Directo, cercano y con una nueva sonoridad, "más afilada" y consecuencia de la participación de un guitarrista nuevo. Así suena el vigésimo disco de Ruper Ordorika, un Hodeien azpian (Elkar) grabado de nuevo en Nueva York, "en cinta, como en los años 60", y en el que el músico euskaldun, autor de las músicas y letras de las once canciones, busca "construir el eco que envuelve el mundo". Un mundo que, desde una mirada alta, desde las nubes, está en plena mutación en el caso de Euskal Herria. "Se ha acabado una época y aunque falta tiempo para analizar las cosas, la ilusión no termina", espeta el compositor. La gira arranca mañana de forma casi extra oficial en el gaztetxe de Mirafuentes/Iturriaga.

El de Oñati ofrece en su nuevo álbum otra ración de música natural y fluida, repleta de poesía cercana y metáforas relacionadas con la naturaleza, y siempre a caballo entre la sonoridad del folk, el rock y algo de blues y fusión, en Hodeien azpian, disco que llega dos años después de Haizea garizumakoa. "Rulamos mucho con ese disco en directo y aunque no está entre mis habilidades componer al mismo tiempo, me llegó una buena pelota y salieron muchas canciones en 2010. Y decidí hacer un disco", explica Ruper.

Grabación y sonoridad

El proceso de composición y grabación no resultó diferente al habitual. Primero, llegó "mucho trabajo en solitario", puesto en común posteriormente con el exmugalari y amigo Alberto de la Casa. El siguiente paso fue volver a Nueva York, a Brooklyn, "un barrio donde viví y que conozco bien", para repetir grabación. Allí, durante dos semanas de duro trabajo y descansos nocturnos entre garitos y la casa hotel de Andy Tomassi, técnico en la grabación, se registró el álbum. "Se tocó en directo, bajo, batería y yo mismo, para buscar la máxima libertad, la intención del ritmo y el primer aliento. Luego se añadió la guitarra y lo hicimos en cinta, en 16 pistas, como antes, volviendo a los años 60 porque me gusta y las canciones me lo piden. Trabajar en cinta, no te deja especular y ofrece inmediatez", señaló. El toque final del álbum tuvo lugar en los estudios Elkar de San Sebastián, bajo la mirada y las mezclas del "maestro" Jean Phocas, donde se añadieron también coros. Al bajo de Skuli Sverrisson y la batería de Kenny Wollesen se unió, en esta ocasión, la guitarra eléctrica de Stephen Ulrich, que protagoniza el sonido del disco y sustituye al habitual Ben Monder, que solo toca en tres temas. "La sonoridad ha cambiado y aunque mis canciones están locas porque las toque Ben, alguien con un mundo armónico increíble, era época de cambio y opté por Ulrich, que estaba en la otra puerta del estudio y ha dado un sonido más afilado. Proviene del grupo Big Lazy, entre el punk, el rock y el jazz, y está cercano a Marc Ribot", apuntó el artista. "No creo que el hecho de que todas las canciones sean mías haga el disco más personal. Siempre que he cantado textos de algún poeta y colega mío, lo he hecho porque me he sentido muy identificado con ellos. Al final, quieres que la canción te hable a ti y luego, si hay suerte, a quienes te escuchan", comenta Ordorika. "Hace años que trabajo más desde la música pero no es del todo cierto. Es lo del huevo y la gallina. La melodía te pide palabras determinadas, un tipo de texto. Ahora parece que me pide que haga yo las letras y que hable de mis historias. Siempre con la pretensión de hablar de alguien más también", apostilló.

¿Y de qué hablan estas canciones? De ese mundo que habita bajo las nubes y del que Ruper busca "construir su eco". Tomando como motivo el famoso "hodeien azpitik, sasien gainetik", que "la mente popular vasca asocia con la brujería y se decía antes de que algo extraordinario sucediera", Ordorika mira y le canta a ese mundo ya "las cosas que hay que sortear, a veces", en ocasiones desde una visión personal y "desde dentro"; otras, "en plan crónica"; y, en el caso de Nora zoaz bakarrik?, "con cierto humor". n