "Habría que hacer lo posible para que nadie se sintiera excluido de la civilización común que está naciendo, para que todos pudieran hallar en ella su lengua de identidad y algunos símbolos de su cultura propia, para que todos pudieran identificarse también en ella, aunque sea un poco, con lo que ve surgir en el mundo que lo rodea en vez de buscar refugio en un pasado idealizado". Este lenguaje y esta manera de pensar es compartido por escritores judíos tan destacados como Amos Oz (Premio, a su vez, Príncipe de Asturias) y David Grossman, ambos en sintonía con el novelista libanés.
Una de las frases afortunadas de Amin Maalouf en su genial novela León el Africano es ésta: "Soy hijo del camino, caravana es mi patria y mi vida la más inesperada travesía", frase que suele citar con frecuencia el cura Lezama, otro gran admirador del novelista libanés. Este señalado nómada, este otro trasplantado o aculturizado, residente en París, no oculta sus denominaciones de origen y lleva en su corazón "los pasos invisibles de Tanios" y como él puede preguntarse: "¿cuántos hombres se han marchado del pueblo desde entonces? ¿Por las mismas razones? Por el mismo impulso, más bien, por el mismo arrebato. Mi montaña es así. Apego a la tierra y aspiración de abandonarla. Lugar de refugio y lugar de paso. Tierra de leche y miel y tierra de sangre. Ni Paraíso ni infierno. Purgatorio".
La prosa de Maalouf no destila amargura, sino poesía, es como una canción marina o como una narración de aventuras amorosas. O tal vez como un encuentro entre personas conocidas, entre buscadores de lo más auténtico y más preciado para seguir viviendo: el entendimiento, a pesar de las diferencia, el valor de lo humano a pesar de la piel y de la lengua, de las culturas que nos son para enfrentarnos sino para complementarnos y que nos ayudan a aceptarnos. Son estas facetas o singularidades caracteriológicas las que Amin Maalouf comprendido y ha aceptado a través de todos sus libros y todas sus conferencias y encuentros. Ha sido y es el gran comunicador de la riqueza cultural en forma de trasvase, de diálogo animado por las coincidencias, de apertura al otro sin marcar deferencias que lleven al enfrentamiento. La humanidad, a pesar de sus diferencias, es para él como un solo hombre en la multitud. Viene del Mediterráneo, espacio abierto a culturas como la romana, la griega y la musulmana, posible sueño de futuras alianzas.