nACIÓ en Pamplona, "como todos los navarros", dice, pero vive a caballo entre la capital y Mélida. No le gusta que le encasillen -ni se puede- bajo ningún movimiento pictórico; no sigue modas y sus cuadros son resultado de lo que le "dicta el corazón en cada momento". Con más de 2.000 seguidores en Facebook, a Gloria Ferrer le gustan los paisajes con figuras, los rostros que narran historias, el rojo...

La pintora pamplonesa presentó el pasado viernes 83 trabajos realizados a lo largo de sus más de 50 años de actividad artística, bajo el título El encanto de la figuración, que se podrá disfrutar hasta el próximo 13 de diciembre en el Pabellón de Mixtos de la Ciudadela. La muestra, que supone un homenaje a toda su trayectoria artística, podrá visitarse de lunes a sábado de 18.30 a 21 horas y domingos y festivos de 12 a 14 horas.

Allá por 1960, cuando todavía era estudiante de Bellas Artes y despegaba su carrera, Ferrer consiguió el segundo premio del certamen de pintura Pamplona-Baiona y, en 1961, lo ganó con el cuadro Bodegón de luces, obra que la autora donó al Ayuntamiento de Pamplona a principios de los años 80.

Los cuadros expuestos en la Ciudadela son, en su mayoría, de formato medio y pequeño, salvo alguno que se presenta en gran tamaño. La técnica fundamental es el óleo sobre lienzo, aunque también hay acuarelas. La muestra abarca tanto paisajes como retratos, bodegones o motivos de naturaleza. La técnica cambia de un cuadro a otro, si bien todos ellos muestran una unidad, reflejada sobre todo en el tratamiento de la figura.

El color predomina en el pincel de Ferrer: algunos relacionan su obra con el estilo impresionista y ven reminiscencias de Monet; otros la comparan con los fauvistas en general y con Degas, Nonell, Goya o Velázquez. La mayoría opina como Jorge de Navascués, de las RA de Bellas Artes de San Fernando, "Gloria no encaja, Gloria es ella misma. Ha tenido maestros, pero se ha independizado de ellos"; o Michel Menéndez, director de la Galería de Arte San Antón: "Gloria es Gloria, única, nunca te deja indiferente".

Hermana de la periodista navarra Blanca Ferrer, Gloria lo tiene claro: "Mis padres tuvieron vista con nosotras. Nos dieron lo mejor: la llave del granero con el que ganarnos la vida de modo honrado y poder ser independientes".

Ferrer ingresó en Bellas Artes con Sacristán y el navarro Javier Ciga, del que fue su última alumna. Luego, comenzó a estudiar en la Real Academia de San Fernando en Madrid y culminó en Sant Jordi de Barcelona, escuela más colorista, donde trabajó con pintores como Santasusana y Sanvisens. A lo largo de su carrera, ha expuesto tanto a nivel nacional como internacional.

Pero mucho antes de recibir clases de arte, Ferrer ya mostraba desparpajo: "Empecé a dibujar antes que a escribir: me expresaba con dibujitos. De más mayores, cuando mi hermana estaba en Madrid y yo en Barcelona, nos mandábamos cartas, ella con los sobres en verso y yo, dibujados. El cartero se volvía loco", recuerda con cariño la pintora.

una obra libre Cuando habla, Gloria se muestra segura, independiente y, sobre todo, honrada consigo misma. No sigue modas ni tendencias, no busca pintar para vender, ni piensa en el público cuando se sitúa ante el lienzo en blanco: "Yo no soy de nadie", sentencia, serena.

Después de haberse preparado duramente y de haber adquirido la técnica, Ferrer tiene la libertad de hacer lo que quiere: "Hago lo que siento. Si vendo o no, si gusto o no, yo soy yo", explica la navarra.

Teniendo como ídolos a Goya, Rembrandt, Sorolla, Ciga y otros, a Ferrer lo que más le gusta hacer es la figura, y no concibe un paisaje sin que haya alguien disfrutando de él. "Cada cuadro es una historia. También me gustan las personas mayores, que transmiten con su rostro toda una vida. Por otro lado, hay cosas que me gustan tanto que soy incapaz de pintar: por ejemplo, las barracas", confiesa Ferrer.

A lo que sí suele decir 'no' es a los retratos: "Puedo pintarte si quieres, pero con la condición de que, si no estas de acuerdo con mi visión, me lo quedo yo, y punto".

La artista, que se lanza a trabajar con el pincel, obviando el dibujo, se define un poco barroca: "Meto una persona en el cuadro, luego dos, tres, cuatro... al final, me falta lienzo".

En un mundo de hombres, a Ferrer no le ha quedado otra que luchar. En sus cuadros tan sólo firma con el apellido y hay quien, en las exposiciones, se le acerca preguntando por "el pintor". Al parecer, la fuerza de sus obras no se corresponde con lo que esperan de una mujer, pero ella es firme: "La pintura no es ni de hombres ni de mujeres. Es de sentimientos, y el sentimiento lo tiene igual un hombre que una mujer. A la hora de pintar, no me siento ni hombre ni mujer: pinto, y ya está".

Poco amiga de hacer diferenciaciones, rechaza ir a exposiciones sólo de mujeres. "Vivo al día, que es lo mejor, y a mi aire. Tengo mis amistades en el mundo del arte, pero no formo grupos con nadie".