Durante ocho intensos días del verano de 1972, Pamplona se convirtió en la capital de la cultura y el arte de vanguardia, en un evento irrepetible que transformó la ciudad en un momento en que el país, aún sumido en el franquismo, soñaba con la democracia y la libertad. En los míticos Encuentros, que tuvieron lugar del 26 de junio al 3 de julio del 72, actuó el músico y compositor John Cage; una figura revolucionaria cuyo espíritu se hizo presente de nuevo en la capital navarra el pasado martes, en la última sesión del Foro Auzolan.

Compositor, instrumentista, filósofo, teórico musical, poeta, artista, pintor, aficionado a la micología y recolector de setas, Cage fue pionero de la música aleatoria, de la música electrónica y del uso no estándar de instrumentos musicales. En su obra y figura lleva ahondando la escritora y filósofa Carmen Pardo desde hace más de veinte años, y el pasado martes compartió sus conocimientos al respecto en Pamplona con los asistentes al encuentro en la librería de la calle San Gregorio. Pardo es autora del ensayo La escucha oblicua. Una invitación a John Cage, publicado por la editorial Sexto Piso y fruto de muchos años de investigación y análisis sobre el trabajo y el legado del músico y compositor estadounidense de vanguardia. "Llegué a él cuando me planteaba el tema de mi tesis doctoral, en torno a la música contemporánea. Me interesaba ver cuál había sido el planteamiento más radical dentro del pensamiento estético de la música, y en cuanto di con John Cage, supe que lo había encontrado. Fue una bofetada. Cage te hace reconsiderar absolutamente todo lo que has hecho, partir de cero y volver a plantear qué es esto que llamamos percepción, qué es una obra de arte", explica Carmen Pardo. En su opinión, la mayor aportación de John Cage en el ámbito musical es "enseñar que la escucha la ejerce cada uno, que no es algo que nos tienen que hacer o marcar, sino que escuchar es algo activo, no pasivo. Y esto en Cage va más allá de la música, se trata también de escuchar al otro, de escuchar el mundo", apunta la escritora y filósofa.

En la teoría del creador estadounidense, la obra de arte es proceso, no objeto, y puede y debe estar presente en cualquier sitio, no encerrada exclusivamente en museos o galerías. La finalidad del arte, del que lo fundamental es la experiencia que cada uno tenga con él, es la autoalteración, y en consecuencia la transformación social a través del cambio individual. Arte y vida están unidos. "Él defiende que no hay que imponer un discurso, y que la responsabilidad de la educación recae en uno mismo", apunta Carmen Pardo. Cage no niega los referentes, al contrario, también están ahí para que los rompamos, defiende. "Lo bonito del aprendizaje es ir descubriendo la propia ignorancia", explica Pardo a propósito de esta idea.

¿El sentido del arte?

Una aventura individual

John Cage da la vuelta a algo a lo que todavía estamos demasiado acostumbrados: la necesidad de encontrar un sentido a toda manifestación artística, o mejor, la necesidad de que los artistas nos transmitan o comuniquen el sentido de sus obras. "Lo que Cage diría aquí es que si el público quiere encontrar un sentido, que lo ponga. ¿Por qué no? Tampoco vas a impedir la donación de sentido, ni la ausencia de emoción por parte del público. Pero la cuestión estaría en cómo se produce ese tipo de donación de sentido, o de trabajo emotivo. Aquí está realmente la preocupación de John Cage. Porque no se trata de que se genere un asentimiento general en el cual la gente responde unánimemente a una serie de cosas, más bien el objetivo de una gran parte de las vanguardias es trabajar a nivel singular, que sea el sujeto singular el que si quiere proyectar algo allá, o descubre algo allá, pues bienvenido sea. En el caso de Cage no hay una voluntad de transmisión de lo que él pueda pensar o sentir", indica la filósofa.

Algo muy interesante en el pensamiento y la práctica del músico y compositor norteamericano es su propuesta en torno a los juicios de valor. En lugar de criticar algo, defiende Cage, responde creando algo propio. "Con esto busca que la gente se tutele a sí misma, que uno sea persona por sí mismo", explica la escritora, al tiempo que reconoce que no estamos muy acostumbrados a responder constructivamente ante algo que nos desagrada. "La verdad es que estamos más con el modelo Sálvame de la crítica fácil que con modelos un poco más serios...", dice sonriendo.

¿Por qué tenemos tal tendencia a juzgar y prejuzgar las cosas, a categorizarlas y etiquetarlas? Carmen Pardo lo tiene claro: "Porque es muy cómodo, tú haces tus categorías, te colocas allá, te unes al grupo que tiene tus mismas categorías y te sientes protegido. No te pones en cuestión". Y esta evidencia prolifera aún más en el universo virtual de las redes sociales. "Supongo que sí, aunque yo no estoy en las redes sociales... A mí esto de que me digan que tengo que utilizar tantas palabras para decir algo... ¿Qué entiendes tú por palabra y qué es decir algo? Y eso de que tengas que entrar a un sitio y clickar si te gusta o no... ¿y a quién le importa si a mí me gusta?", reflexiona la filósofa. Esta tendencia es completamente lo contrario de lo que propone John Cage. "Pero si hacemos este uso de las tecnologías no es solo culpa de las tecnologías, nosotros las creamos y les damos los usos que queremos darles", añade la escritora.

La música se expande

El sonido del silencio

En su ensayo La escucha oblicua, Carmen Pardo trasciende el ámbito estrictamente musical, pues rastrea las relaciones de John Cage con otros artistas como el coreógrafo Merce Cunningham o el director de teatro Robert Wilson, y otras disciplinas, desde su inclinación por el budismo zen como alumno de D. T. Suzuki hasta sus aproximaciones al Finnegans Wake joyceano. Pero la autora se centra sobre todo en explorar los límites de un canon que Cage quiso expandir con la intención de abarcar como música toda una gama de sonidos, incluido el silencio.

Cuando ha tenido experiencias programando música de John Cage en espacios para público general, no entendido ni especializado en propuestas vanguardistas, Carmen Pardo ha visto "una respuesta positiva". "No creo que haya que estar educado en cierta cultura para conectar con esa música. La gente que escucha la música actual, e incluso la que más se pone en las radios, sin ser solo pop, por ejemplo la música electrónica, está ya familiarizada con un tipo de sonidos que vienen en muchas ocasiones de las vanguardias de los años 40 y 50. Así que, aunque no tengas ningún tipo de formación de aquello, de alguna manera ya lo estás palpando", explica. "Es habituarse, como todo", apunta Pardo.

Aunque ante todo aboga, como lo haría Cage, por que cada uno busque por sí mismo generarse ese hábito: "Por un lado, es cierto que a nivel institucional no se promociona según qué tipo de arte porque lo que prima es la audiencia, como pasa en la televisión y en todas partes. Pero también es cierto que si a ti te interesa algo tienes que moverte, no puedes esperar a que te lo vengan a traer a casa".