LA truculenta historia -con infanticidio incluido- que nos narra (solo a medias) El Trovador sume a la música de Verdi en un ambiente de tiniebla y fatalidad, apenas aliviado por los destellos amorosos de sus protagonistas; amor que, evidentemente, sale mal. Pero no es el argumento imposible de entender lo importante de esta ópera; son las memorables melodías de Verdi -incluidos los momentos de "sublime vulgaridad"- las que la siguen manteniendo viva. El coro del yunque, el coro de soldados, el Di quella pira de Manrico, Il balen de Luna, el Stride la vampa de Azucena, el Deggio volermi de Leonora, el dúo de A nostri monti? son temas inevitablemente presentes en una relación de las melodías operísticas más populares. Es una ópera que, aunque concebida como muy teatral -con los gitanos, el rapto del convento?-, su dramaturgia queda sepultada por la melodía. Y de esto, sobre todo, disfrutamos en la versión que nos ocupa.

La puesta en escena clásica, convencional, correcta, con algunos hallazgos como el de la cárcel bajo los módulos, mantiene la atmósfera, nunca brillante, de ese claroscuro de luz indeterminada que envuelve la tragedia. En ese ambiente -muy bien traídas las proyecciones de fondo- desfilan los protagonistas, se mueven cómodos, sin excesiva exigencia teatral, más preocupados por resolver la peliaguda partitura. Y surge la magia verdiana: escuchamos -más, más que menos- lo que hemos venido a escuchar: la suprema y arriesgada fiesta de la voz. Con los gozos -los más- y los quebrantos del directo. A mi juicio, y salvando la actuación de todos, hubo pilares fundamentales y de gran Verdi; empezando por el foso, con una dirección de Pérez-Sierra con nervio, que hizo cosas magistrales con el rubato -sobre todo con Leonora-, y una orquesta respetuosa al máximo con las voces -esos pizzicatos en el aire, los solos a dúo de las maderas, el fuerte de las conclusiones- y envolvente en las arias. El coro es otro pilar de la ópera, y ciertamente se llevó una de las ovaciones de gala del público; estuvo seguro, sin fisuras ni contratiempos con el foso, magnífico en hombres solos, poderoso en el tutti, y un punto desangelado en el femenino a capella de las monjas; este fragmento es comprometido y se salvó bien, pero quizás le faltó un poco más de solidez.

Por orden de intervención, me gustó la voz del bajo Rubén Amoretti en el rol de Ferrando: aportó a su entrada, que abre la ópera, los armónicos profundos y suficientes para narrar la gravedad del tema. La Inés de Marta Huarte, más que correcta, con suficiente voz de alcance. La Leonora de Carmen Solís fue, sin duda, una de las grandes triunfadoras de la velada; y es que hizo cosas bellísimas con la voz: desde los pianos agudos, hasta los finales de fuerza. Abordó sus arias con la seguridad que da el dominio técnico de la voz, con lentitud en el fraseo; sin prisas, ligando la frase, recreándose en el rubato y en el regulador, esperando la cadencia, resolviendo la frase con una orquesta al mutuo servicio, en fin, llenándolo todo de música. Ismael Pons, como conde de Luna, abarcó con generosidad vocal el personaje, pero en algunos momentos el timbre quedó algo velado, lo que no impidió dotar al rol de autoridad. Eduardo Sandoval -Manrico- salvó su comprometido rol un tanto in extremis. Su timbre es espléndido de tenor; y cumplió con valentía y fortaleza. Subió al do de pecho -que Verdi no escribió- obligado por la tradición, y sus intervenciones a solo fueron resueltas; menos apropiado estuvo en los dúos; sobre todo en el sobrecogedor final con su madre, donde apenas perfilaba lo que la mezzo proponía. La Azucena de Renata Lamanda no llegó a emocionar en el Stride la vampa (la maldición de las arias conocidas), y sin embargo, en todo lo demás estuvo magnífica: plena de voz y de dramatismo. Pero, dejando el siempre subjetivo análisis pormenorizado, lo importante es que fue una gran velada verdiana; y así lo entendió el público con sus ovaciones.

Reparto: Ismael Pons, el Conde Luna; Carmen Solís, Leonora; Renata Lamanda, Azucena; Eduardo Sandoval, Manrico; Rubén Amoretti, Ferrando; Marta Huarte, Inés; Víctor Castillejo, Ruiz; Jon Arretxe y Fran Torres, zíngaro y mensajero. Coro Premier Ensemble de la Agao (Iñigo Casalí, dirección). Orquesta Sinfónica de Navarra. Dirección de escena: Ignacio García. Director musical: José Miguel Pérez-Sierra. Producción: Asociación Gayarre Amigos de la Opera (en copodrucción con otras entidades). Lugar: Auditorio Baluarte. Fecha: 26 de octubre de 2013. Público: Casi lleno.