Pello Azketa pinta como vive, como es. Como mira. Desde una posición honesta, se adentra en la belleza y el misterio del entorno y desaparece en él. Se funde con él. Lo vive. Lo pinta. De esta manera se ha expresado durante más de tres décadas, hasta que inevitablemente, a causa de la enfermedad ocular que le arrebató la vista de manera progresiva, ha tenido que cerrar un ciclo. Eso sí, para abrir otro. Pero esa nueva etapa, en la que el pintor disfruta ahora "como nunca", se mostrará en su momento.
Mientras tanto, ahora, hasta el próximo 1 de septiembre, el Museo de Navarra nos brinda la oportunidad de recorrer ese ciclo que ya ha terminado para el pintor -en el sentido de que ya no puede pintar de la manera en que lo ha hecho durante tantos años-, aunque afortunadamente no ha terminado para el resto. Su pintura vive hoy en cada persona que la contempla, serena, bella, humilde y grandiosa. Diciéndonos muchas cosas desde el silencio.
La idea partió de sus propios colegas artistas, de su deseo de disfrutar de una vez de la obra de Pello Azketa (Pamplona, 1948) en las condiciones en que merece ser mostrada y recorrida. Pedro Salaberri, en concreto, fue quien propuso en diciembre de 2011 a la directora del Museo de Navarra, Mercedes Jover, abordar en una amplia exposición el arte del pintor pamplonés, en palabras de Jover "un artista que se ha crecido ante su dificultad visual, un gran pintor que merece esta muestra". Un total de 39 óleos, 27 de los cuales pertenecen a la colección del artista, 7 a colecciones particulares y 5 al legado del Museo de Navarra, conforman Pello Azketa. Memoria de la mirada. Una revisión de toda una vida, con obras realizadas entre los años 1972 y 2000, poco antes de que el artista dejase de pintar (de esta manera) por perder la visión. En palabras de Mercedes Jover, la exposición muestra "una producción minuciosa, bella, rica y compleja".
Paralelamente, se han programado varias actividades complementarias a la muestra y se ha editado el libro Pello Azketa. Memoria de la mirada, integrado en la colección Conversaciones con artistas navarros. La publicación puede adquirirse en la tienda del Museo de Navarra y en otras librerías al precio de 21 euros, y su versión en pdf puede consultarse en la web del Museo. Por primera vez, la colección Conversaciones con artistas navarros cobra pleno sentido, al proyectar de manera conjunta un libro y una exposición del artista homenajeado en cuestión; una línea que, de seguir adelante la colección editorial del Gobierno de Navarra, debería continuarse.
"Creo en la necesidad de una pintura vivida". Esta frase, recordaba el viernes Pedro Salaberri, comisario de la exposición que alberga el Museo de Navarra, la dijo Pello Azketa "hace muchos años, cuando empezábamos a pintar. Pello propuso esta frase para una exposición que hacíamos cuatro amigos en Madrid", comentaba Salaberri. Y desde entonces, la ha hecho suya. "La de Pello no es una pintura para dar consignas ni reivindicar nada. En su caso, vivir y pintar han sido siempre la misma cosa", cuenta Salaberri. Una actitud, una manera de estar en el mundo, de entenderlo y de entenderse a él mismo en el ese universo, cuya escala, como tantas veces ha demostrado Pello Azketa, tiene el tamaño de su curiosidad. En palabras de Pedro Salaberri, los cuadros de Azketa son "un regalo, porque nos permiten vivir en ellos sin pedirnos nada". Es una belleza "habitable" en la que no existe el tiempo. "Da igual cuántos años tengan las pinturas de Pello Azketa, porque atraviesan el tiempo. Y siempre están pintadas ahora, porque en el momento en que uno las contempla, se mete en ellas y se conecta directamente con la belleza", destaca el pintor y comisario de la exposición.
recorrido
De la ciudad a la naturaleza, atravesando los Pirineos
Tal y como refleja el recorrido planteado por Salaberri en el Museo de Navarra, la pintura de Pello Azketa se centró inicialmente en la ciudad, en el entorno urbano y la vida cotidiana de sus habitantes. De esa primera época son obras como Grúa roja, Grúa amarilla, o los cuadros Dos ciudades (I y II). "Son cuadros motivados por el cambio, de la ciudad de la infancia a la nueva ciudad, la ciudad que venía", recordaba el viernes el propio Pello Azketa sobre esta etapa. "Por ejemplo, conocí el barrio de San Juan desde su edificación, desde el comienzo", apuntaba. Son obras que reflejan una ciudad en su momento pero sin quedarse en aquel entonces. No son crónicas de realidades, sino memorias vivas de sensaciones atemporales. Otros de los primeros cuadros tienen ciertos toques surrealistas y de misterio -Cortina de nubes, Ventana en Aranzadi, entre otros-, y también están a disposición de la mirada del público las obras que testimonian el vínculo de Azketa con la naturaleza. "Esos años intensos en la montaña, en los Pirineos, sobre todo...", recuerda el pintor pamplonés. Ese contacto con la naturaleza, en ocasiones transfigurada, a veces depurada, otras velada por la niebla, otras esencializada, volvió su arte más emocional si cabe, más evocador y simbolista. La presencia humana ya no era tan evidente, aunque siempre ha estado ahí, de la manera en que Azketa es, de la manera en que mira: humilde y silenciosamente.
Así ha sido la actitud del pintor en sus viajes -interiores y exteriores-. "Siempre me he expresado desde la relatividad de las cosas que me iba planteando como persona", explica Pello Azketa, quien reconoce que cerrado este ciclo, esta manera de pintar, ha tenido que replantearse su actitud como persona y su actitud plástica. "He estado buscando, he ido encontrando", cuenta.
Por suerte para él y para los demás, que disfrutamos con su pintura, esa "larga línea de libertad" -así define Pedro Salaberri la trayectoria de Azketa- tiene vida para rato.