pamplona. El 10 de junio de 1944, soldados de la 3ª Compañía del Primer Batallón del Regimiento Der Führer masacraron a la población de la localidad francesa de Oradour-sur-Glane, en el departamento de Alto Vienne de la región de Limousin. Aquel día fueron asesinadas 642 personas, sumando 190 hombres fusilados y 245 mujeres y 207 niños ametrallados y quemados en la iglesia, 24 de ellos españoles. La población no ocupaba ningún lugar estratégico ni poseía arsenales ni ocultaba nada de valor para los nazis, simplemente se convirtió en uno de los particulares escenarios del horror que aquel monstruoso régimen practicó durante demasiado tiempo en Europa. El fotógrafo navarro Carlos Ciáurriz visitó el enclave este pasado verano y captó la quietud y el estremecedor silencio que habita entre sus ruinas en una serie de imágenes que ahora exhibe dentro del programa Ópera Prima de la galería de la Agrupación Fotográfica y Cinematográfica de Navarra (AFCN), situada en la calle Río Urrobi 3 bajo de Pamplona.

Hasta el próximo 24 de enero, Ciáurriz muestra 14 de las más de 300 fotografías que realizó en su visita al lugar. "Hacía dos o tres años que me había enterado de la historia y estaba esperando disponer de tiempo para viajar al sitio", cuenta el fotógrafo, que antes de ir investigó a través de Internet. Y es que, al contrario de lo que sucede con otros espacios de la tragedia, casos de Auschwitz y otros campos de exterminio, el caso de Oradour "apenas es conocido y me parecía que la gente tenía que saber lo que allí pasó". Así que Ciáurriz usó su cámara para articular un relato en el que la terraza vacía de un hotel devastado, la estación de tren abandonada o las carcasas de los coches de la época destartalados "dan testimonio de lo sucedido", narrando "cómo a la gente del pueblo se les truncó la vida un 10 de junio de 1944". Porque, desde el final de aquella guerra infame, y por orden de Charles de Gaulle, Oradour-sur-Glane permanece como monumento del terror y recuerdo de aquellos crímenes. En Francia parece que sí les interesa difundir la memoria histórica.

Durante su recorrido por aquellos edificios en escombros y aquellas calles despojadas, a Carlos Ciáurriz le "impresionó" que se conservaran hasta los objetos personales tirados por el suelo, en cada rincón, en cada casa, al alcance de la mano, "aunque nadie osa tocarlos, hay mucho respeto y la gente visita el pueblo en un silencio sepulcral". Todos ellos dan cuenta de que "allí una vez vivieron personas" ajenas al destino que otros dictaron por ellas.

Y para captar todo ese "dramatismo", el fotógrafo restó color a las imágenes. "No son en blanco y negro puro porque me parecía que eso ya estaba muy visto, pero como me salió un día radiante, con mucho sol, creí que aquella luz no era adecuada para el tono que quería dar a las fotos, así que les quité entre el 70 y el 80% del color", comenta, agradecido de que la Agrupación le permita exponer su trabajo por primera vez. "No sé si mi trabajo gustará o no, con que la gente se vaya conociendo esta historia, ya me daré por satisfecho", termina.