pamplona - En Atila. Un escritor indescifrable, Javier Serena (Pamplona, 1982) recrea a través de la ficción los últimos años de vida de Coll, que persistió en su empeño artístico sin importarle el escaso o nulo éxito de sus libros, caracterizados por una experimentación tan extrema que resultaron desconcertantes hasta para colegas y críticos.
La primera pregunta es, quizá, la más evidente: ¿por qué decidió escribir sobre Aliocha Coll y por qué sobre ese momento final de su vida?
-Di con él por Javier Marías, quizá hace diez años, cuando leí su libro de cuentos titulado Cuando fui mortal, en el que hay dos relatos, El médico nocturno y Todo mal vuelve, que están inspirados en Aliocha (lo llama Miguel Noguera y Xavier Comella, respectivamente). A partir de entonces, siempre lo tuve presente, y durante todos esos años, sin saberlo, influido por su figura, intenté escribir un par de veces novelas que podrían ser la Atila que he escrito después.
Se dice que su literatura fue evolucionando hasta un punto en que sus textos eran prácticamente indescifrables, ¿qué opina?
-En realidad, él siempre hizo literatura de vanguardia extrema, de modo deliberado, por lo que todos sus textos de ficción, desde el principio, tienen el mismo carácter impenetrable.
¿De dónde surge el relato que ha inventado para cubrir esos últimos momentos de su existencia y qué personajes aparecen?
-Yo tengo muchos datos de Aliocha reales que omito o transformo. Sustituyo personajes reales por otros que cumplan la misma función: en la vida real, por ejemplo, tuvo una primera mujer, pintora, y luego una relación con otra mujer que sufrió una enfermedad degenerativa, y la que cuidó hasta el final. Yo he tratado de sustituir esas dos mujeres por otras dos que cumplieran la misma función: en mi novela, una se llamaría Helene, que también es pintora, y la otra, en vez de ser una enferma, como en la realidad, se llama Camille: una estudiante muy joven, infantil y caprichosa, que le hace la vida imposible. Es un cambio muy grande de personalidades, pero creo que puede cumplir funciones semejantes. Así es como procedo en otros aspectos del libro.
¿Por qué esa figura del narrador en primera persona?
-Uso un narrador que hace de testigo, es decir, que no cuenta su historia, sino la de otro personaje, asistiendo como espectador a sus vivencias. Lo escogí porque permite narrar la historia desde la distancia, tratando de desentrañar los misterios de Aliocha, un personaje que vive en París, en una distancia nebulosa, con un enigma que no se logra de descifrar.
Como escritor, ¿qué lugar cree que ha ocupado Coll en la escritura contemporánea en español? ¿Se le ha hecho justicia?
-Creo que su obra es de una experimentación difícil de igualar; en la literatura española y en cualquier literatura. Sin embargo, aun detectándose rasgos que hacen sus libros valiosos, sus novelas me parece que no tienen posibles lectores, a no ser los que se acerquen por curiosidad. En este sentido, yo no creo que haya que reivindicar su obra de ficción; aunque sí reconocerle su valía, y recordar también que fue un muy buen traductor y su obra ensayística -inédita creo que por completo- tal vez tenga interés.
¿Siente que a través de la ficción se pueden comprender mejor algunos acontecimientos? ¿Lo ha hecho con este relato? ¿Qué conclusiones ha sacado?
-Yo tengo cada vez teorías más flexibles sobre el tema de la realidad, la ficción o la autoficción, que es algo de lo que se habla ahora mucho en literatura; me doy cuenta que cada libro me pide un tratamiento distinto, o al menos lo admite. Para mí Aliocha es un personaje admirable y ejemplar desde muchos puntos de vista: desde el punto de vista artístico, por su entrega radical a su apuesta creativa, tan audaz y rompedora; desde el punto de vista vital, por su búsqueda de un modo de vivir libre y personal, que le permitiera entregarse a su vocación; y político, porque es un tipo que no cedió, que no pactó con nadie (y en la novela se señala, de forma más o menos clara, a lo que se conoce como Cultura de la Transición, con las alusiones a la Nueva Narrativa, a los cursos de El Escorial, o al Valle de los Caídos). Y digo político en un sentido amplio del término; toda literatura, toda actitud vital, es política, y la renuncia extrema indica una posición política.
¿Qué puede decirme de Atila, la última novela de Coll, y qué papel juega en su libro?
-El valor de Atila es, precisamente, que es su última novela, y que él había anunciado que una vez terminado su proyecto narrativo, se acababa el tiempo de la vida (una frase suya es ‘acabado el papel se acabó la vida’).
Está claro que no le va la literatura de consumo rápido, ¿prefiere los desafíos, las aventuras un poco inciertas?
-Supongo que lo que uno escribe tiene mucho que ver con lo que lee, y sí, me interesa la literatura cuidada en lo formal y otros aspectos, que no ponga su peso en exclusiva en lo que de forma habitual se llama trama o argumento.
¿A quién cree que puede interesarle especialmente su novela?
-Pues creo que es un libro que, teniendo una intención literaria -el resultado ya es otra cosa-, resulta accesible para cualquiera, y no creo que haya que ser algo así como un lector especializado para leerlo...
¿Qué respuesta está recibiendo de los lectores y críticos?
-Bastante buena, aunque es lógico porque es lo que me llega a mí; imagino que habrá gente que no tenga una opinión tan favorable y simplemente a mí directamente no me diga nada...
Ha trabajado en medios de comunicación y disfrutó de una beca en la Fundación Antonio Gala, ¿cuál es su ocupación actual y qué lugar ocupa la literatura en su día a día?
-La literatura ocupa un lugar muy importante en mi vida, claro, aunque uno no viva de eso ni por asomo. Pero a mí no me preocupa tanto vivir de escribir -que es casi imposible- como poder vivir de tal forma que uno pueda seguir escribiendo, aunque haya que pelear para sacar ratos libres. En cuanto a mi trayectoria, es más o menos esta: trabajé de periodista un tiempo, luego tuve una beca en la Fundación Antonio Gala, después hice colaboraciones, gané algún premio, me fui a vivir fuera, a Praga -entonces creyendo que podía mantenerme a base de premios y colaboraciones-, y desde hace un tiempo llevo temas de fomento de la lectura en el Ministerio de Cultura. Ahora estoy bien así, pero nada es para siempre, y las cosas suelen estar bien para un tiempo, así que en el futuro uno no sabe dónde acabará, pero supongo que siempre en temas relacionados con los libros. Sí creo que, para escribir cierto tipo de novela, más ambiciosa -o más larga- quizá me gustaría una dedicación completa, si puede ser, durante ese tiempo. Tampoco creo que uno pueda estar toda la vida escribiendo, un libro tras otro, como en una industria.
Como escritor, ¿qué influencias reconoce en su trabajo?
-En mi casa por suerte había una biblioteca grande, y empecé leyendo lo que había, sobre todo muchos autores del boom hispanoamericano. Luego he leído mucho y variado, clásicos y contemporáneos, pero la cita sería larga? Me alegró mucho que en el 2013 le dieran a Alice Munro el Nobel porque me parece una muy buena escritora (y porque el mundo de los libros ha estado demasiado monopolizado por los hombres, y de hecho se habla de una forma un poco tonta de literatura femenina o literatura de mujeres, como si fuera algo específico y hubiera cierto tipo de literatura o de música o de cine para mujeres y otro para hombres?) De los autores españoles que han aparecido en los últimos años, quizá Sergio del Molino -a quien no conozco de nada- me parezca que haya hecho cosas de las más interesantes, sin necesidad de leerlo con buenos ojos porque sea un autor todavía joven. Me parece que hay que ir dando nuevos nombres -no necesariamente jóvenes- porque en literatura pasa igual que en política: se forma un entramado en los años 80 que dura hasta ahora, y a veces -otras no- hay cierta necesidad de escuchar cosas nuevas.
¿Cuáles son sus proyectos?
-Estoy empezando una novela, aunque he roto varias cosas por el camino? En verdad, soy un escritor bastante lento, y esto hay que tomárselo con paciencia; ir leyendo y procurando disfrutar con la escritura sin obsesionarse. Sí me importaría que el siguiente libro, si lo hay, sea mejor que el anterior, y que sea algo con lo que esté de verdad satisfecho. Si no, no me veo con fuerzas de dar la lata a los amigos y a la familia y a la gente en general con otro nuevo libro. Y, además, ya hay muchos buenos libros editados y que merecen más lectores.