Las Hermanas Gilda en el trapecio
Las Hermanas Gilda son un par de entrañables personajes de tebeo que dibujó a finales de los años cuarenta del siglo pasado, Manuel Vázquez Gallego y que respondían a los medievales nombres de Leovigilda y Hermenegilda, de ahí lo de las Hermanas Gilda. Enfrentadas en todo, con visiones opuestas del mundo y los seres humanos, una rubia y la otra, morena, protagonizaron miles de historias plagadas de choques, enfrentamientos y malentendidos. Mariló Montero y Ane Igartiburu son una versión contemporánea del modelo Hermanas Gilda, trabajando las dos en la misma cadena, pero facturando dos productos que poco tienen que ver, salvo la soterrada inquina que las corroe y la ambición y desparpajo para ser las reinas del cotarro. La modelo navarra tiene unas ínfulas de mandona, mezcla de Thatcher y Rontemeier, capaz de convertirse en el hazmerreír del personal cuando se pone a emitir juicios de valor sobre temas de los que no ha leído más allá de cuartilla y media y se pone ante el foco catódico a dar lecciones, sermones y discursos varios donde derrapa más que Dani Pedrosa en el mundial de motos. La popular presentadora de Elorrio con más horas de vuelo que Félix Baumgartner, ha iniciado en la presente temporada un ejercicio televisivo que no acaba de dominar y templar, agotando sus escasos recursos ante la cámara, utilizados todos ellos en sonrisas sin fin, paseíllos en el plató y entrevistas acumuladas en el sofá del programa. Ninguna de las dos va a inventar el mediterráneo televisivo, pero las dos tienen un peligro inmenso de descalabrarse cuando se suben al trapecio y comienzan a balancearse con opiniones, calificaciones y afirmaciones catedráticas que no vienen a cuento. Es lo que pasa cuando se coloca al frente del programa personal poco leído, poco documentado y poco reflexivo y se ponen a ilustrar a la audiencia.