"El sexo es la desnudez de lo que eres, el espejo; y ser reconocido por el otro da terror"
Manuel Vilas (Barbastro, Huesca, 1962) ha iniciado un nuevo ciclo literario con 'El luminoso regalo'. Una novela de sexo explícito que nos sitúa frente a "la promiscuidad del erotismo y las pulsiones atávicas del ser humano". Quien se adentre en ella, saldrá transformado. Iluminado
pamplona. Después de leer 'El luminoso regalo', uno se siente más conectado a lo esencial de la vida: al amor, al sexo, al erotismo...
Es una novela sobre el erotismo. Estoy muy sorprendido porque está dando lecturas muy variadas. Yo creía que había escrito una novela determinada, y oyendo a otros lectores compruebo que hay muchas interpretaciones y muy diferentes del mismo texto. Hay quien dice que es una novela romántica, quien dice que es una novela mística... Yo creo que es una novela sobre el erotismo. Sobre la promiscuidad del erotismo y las pulsiones atávicas del ser humano. Y es una novela muy devastadora. O yo creía haber escrito una novela devastadora sobre el erotismo en su relación con el mal. Es la historia de dos adictos al sexto, Víctor Dilan y Ester, que tratan de destruirse el uno al otro.
Sí hay algo de romántico en esa manera de vivir de los protagonistas, tan intensa.
Sí, todos quieren vivir vidas intensas. El problema de la intensidad es que nadie sabe regularla, hasta dónde es posible llevarla, dónde es destrucción y dónde es aburrimiento... Ese es un tema de esta época, el de la intensidad. La gente quiere llevar vidas intensas. Eso está en otra parte de la novela, la relación del erotismo y el capitalismo. El capitalismo excita las vidas privadas, quiere que llevemos vidas privadas intensas. Los modelos que nos dan el cine, la publicidad, todo está jugando a que llevemos vidas intensas, pero no sabemos hasta dónde y por qué.
También está la soledad...
Sí, es otro de los grandes temas de la novela, el intento de vencer a la soledad, de acabar con ella a través del sexo y del erotismo. De hecho, la acumulación de experiencias sexuales del protagonista tiene por objeto acabar con su soledad y sentirse pleno.
¿El sexo cura la soledad?
En teoría, sí, al menos un rato. A veces un rato de plenitud.
Como una canción de Bob Dylan...
Sí, igual.
Es provocador mezclar una novela de sexo explícito con Jesucristo...
Sí, llama la atención que esté dedicada a Jesucristo, y es porque en este sentido es el patriarca, es el que quiere ser amado por todos, por toda la especie. Claro, es un Dios. Y es lo que le pasa al protagonista, que quiere el amor de todas las mujeres, de las que ya han vivido, de las que están viviendo y de las que vivirán, es una especie de metafísica del amor. Ahí sí que es una novela romántica.
Su obra rompe con todo el pudor que hay en la vida real, que es mucho.
Sí, la novela es impúdica, los protagonistas son exhibicionistas, exhiben sus vidas privadas, su intimidad. Es una novela muy provocadora, porque también recoge el atavismo de la intimidad sexual, la parte excremental, escatológica, que normalmente no se trata en las novelas. Y yo la he hecho literaria, la he verbalizado: la eyaculación, los fluidos vaginales, la saliva, todo lo que forma parte de la materialidad física del amor me ha interesado reflejarlo porque es también humano, ocurre, les ocurre a los seres humanos. Y hay un tabú sobre eso, al menos literario.
¿El sexo es un regalo que hemos infravalorado, en el sentido de que no lo vivimos con naturalidad ni hablamos de ello con naturalidad?
El sexo es un atavismo educado. Si no, nos volveríamos locos, y la civilización se iría al garete. Hemos educado el sexo, lo hemos racionalizado y lo hemos serenado bajo varias formas, bajo la idea de matrimonio, de vida en pareja, la vida conyugal, el concepto de amor... todo eso han sido grandes domesticaciones. Hemos templado el atavismo del sexo a través de todas estas construcciones culturales que nos han sido útiles como especie, lo hemos educado para salir de la noche cavernaria y civilizarnos. Lo que pasa es que el atavismo sigue allí presente, y el personaje de mi novela vive ese atavismo. Es una pulsión, algo que los antropólogos reconocen: somo homínidos evolucionados y como tales homínidos... Bataille decía que un homínido necesita copular tres veces al día. En la novela en ese sentido el sexo está tratado muy desde el punto de vista masculino, se reconoce ese atavismo del deseo de copulación masculina, que obviamente está reprimido. Todos los varones de este planeta reprimen sus deseos sexuales en orden a una cosa que han llamado civilización, pero el atavismo de la pulsión sigue vigente, y la novela lo reconoce. Entonces, Víctor cuando ve a una mujer en lo primero que piensa es en acostarse con ella, cosa que suelen hacer la mayoría de los hombres aunque no lo reconozcan.
¿Cómo ha hecho para crear del lenguaje pornográfico poesía? La hay en esta novela...
Hay un poco de misticismo, claro, porque el sexo es un tema importantísimo en la vida de la gente, entonces darle profundidad y convertirlo en una forma de conocimiento llevaba aparejado un lenguaje literario, claro. El sexo aquí es una forma de conocimiento, no es un sexo banalizado. Los personajes quieren explorar los límites de lo que son a través del sexo. En realidad, el sexo es cuando una persona se deja ver tal como es ante otra. Cuando pierde todos los velos. Eso es el sexo. Llamamos sexo a la copulación, pero en realidad la parte psicológica del sexo, la parte no biológica, es la parte de la desnudez de lo que eres, el espejo. Estás siendo reconocido por el otro. Y eso da vértigo y da terror.
Ha entrado como escritor en un terreno complejo y misterioso, ambiguo pero a la vez básico y tan propio de todos los seres humanos...
Yo quería entrar en todas las oscuridades, en todos los sitios de las relaciones humanas donde hay tabúes. Me interesaba mucho como escritor iluminar esas zonas escondidas, de secretos, el secretismo que hay en el amor. Verbalizar todo eso. También me interesaba mucho el mundo de la comparación de las cópulas, que es siniestro y que nadie quiere confesar ni reconocer. Cómo un señor o una señora que han tenido distintas relaciones sexuales con distintas parejas evidentemente comparan; todo el mundo compara, y sin embargo hay una ley social eufemística que dice que las mujeres no comparan y los hombres sí porque los hombres son unos monos y las mujeres no. Me meto en todos esos sitios. Son atavismos que están ahí, y creo que la literatura debe ir a esas zonas oscuras de la naturaleza humana, porque alguien tiene que ir a esos sitios, ¿no?
Se sacan cosas buenas.
Sí, se saca conocimiento.
Si seguimos siempre nuestros impulsos, nos destruimos. Pero si los regulamos demasiado, no somos nosotros mismos. ¿Qué hacemos?
Esa es la tesis final de la novela. La represión de los instintos atávicos nos hace infelices; soltarlos sin ningún tipo de límites nos destruye socialmente... Es complicado. Y este no es un libro de autoayuda (ríe), que le diga al lector hasta dónde puede o no llegar. Por eso creo que el erotismo es una asignatura pendiente, porque no sabemos muy bien a qué nos enfrentamos, y es desde hace poco que sabemos que es una parte tan importante de nuestra personalidad, lo sabemos desde hace cien años, desde Freud. Es reciente. Hasta hace poco no sabíamos que lo más definitivo de nuestra naturaleza es que somos animales eróticos, y que toda nuestra biología está determinada por el sexo.