Que el Toki Leza es más que un bar y que Antonio Armendáriz ha sido más que un propietario quizás es una frase demasiado manida para el inicio de este reportaje. Pero es así. En estos últimos 37 años, Antonio no se ha doblegado ante las moderneces y ha mantenido intacta la esencia musical de su negocio -el rock and roll-, ha dado la oportunidad a decenas de grupos locales -los domingos organizaba sesiones de música en directo- y ha cuidado con mimo el último refugio de la cultura underground de Iruña. Antonio se jubila, con su marcha la esencia del Toki se disipa y ayer vecinos y compañeros de Calderería le homenajearon como se merece: una fiesta sorpresa. “Intuía que los tokilezanos me prepararían alguna movida, pero esta despedida no me la esperaba. Ha sido una maravilla, espectacular, no puedo estar más orgulloso. Este día se me ha quedado grabado y el recuerdo me lo llevaré al otro barrio”, auguró.

A las 12.30 horas, dos gigantes del Casco Viejo -Ainez y Bernart-, un txistulari, una guitarrista, un acordeonista, cuatro dantzaris, vecinos y clientes se presentaron en la puerta del Toki Leza. “¿Antonio, puedes venir un momento?”, le preguntaron decenas de personas al unísono. El propietario del Toki tardó unos segundos en salir -el cantante de Los Párrockos estaba afinando la voz -, la espera se hizo eterna y cuando pisó la calle el público congregrado empezó a aplaudir, silbar y vitorear. Antonio, como una estrella del rock, respondió a sus fans lanzándoles besos, dándoles las gracias y abrazando a la gente.

Los txistus empezaron a sonar, cuatro dantzaris bailaron un aurresku y, al finalizar, Antonio, visiblemente emocionado, tocó unas notas con su armónica. Llegó el turno de los gigantes, Adrián Ruiz, Markel Cisneros, Auriz Ramírez y Joanes Iragi -txikis del barrio- se metieron dentro de Ainez y Bernart y dieron vueltas y vueltas. El show aún no había acabado. Faltaba la gran sorpresa. Marisa -propietaria del Garazi- y Nerea -dueña del Terminal-, metieron la mano en una bolsa, se acercaron al sherrif del Toki y le dieron un disco.

Marisa y Nerea entregan el disco/placa a Antonio en la puerta del Toki Leza. Iban Aguinaga

Los tres se fundieron en un abrazo. Gritos de Antonio, Antonio, Antonio. “El barrio me proporciona lo que no me han dado las discografías. Es la hostia. Me siento un héroe”, exclamó al cielo mientras repartía besos. A continuación, se acercó a una señora apoyada en un andador y le abrazó. Era su madre, Natividad Legarda, que a sus 92 años vivió de primera mano la fiesta sorpresa. “No me lo quería perder por nada en el mundo. Faltaría más. Este homenaje es un orgullo”, reconoció Natividad.

El resto de su familia, que durante estas semanas no ha dicho ni mu y ha sabido guardar el secreto, también estuvo en el acto: su mujer Elena, sus hijos -Aitor y Ainhoa-, sobrinos y dos de sus hermanos, Fernando y Camino, que vino desde Barcelona. “No me lo pensé ni un minuto”, señaló. Sus familiares, que irradiaban felicidad, se deshicieron en halagos, elogiaron la fidelidad a sus ideales y su capacidad para mantener la esencia del Toki -ambiente, estética y música rock- a pesar de que los tiempos han cambiado y la oferta se ha homogeneizado: “Antonio es un referente en la ciudad porque ha sido consecuente con su manera de pensar, ha regentado el bar como él quería y es el único que sigue ofreciendo el mismo ambiente musical de siempre. En la actualidad, esto es muy difícil de encontrar”.

COMPAÑEROS DE CALLE

Antonio estuvo acompañado por sus compañeros de calle. Marisa Marco, propietaria del Garazi, tenía sentimientos encontrados. Por un lado, estaba alegre porque Antonio se merece disfrutar de esta nueva etapa, pero le apenaba decir adiós a un amigo. “Hemos tenido muy buena relación toda la vida. Los Párrockos han tocado varias veces en el Garazi”, apuntó.

Nerea Sáez, dueña del Terminal y vecina del Casco Viejo, recordó la hospitalidad con la que Antonio le acogió cuando aterrizó en la calle Calderería, sus enseñanzas -ser consciente de los problemas del barrio, cuidar al vecindario y defender sus reivindicaciones- y su gran capacidad para escuchar, ayudar y aconsejar. “Cuando tenías un problema, abrías la puerta del Toki Leza, te apoyabas en la barra y siempre estaba dispuesto a hablar y solucionar los problemas. Le estaré eternamente agredecida”, halagó. Nerea, al igual que Marisa, estaba contenta por Antonio, pero lamentó que el “alma” del Toki emprendiera una nueva aventura porque “ha sido una figura fundamental para que Calderería siga siendo una calle diferente, alternativa y con esencia. Con su marcha, me da miedo que cambie el ambiente y que perdamos este toque que nos hace únicos”, alertó.

Antonio canta y toca la guitarra con su grupo Los Párrockos. Iban Aguinaga

David y Pedro Murillo, hermanos y propietarios del Infernu, son unos amantes del rock and roll y se quedan con los buenos momentos vividos en el Toki Leza: conciertos, sesiones de los domingos o juergas. “Los recuerdos son infinitos. Ha sido tan referente en la historia del rock and roll de Irula que sustituirlo va a ser muy difícil. Ha creado un legado que tela”, alabaron los hermanos.

PARROQUIANOS

Los parrokianos no se perdieron la despedida. Anabel e Idoia son “fijas” del Toki -su bar de “cabecera”- desde hace 40 años, “cuando no había móviles, pero no hacía falta preguntar dónde estaba la gente”. Ambas parrokianas “for ever” relataron las experiencias -amistades, juergas, ligues o las “redadas” los sábados a la noche-, se despidieron de su Toki -consideran el cierre un “duelo”- y esperan que “un tío elegante donde los haya” disfrute de la jubilación. Adiós, héroe del barrio.