pamplona. Emilio Hernández es el director de esta obra de teatro peculiar, casi un ensayo, en la que se saborean el surrealismo y las incisivas letras de Millás. "Me excitó sobremanera el riesgo de un increíble viaje por la dignidad amenazada, por la verdad amenazada, por la vida amenazada y a punto de ser absorbida por el agujero negro insaciable de los mercados. Ese agujero que se traga tu dinero, tu familia, tu trabajo, tu cultura, tu gobierno, y acaba engullendo tu instrumento más primario: la lengua. Tu lengua madre", comenta Hernández, que pone en escena a este personaje, a esta persona común, anónima, preocupada por todos nosotros al otear en el horizonte las primeras olas del tsunami. Un personaje grande en muchos sentidos, dice Juan Diego.
Me dicen que ha pasado un catarro, ¿cómo está?
Bien, bien, lo que ocurre es que estoy cansado, porque después de pasar un catarro es imposible estar bien pronto.
¿Cómo le llega este texto de Juan José Millás y qué le lleva a lanzarse a los escenarios en solitario con él?
Me llegó a través de un amigo y vi que tenía la posibilidad de construir un gran personaje. Grande en cuanto a humanidad, a sensibilidad y conocimiento de lo que ama, que es la palabra sobre todo, la gramática; ama cosas en desuso. Ni siquiera sabemos cómo se llama, si tiene mujer, si tuvo hijos... Hablamos de todo esto y decidimos hacer una dramaturgia.
Millás ha comentado que veía a Juan Diego en este papel por su excelente sentido del humor.
Los personajes son los personajes, después ya el actor les pone o les quita, pero sí es verdad que tengo un grandísimo buen humor, a pesar de tener este rostro de malencarado (ríe), de esos señores que salen en la televisión con el estómago arriba y gritan ¡cagüendios! (ríe). Tengo sentido del humor, que quizá es una de las cosas más interesantes de la vida.
¿Hasta qué punto es bueno saber reírse?
Es que a veces o se le echa humor a la vida o se queda uno torcido.
¿Y por qué tenemos la imagen de un Juan Diego serio, dramático, más que cómico?
No sé, porque en los últimos años habré hecho unas 150 comedias (ríe), como series de situación tipo Los hombres de Paco o varias películas cómicas, pero hace años hice un par de papeles emblemáticos que golpearon mucho al espectador y quizá por eso tengo esa imagen. Al margen de todo eso, tengo que decir que la comedia es el arte de lo más difícil, porque es la vida y como la vida no se puede imitar...
Por lo que dice, este personaje le permite abordar diversos registros. Un caramelo para cualquier actor.
No olvides que también hay caramelos envenenados (ríe). Ante todo, es un personaje necesario en estos momentos de angustia que estamos viviendo, de carencia de todo, de desamor hacia la palabra, hacia la cultura... Un tiempo en el que la mercantilización de nuestros actos está siendo llevada a límites insospechados y en el que la sensibilidad de los que mandan es roma. Nos sacan informes en los que dicen "miren que mal nos estudian los chicos" y resulta que lees en la prensa que estos mismos chicos buscan basura a la hora de comer.
O que comen pan con pan.
O que comen nada y lloran por las noches. Y sus padres no follan, no hablan y se levantan sin saber qué van a desayunar... Por eso, en este momento terrible es tan necesario un personaje como este. Millás ha conseguido meter el bisturí a estas lacras miserables en un texto con el que nos reímos a pesar de todo y con el que reflexionamos y con el que de alguna manera se dice que el pensamiento sigue siendo la base esencial de nuestra convivencia.
El pensamiento y la lengua, en este caso la lengua madre.
La lengua, aquello que nos hace, aquello que somos, sin lo cual no seríamos más que animales, que parece que es adonde nos quieren llevar.
¿Es importante que tomemos la palabra?
Es que nunca debimos perderla. Lo único que nos quedará siempre será la palabra. Lo único que nos hace, nos deshace, nos conforma y nos acuna es la palabra.
Y, sin embargo, también se puede hacer un uso sibilino de ella.
Sibilino no, hoy los entes públicos están haciendo un uso sin vergüenza de la palabra alrededor de cualquier problema. De pronto te encuentras con una declaraciones que afirman que una manifestación o unas movilizaciones en Burgos son un acto terrorista... Tienes que leer cada cosa... Algunos están poniendo a la gente a prueba.
Pero parece que no pasa nada, que no nos rebelamos. ¿Estamos paralizados?
Realmente, todos sabemos que pasa mucho, y el día que el hambre desborde la calle a ver quién para esto.
Quizá se esperan, precisamente, un estallido y por eso han redactado la controvertida Ley de Seguridad Ciudadana.
Esa ley es como las leyes del franquismo, ni más ni menos.
¿Viejos recuerdos?
Hermosos y viejos recuerdos.
¿Qué papel juega el público en el montaje?
Siempre debe hacerse cómplice al público, y más cuando, como en este caso, no existe la cuarta pared, ya que yo estoy en el escenario de manera continua. Es necesario convertir a los espectadores en coprotagonistas para que se diviertan, para que jueguen, para que permanezca en silencio, para que aplauda, como muchas veces ocurre... No hay que olvidar que, a diferencia de lo que sucede en el cine, donde manda la taquilla, la presencia del público es fundamental en el teatro. Aquí hay un hombre que habla frente a otros que le escuchan, y si esta historia les divierte, les toca, ahí se produce el hecho referencial del teatro. Y eso siempre va a existir, la palabra
¿Pese a todos los ataques que está recibiendo la cultura?
Pese a todos los ataques... Bueno, me callo... Gabriel Celaya decía que la poesía es un arma cargada de futuro; en cambio, cuando oigo hablar de la cultura a algunos señores de hoy, me recuerdan a Goebbels, que decía "no me hables de cultura, que tiro de pistola".
¿Cómo le parece que podríamos salir de este agujero en el que estamos metidos?
Sin votar más a los que se ha votado hasta ahora. No debe existir más el bipartidismo, porque es escuela de golfería.