"Tenemos un problema muy serio de gente mediocre, tanto en la política como en las empresas"
Maruja Torres puso ayer el broche de oro a las actividades con motivo del 25º aniversario de la Biblioteca de Mujeres de IPES con un encuentro en el que, con la soltura que le caracteriza y como mejor sabe hacer según ella misma dice, "improvisando", habló de literatura, periodismo y política
pamplona. Dice que en el mundo de la política "hay dos cosas que no se toman en serio: una es la cultura y la otra son las mujeres". A Maruja Torres, a quien le inquieta la situación de la izquierda "porque es la que me defrauda y de la que siempre espero más", le preocupa el rumbo que han tomado hoy los medios de comunicación, de los que afirma que "empezaron a perder su razón de ser desde el momento en que quisieron convertirse en negocios multiusos".
Desde que empezó hasta hoy, el periodismo ha cambiado mucho... ¿Cómo lo ve en este momento?
Soy muy crítica con la forma en que las empresas hacen periodismo ahora. Las cosas están muy mal en este momento: la precariedad, la crisis como excusa... Yo creo que lo único que contratan ahora es gente que está motivada para motivar a los otros para que se vayan o bien para que se queden por muy poco dinero, y eso sí, lo hagan con gran motivación. La palabra motivación ahora se lleva mucho, y una de las peores cosas que pueden preceder a un despido es que te digan eso de te veo muy poco motivado con nuestro proyecto. Entonces uno dice: hombre, es que vuestro proyecto es despedir, es reducir páginas, es seguir haciendo un diario digital con dos personas de turno... Y a lo mejor no me puedo motivar, mira tú.En mi época era diferente, yo tuve la suerte de nacer a la vida cuando este país nacía a la democracia, de ser joven cuando los jóvenes empezaban a tomar la palabra, y ser mujer cuando el feminismo no era algo de lo que avergonzarse. Y el periodismo fue una de las cosas que se abrieron entonces en este país. Había ilusión, y no parábamos de investigar porque había tanta mierda escondida... Y ahora sigue habiéndola, lo que pasa es que ya no te dan una semana para investigarlo, tienes que hacerlo para el mismo día y deprisa y corriendo, y sin estímulo. Esa es la diferencia.
¿Cree que la literatura aprovecha lo suficiente esa capacidad de decir verdad y de profundizar en las cosas, algo que no tiene el periodismo?
No estoy muy al loro de si se aprovecha. Ahora mismo estoy escribiendo y cuando lo hago intento leer muy poca literatura para no contagiarme, no vaya a ser que se me cuele algo de lo que acabo de leer, la mente es muy traidora. En cualquier caso, la labor de la literatura es ser buena, no quedarse en panfletos. También creo que hay géneros más adecuados que otros para estos momentos que vivimos. Y el que mejor se presta para reflejar la sociedad es el thriller. Está demostrado que la novela negra funciona porque puede ser novela de denuncia sin dejar por ello de entretener. Y me imagino que los autores de este género, que hay muchísimos y muy buenos en España, están aprovechando esa capacidad.
¿Ve solución a esta crisis de valores en la que nos hemos estancado?
Es cierto que nos hemos estancado... Tenemos un problema muy serio de gente mediocre en la política, en la dirección de empresas, es una mala racha en todo. Los más tontos del lugar están cogiendo las responsabilidades. Yo confío más en la gente más joven. Con la parte de esa generación que ahora está por los cuarenta y tantos y que se dedica a organizar la vida de los otros, no me trato. A cenar a mi casa no van.
¿Cómo ve lo que está pasando en el Sáhara y con los periodistas?
Tengo la impresión de que Rubalcaba ha empezado con muy mal pie, porque necesitaba actuar como vicepresidente y yo creo que ha actuado como si fuera el Ministro del Interior para el asunto del Sáhara. Noto una mano muy policial ahí, una actuación muy soterrada. Sobre lo que ha pasado en El Aaiún estoy muy confusa, porque como no ha habido periodistas... Y los que han ido han hablado más de sí mismos... El apagón informativo es tal que no me puedo creer nada. Yo lo único que sé es que los saharauis no tienen su tierra, que el campamento se arrasó.
Ha vivido varios años en Beirut, ¿qué le aporta Oriente?
(Ríe). Cariño, me aporta que cada vez que vuelvo digo: qué país, qué suerte tenemos. Quiero decir que hay dos formas de afrontar la diversidad, y no tienen por qué ser excluyentes. Yo por una parte veo cosas que aquí hemos perdido y que me gustan, y por otra parte veo cosas que allí no han perdido y que nosotros ya hemos perdido afortunadamente. Y por desgracia, cuanto más voy, más cosas de las que nosotros perdimos tienen. Nosotros retrocedemos de una forma, pero ellos están retrocediendo de otra mucho más peligrosa. Porque aquí viene el Papa y te dice lo que te dice, pero yo saco una columna el día antes en la que hablo de condones manifiestamente y no pasa nada. El día en que esto en el mundo musulmán lo puedan hacer ellos mismos, eso será un avance; que puedan defender a sus mujeres de las lapidaciones... en fin. Entonces lo que me aporta Oriente es que me abre la cabeza. Me la ventila, precisamente porque veo de ellos lo que me gusta y también lo que no me gusta. Y cuando aquí se ponen histéricos creyendo que todos son terroristas, tú sabes que no, porque conoces a Mahmoud, conoces a Tarik, y sabes que son personas que sufren tanto como tú por culpa del terrorismo.
¿Qué cosas que se conservan allá no deberíamos perder nunca?
Pequeñas ternuras, pequeños aprovechamientos del tiempo.
El conversar...
Claro, eso es cultura, conversar. Y la mirada. Sentarse en un sitio y mirar. Pasarte con un café tres horas mirando. Porque no es forzoso irte al Starbucks a ponerte compulsivo con la agenda electrónica, puedes sentarte en una terraza o en una vidriera y fijarte en los demás...
Y al contrario, ¿qué no le gusta de la sociedad del Líbano?
La situación de la mujer. Y que de pronto ves cosas que te recuerdan a la España de 1950, hipocresía, comportamientos atávicos y patriarcales con la excusa de la religión... Y una cosa que me preocupa mucho y que creo que es un motivo de atraso, es la falta de individualismo. En el sentido de que la familia allí es muy importante, arropa pero al mismo tiempo agarrota. Y eso no es bueno, porque les convierte en súbditos. Son muy respetuosos y obedientes y hacen lo que tienen que hacer: se tienen que prometer a los veinte años con quien sea y casarse, hacer dos hijos enseguida, y todo eso hace que no les dé tiempo a sublevarse para nada. Se sublevan muy poco, y cuando lo hacen es con un golpe de genio que no conduce a ningún sitio. Yo es que soy antifamilia. Bueno, soy muy de familias elegidas. Lo bueno es cuando tú reeliges a tu propia familia porque es la que más te gusta.
Según ha dicho en alguna ocasión, le gustan los hombres débiles y las mujeres fuertes...
Es una forma de decir que los hombres fuertes y que van de fuertes no me gustan. Es que para empezar, las mujeres son muy fuertes y los hombres son débiles, o sea que es mucho mejor que me atenga a la realidad y los prefiera así. Nosotras lo sabemos, las mujeres tenemos el secreto de la debilidad de los hombres. Y es posible que detrás esté una madre demasiado dominante, no digo que no sea culpa nuestra en parte. Pero las cosas más duraderas de mi vida siempre las he hecho con mujeres, y las cosas más fugaces las han protagonizado hombres. No son tan necesarios en mi vida, quizá porque no tuve un padre que se quedara en casa.
Ha comentado que está escribiendo un nuevo libro. ¿Es ese que anunció el año pasado y del que dijo que tiene que ver con los periodistas?
No, he llegado a la conclusión de que ya está bien de hablar del periodismo, conviene más actuar, ejercerlo. Ahora me voy a dedicar a la ficción más que nunca porque la necesito más que nunca. Me he dicho: las maldades las voy a hacer en ficción. Si te lo montas bien, en las novelas puedes decir lo que quieras, puedes incluso matar, y no te mandan a la cárcel porque matas en papel.
¿No puede adelantar nada del contenido de ese libro?
Soy una tumba. No quiero dar ideas, que hay mucha copiona y mucho copión por ahí (ríe).
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