Laura Freixas: "Las mujeres cultas desagradan"
La escritora catalana abrió ayer el ciclo 'Mujeres creadoras' del Instituto de Igualdad con la charla titulada '¿Es hermafrodita la literatura? O cómo quise ser escritor y me convertí en escritora'
pamplona - "La igualdad ni está ni se la espera". Así de claro lo tiene Laura Freixas, autora de novelas como Entre amigas o Los otros son más felices, y de diarios, ensayos y autobiografía. En su opinión, reconocer que existen diferencias entre la literatura femenina y la masculina es el paso esencial para lograr esa otra igualdad necesaria, la de derechos y oportunidades. Pero alcanzarla no es fácil, hay que luchar contra inercias históricas, educaciones sentimentales, miradas sesgadas y siglos de prejuicios.
Con el título de la charla ya deja claras algunas cosas, como, por ejemplo, que las mujeres no tenemos por qué tener complejos a la hora de usar la terminación femenina para describir lo que hacemos.
-Claro, el problema es que todo lo femenino está desvalorizado, y tenemos que evitar caer en la confusión entre el juicio de hecho y el juicio de valor. Decir que algo tiene características propias de las mujeres es un juicio de hecho, pero si no vamos con cuidado, eso en una sociedad patriarcal puede implicar un juicio de valor negativo. Muchas escritoras se niegan en redondo a que se hable de literatura femenina porque lo asocian con una desvalorización, y tienen razón, pero la manera de luchar contra eso no es negarlo, sino resignificarlo. Tenemos que decir que sí, que hacemos una literatura de mujeres con características propias, lo cual es positivo porque enriquecemos las letras aportándoles algo que no tienen.
De hecho, a muchas escritoras les enfada que les hagamos la dichosa preguntita de si hay o no hay literatura femenina.
-Les molesta por eso que comento, porque no se han dado cuenta de que se puede reivindicar el hecho sin asociarle ese juicio de valor negativo. Por ejemplo, en mi caso yo quería ser escritor, sin género, no me había parado a pensar en todo esto, pero de lo primero de lo que me di cuenta es de que la recepción de mis obras no era neutra, sino que estaba marcada por el género. Me preguntaban constantemente si escribía literatura de y para mujeres, si mis personajes eran femeninos, etcétera. Y también me percaté de que esas preguntas también llevaban una carga despectiva de una manera más o menos consciente. Y después me hice la otra pregunta: ¿es igual una creación hecha por hombres que una hecha por mujeres?
¿Y qué responde?
-Yo creo que no son iguales. Y ahora lo digo sin ningún juicio de valor. Miro a mi alrededor y veo que las mujeres enriquecen la literatura con nuevos temas y nuevas miradas.
¿Hay puntos en común entre las autoras?
-Hay algunos puntos de partida recurrentes, como, por ejemplo, la necesidad que tenemos de revisar el estereotipo recibido de cómo es una mujer. Porque si aceptaras este estereotipo, no podrías escribir, ya que defiende que la mujer está asociada a la naturaleza y no a la cultura, es pasiva y no activa, no tiene ambición, etcétera, etcétera.
¿Todo esto dejará de ocurrir en el momento en el que la presencia de las escritoras sea algo usual y no excepcional, como ahora?
-No lo sé, porque falta tanto para eso... El déficit de la literatura en cuanto a abordar algunos temas es tan profundo, tan enorme, que se va a tardar muchísimo en conseguir que la maternidad sea un tema tan frecuente como la guerra. Hay miles de años de literatura sobre la guerra, es un tema constante, y para que exista un corpus parecido en cuanto a magnitud sobre temas como la maternidad o las relaciones entre mujeres falta muchísimo.
Pues es penoso, porque a la sociedad le falta la perspectiva de más de la mitad de la población.
-Así es, la perspectiva de más de la mitad de la población no está reflejada en la cultura, y eso genera una gran pobreza. El de los pitufos es un ejemplo tonto, pero muy significativo. No hay que olvidar que muchas generaciones nos educamos con los libros de estos personajes o con Astérix. Pues bien, resulta que los hombres copan todos los papeles, hay hasta un pitufo coqueto y otro cocinero, y hay una sola chica que supuestamente representa a todas las mujeres. Y es que una de las características de la cultura patriarcal es que las mujeres no son vistas como individuos distintos, sino como un solo ente que tiene distintas encarnaciones. Por eso también cuando las instituciones se abren a las mujeres parecen creer que con una ya están todas.
Es la cuota, como dicen algunos. ¿Qué le parece ese concepto?
-Me parece que hay que corregir la discriminación y que, hoy en día, lo que hay en las instituciones es una cuota masculina no escrita que es de un 85%. Hay que corregirla, con las políticas que sea, pero hay que hacerlo.
¿También hay que corregir la presencia de las creadoras en los libros de texto, los premios y las entidades culturales?
-Claro, esa presencia como media siempre es un 15%, y, además, no avanza.
¿Entonces seguimos igual que cuando publicó el ensayo Literatura y mujeres
-Estamos en cifras muy similares. Yo no veo progreso, porque, además, en Literatura y mujeres y en un libro posterior que se tituló La novela femenil estudié, por ejemplo, series de premios y vi que a veces hay un avance seguido de un retroceso. Curiosamente, la proporción de mujeres entre los ganadores de los principales premios en la década de 1950 es muy superior a la de 1970. Está clarísimo que no hay un progreso lineal. Es más, no hay un progreso en general y si lo hay, no es en absoluto uniforme.
¿Hasta qué punto tenemos responsabilidad las mujeres en ir solucionando esta situación?
-La responsabilidad es de todos, pero tienen más poder para solucionar las cosas los hombres que las mujeres. Los que están en la Academia, en los ministerios o a la cabeza de los imperios editoriales son hombres. Necesitamos su participación, su aceptación de que las cosas deben cambiar y, ojalá, su colaboración para que así sea.
¿Es la reivindicación viva y constante el papel de la mujer en este contexto?
-Claro. La actitud del avestruz, de negar el problema y de no querer hablar de él es contraproducente. Con esa frase de que 'no hay literatura de hombres ni de mujeres, solo buena literatura' no vamos a ninguna parte; escondemos la situación. Es una postura ingenua y voluntarista pensar que si nos comportamos como si fuéramos iguales, seremos iguales. Porque no es verdad. Hay un ejemplo que me pasó cuando publiqué la novela Amor o lo que sea. Me llamaron de una tele para que fuera a participar en un debate sobre el amor con una sexóloga y un autor de canciones de amor. Y por supuesto me negué. Pero pensé que quizá era culpa mía porque la novela llevaba la palabra amor en el título. Sin embargo, ese mismo año, dos escritores varones habían hecho lo mismo y a ellos no les llamaban de programas de ese tipo. Cuando un hombre y una mujer escriben sobre amor, en el caso del hombre se ve solo que escribe literatura y punto, y en el de la mujer, solo que habla de amor. No podemos prescindir de una recepción sesgada, tenemos que ser conscientes de ella y saber que seguramente nos ofrecerán reportajes o entrevistas en revistas vestidas estupendamente y posando junto a otras mujeres antes que un ciclo de conferencias sesudo.
Queda mucho para encontrar esa igualdad en la cultura.
-Queda muchísimo por hacer y lo primero que debemos hacer es ser conscientes de que existe esa desigualdad y ver cómo poder luchar contra ella. Porque negarla o no querer afrontarla no sirve de nada.
Se produce un fenómeno curioso y es que algunos medios y el sector editorial se alían para vender que hay muchas escritoras triunfando, caso de las autoras de novela negra, por ejemplo. ¿Todo esto es un espejismo?
-Es un espejismo y eso hay que contrastarlo con los datos. En cuanto hay algunas mujeres vendiendo muchos ejemplares parece que ya está todo solucionado. Esa impresión de que hoy en día las mujeres arrasan es falso, porque cuando las cuentas ves que son poquísimas.
¿Siguen existiendo tremendos prejuicios hacia la mujer culta?
-Efectivamente, las mujeres cultas desagradan. En general, las mujeres que son admitidas en el mundo cultural cumplen una de estas tres condiciones (aquí voy a ser un poco malvada). Por un lado, están las jóvenes y sexies. Por otro, las grandes damas, es decir, las mujeres elegantes que compensan la inferioridad de género con su buena posición social y con el hecho de que no son agresivas ni polémicas. No hay que olvidar que esta sociedad no soporta a la mujer sabionda que rivaliza con los hombres. Y el tercer grupo son las mujeres de alguien importante. En resumen, a una mujer que solamente se defienda con su obra y sus méritos, especialmente si es polémica, se la admite de mala gana o no se la admite. Por ejemplo, Rosa Chacel merecía mucho más reconocimiento del que tuvo, pero, claro, no era simpática y, como ella misma decía, era gorda y malvestida.
A las mujeres no les basta con ser buenas en lo que hacen.
-No, en la mayoría de los casos no. O hay que ser buenísima y resistir mucho años como Ana María Matute, pero llegan poquísimas. Está claro que en literatura, como en tantos otros ámbitos, hay un techo de cristal.
Ha comentado que la igualdad ni está ni se la espera, ¿es pesimista?
-No soy pesimista porque creo que históricamente conseguimos muchas cosas, lo que pasa es que las logramos luchando, no nos vienen dadas. Y soy optimista porque veo que en los últimos años nos estamos agrupando, han surgido muchas asociaciones de mujeres del mundo de la cultura, todas basadas en una experiencia y en una reflexión compartidas. Están los colectivos de cineastas (Cima), de arquitectas (La mujer construye), de científicas, de músicas, nosotras (Clásicas y modernas), etcétera. Sí que estamos haciendo cosas de manera colectiva, lo que pasa es que las jóvenes no suelen ser muy conscientes de este problema, de hecho, les incomoda hablar de ello. Prefieren creer que a ellas no les va a pasar; lo hemos creído todas...
¿Como escritora, se siente heredera de esas mujeres a las que ha leído y estudiado como Virginia Woolf o Clarice Lispector, por ejemplo?
-No solo me siento profundamente heredera suya, sino que sin ellas no habría comprendido muchas cosas de mi vida. A través de los talleres que doy de escritura y de lectura vuelvo constantemente al análisis de algunos textos de Virginia Woolf, de Carmen Martín Gaite, de Doris Lessing... Y eso me permite entenderme a mí misma de un modo que la literatura escrita por hombres, que también adoro, no me proporciona. A mí me gustan muchos escritores, pero su literatura tiene un ángulo ciego que no tienen las escritoras, que es esa atención crítica a los roles de género y a la condición femenina.