Como decíamos la semana pasada, algunos escritos de autores diferentes parecen, por la exactitud en la descripción de acontecimientos futuros, contar con una especie de información privilegiada. Son muchos los ejemplos en los que podemos investigar para intentar descifrar que hay detrás de tan extrañas predicciones.

De entre todos ellos, yo destacaría a Julio Verne, escritor francés nacido en 1828 y que representa el espíritu del creador que siempre busca llegar un poco más allá. Aventuras como Veinte mil leguas de viaje submarino, Cinco semanas en globo, Viaje al centro de la tierra o De la tierra a la luna, son historias con las que creo que todos nos hemos emocionado y disfrutado al máximo.

Pero con el paso del tiempo he descubierto otra obra fascinante también de Verne: París en el siglo XX, escrita en 1863 y cuya acción se sitúa en la futura París de 1960. En ella, y como se le ha adjudicado siempre, el escritor francés juega a adivinar su ciudad a 100 años vista, avanzando el uso de la luz eléctrica en las calles, el tren metropolitano, los rascacielos, los coches con motor de explosión, una sociedad cansada y triste e incluso el uso de algo similar al correo electrónico. No voy a negar que según leía la novela llegué a dudar de su autenticidad, pero tras desechar dicha opción diré que, en mi opinión y aunque el caso de Julio Verne sea muy extremo, creo que estamos ante un autor que mezcla el conocimiento, la imaginación y el análisis personal a partes iguales, haciendo gala de una esencia despierta al mundo y con una capacidad de síntesis fuera de lo normal.

¿No podría ser que tras acceder a mucha información científica de la época Julio imaginara inventos y modos de vida que no sería muy difícil adivinar para alguien como él? Vivió muchas vidas, la suya propia y la de todos los personajes que creó y que durante años nos han hecho viajar por mundos apasionantes que desembocaban, una y otra vez, en este nuestro, el real. ¿Es posible imaginar lo que nunca ha existido?