Autor: Álvaro Cubillo de Aragón. Compañía: Teatro del Velador. Director: Juan Dolores Caballero. Intérpretes: Azahara Montero, Eva Rubio, Juan Luis Corrientes, José Machado, Alfonso Naranjez, Abel Mora, Alex Peña. Lugar y fecha: Escenario de La Cava (Olite), 19/07/11. Público: rozando el lleno.
EL Teatro del Velador nos visitó hace un par de años con Las gracias mohosas, un trabajo con el que dejó claro su gusto por lo raro. Raro en primer lugar en el sentido de desconocido, puesto que de la autora de aquella obra, Feliciana Enríquez de Guzmán, se conserva un único texto, y poco, más bien nada, se sabe de su biografía. Algo más se conoce del autor que ahora traen a Olite, Álvaro Cubillo de Aragón, pero, con todo, oculto entre tantos lopes, calderones y demás galácticos de la escena clásica, su nombre poco nos dice a los no especialistas.
Pues eso, que a los del Velador les parece bien rescatar joyas ocultas de autores, como hemos dicho, raros. Pero su gusto por lo raro va más allá, y tomémoslo ahora en el sentido de grotesco, extravagante o monstruoso. Las gracias mohosas eran un catálogo de personajes sobrecargados de taras, deformes, casi monstruosos. El efecto cómico que tenía oírles declamar la cuidada versificación barroca era cuando menos inusual. Las gracias mohosas resultó una obra magnífica, aunque reconozco que, cogido por la sorpresa, me costó un tanto entrar. El efecto sorpresa se ha diluido en la presentación de El invisible del baúl, la nueva incursión en el clásico de la compañía andaluza, coproducida por el Festival de Olite, al alimón con los de Almagro y Almería: conocemos ya ese estilo que la compañía denomina de forma bastante explícita como teatro bruto. Pero el resultado cómico no ha hecho sino mejorar.
Aunque lo del teatro bruto haga pensar en la bufonada farsesca, lo cierto es que, sin dejar de haber algo de eso, en las funciones del Teatro del Velador todo está bien medido y sujeto. Más incluso en El invisible príncipe del baúl que en la obra precedente, donde la línea argumental era tan fina que apenas servía para hilvanar las intervenciones. Aquí sí que nos encontramos con una obra más al uso, con su conflicto entre personajes y su enredo. Y tanto uno como otro, conflicto y enredo, tienen cierto interés: el primero porque la porfía entre dos hermanos, el primogénito y el segundón, enamorados de la misma dama, sirve a la compañía para hacer burla de la estupidez y del engreimiento de los poderosos. Y en cuanto al enredo, porque el detonante de la trama, la estafa urdida en torno a una pluma que supuestamente volvería invisible a quien la llevara en su sombrero, da pie a momentos muy divertidos.
Momentos que la buena dirección de Juan Dolores Caballero y la interpretación de sus actores se encargan de subrayar a conciencia. No se ahorra ni un solo recurso: muecas, deformidades, caídas, y hasta alguna morcilla soltada así, como quien no quiere la cosa. Es el terreno de la caricatura, y, sin embargo, si se mira atentamente, todo está bien medido, sin crear barullo; las cosas suceden en el momento justo y cualquier vuelta de tuerca cómica se realiza para exprimir el humor del texto y de los personajes, no para desnaturalizarlos. Así, estirando hasta el límite del desgarro los rasgos de los participantes en la comedia, cada intervención se convierte en una garantía de risa. Mi favorito: tal vez el gitano Julio (Juan Luis Corrientes), al que le hacen moverse siempre como si estuviera en un tablao flamenco. Se saca partido incluso de una criada gibosa cuya sola función es meter y sacar los trastos del decorado: su presencia es tan divertida que justifica estar ahí aunque no diga ni Pamplona en toda la función. Pero podría mencionarse a cualquiera: por ejemplo, al pelota Pero Grullo encarnado por Juan Luis Corrientes, con una estética y una ética que daría por pensar que el Marlo de La Hora Chanante se ha colado en un texto clásico. Y, por supuesto, a la pareja protagonista: el César de Abel Mora, tal vez el personaje más serio, pero cuya gravedad no termina de sobrevivir al ligero acento nasal con el que le caracterizan; y el fatuo Príncipe (Alex Peña), al que se satiriza con un amaneramiento a lo Jesús Mariñas. Todo exagerado hasta el límite, pero sin caer nunca en la vulgaridad, hasta formar un entretenimiento divertido e inteligente.