pamplona - “Me hace mucha ilusión ir a mi tierra con la obra”. Así comienza la conversación con Aitor Merino, entusiasmado con esta comedia romántica que, según cuenta, provoca carcajadas ensordecedoras. “A veces hasta llegan a parar la función”, cuenta de esta propuesta “muy cinematográfica” en la que lo de menos es que los personajes sean dos hombres y lo de más es el amor. Además de esta obra, el actor sigue viajando con Asier ETA biok, el documental sobre su amistad con Asier Aranguren que le gustaría haber podido exhibir en más salas del Estado, donde cree que “aun se mira hacia otro lado” cuando se propone debatir sobre ciertos temas.

¿Cómo llegó a ‘Smiley’?

-La obra se estrenó primero en Catalunya con Ramón Pujol y Álex Triola en el reparto. Nicolás Belmonte, de Pachesca Producciones, decidió con el director, Guillem Clúa, traer la obra a Madrid y me la propuso. En cuanto leí el texto, me pareció una obra estupenda y me tiré de cabeza. La estrenamos en el Teatro Lara en septiembre, tuvimos la sala a reventar durante un montón de fines de semana y luego fuimos al Maravillas, que tiene mucho más aforo, y también nos fue muy bien. Ahora tenemos esta gira por el norte, y estoy encantado.

La obra, en efecto, está cautivando al público, ¿cuál es el secreto?

-Es una obra que, aunque es puramente teatral, utiliza todos los recursos del cine clásico, en concreto de la comedia romántica tradicional, con el hecho singular de que cuenta una historia de amor entre dos hombres. Tiene muchas dosis de comedia, un sentido del humor muy particular, ácido, que hace que el público la adore. De hecho, en varios momentos se para la representación por las risas. La obra está escrita con mucha audacia y los dos personajes, Álex, que interpreta Ramón, y Bruno son totalmente distintos, pero, bueno, ya se sabe que los opuestos se complementan y, además, de alguna manera los dos inspiran mucha ternura.

¿Por qué?

-Porque no son los típicos personajes de una pieza, seguros de sí mismos, sino que cada cual tiene sus debilidades, sus manías y sus querencias muy marcadas, incluidas las filias y las fobias, y eso hace que choquen entre sí. Se atraen, pero se detestan.

Hábleme de Bruno, su personaje.

-Es un arquitecto enamorado de la literatura y sobre todo del cine clásico. Ha tenido varias relaciones y ninguna ha funcionado; ahora se encuentra en una edad y solo y, aunque cree profundamente en el amor, no termina de encontrarlo.

Hasta que se encuentra con Álex de una manera un tanto pintoresca.

-Sí (ríe). Tengo que añadir que mi personaje es un tío flacurrio, intelectual y que detesta los gimnasios y el rollo de la vanidad y el culto al cuerpo. Siente un gran menosprecio por ese tipo de gente. Y, precisamente, Álex es un tío aparentemente superficial que vive preocupado por su imagen y que regenta el bar Bero. Este acaba de tener un desencuentro con su pareja, le llama y le deja un mensaje en el contestador cantándole las cuarenta. Pero resulta que se equivoca de número y ese mensaje llega al teléfono de Bruno, que escucha lo que dice y le gusta. Así que le llama para contarle que se ha equivocado y que sepa que su novio no se ha enterado de que piensa que es un capullo. Entablan una conversación y deciden conocerse, pero eso ya lo verá el público. Solo puedo decir que desde el principio saltan chispas, para bien y para mal.

¿Contar una historia de amor entre dos hombres también es otra forma de normalizar esta situación desde el teatro?

-Guillem lo tuvo muy claro desde el principio y optó por no acentuar en absoluto que se trata de dos hombres, porque es una historia de amor común y corriente. Aunque sí se explican algunas particularidades de los encuentros que se producen entre homosexuales que usan las nuevas tecnologías. En la obra hay algunos momentos hilarantes en los que el personaje de Álex cuenta al público con qué tipo de tíos se ha topado en este tipo de encuentros casuales gracias a varias aplicaciones para móviles que existen. Son momentos muy divertidos. Aparte de eso, no hay nada peculiar, viene a ver la obra todo tipo de público.

En el fondo, ‘Smiley’ parece que nos habla de lo torpes, lo tiernos o los miedosos que somos todos ante el amor.

-Habla exactamente de todo eso, de lo torpes, de lo frágiles y de lo expuestos que nos quedamos cada vez que expresamos lo que sentimos o damos el paso para estar con la otra persona. Uno queda en paños menores a merced de la respuesta del otro. La obra se mete por esas callejuelas.

¿Y Aitor Merino es de los que cree en la leyenda japonesa del hilo rojo o, lo que es lo mismo, en que existe una media naranja adecuada para cada persona?

-La verdad es que no. Por supuesto que creo en el amor, pero no creo que haya una media naranja esperándonos a cada uno de nosotros, sino que la media naranja la tenemos que encontrar dentro de nosotros. Es la única manera de establecer una relación sana con otra persona, con otra naranja completa.

¿Qué significa el teatro en su vida y en su carrera?

-No hay nada igual que el teatro. Los actores y las actrices siempre decimos lo mismo: es una experiencia única y cada día es distinta. Y lo decimos de verdad, esto va más allá del tópico. Cada función es diferente, el público es diferente y se genera una conexión mágica entre lo que ocurre en el escenario y lo que sucede en la platea. Ahí sí que hay un hilo rojo invisible conectado con cada espectador. Puedes llegar a sentir cosas indescriptibles. Además, el hecho de poder encarnar a personajes que no tienen que ver contigo está muy relacionado con la idea de juego. Es una maravilla.

Parece que las tablas están siendo refugio de muchos actores porque la profesión sigue en momentos francamente bajos. Por no hablar de la situación de la cultura...

-La situación de la cultura en este país está, como todo lo demás, en estado comatoso. Y habría que añadir que desde las instituciones al enfermo se le están aplicando pociones ponzoñosas. En estos tiempos, es muy, muy complicado hacer lo que uno quiere y el teatro es una salida, pero tampoco se puede decir que sea la panacea, porque hay gente haciendo teatro en condiciones muy malas que a veces rozan lo indigno. Lo que pasa es que amamos tanto la profesión que somos capaces de hacer lo que sea por subir a un escenario, pero las condiciones que se dan ahora en muchos sitios son intolerables. Y yo no me quejo en absoluto, porque las que tenemos con Smiley son las mejores. La apuesta que ha hecho Nicolás Belmonte para que podamos hacer esta obra y girar con ella es un esfuerzo titánico porque es dificilísimo hacer que el teatro sea rentable.

¿Y es optimista respecto a los cambios que pueda haber este año después de todos los procesos electorales que se van a producir?

-Ufff (ríe), habrá que ver. Actúo como si fuera optimista. La única forma de cambiar algo es creer que se puede cambiar, así que prefiero no desanimarme. No nos lo podemos permitir.

Esta semana ha pasado unos días en un festival de Estambul con ‘Asier eta Biok’, ¿cómo está siendo la experiencia tanto de este certamen como de otros lugares del mundo donde se ha visto la película’?

-La acogida siempre, siempre, siempre es buena. Hemos estado en Argentina, Ecuador, Alemania, Indonesia, Uruguay, ahora Turquía y en más sitios y la acogida ha sido extraordinaria. El público disfruta con la película y se queda a los coloquios posteriores, donde tenemos ocasión de hablar del conflicto y de la situación que está atravesando tanto Asier como de la que vive el proceso de paz. Por ejemplo, el caso de Turquía ha sido curioso porque de alguna manera se daban por aludidos o trataban de evitar el tema del Kurdistán. En cada lugar se hace una lectura distinta. Está claro que la película no se entiende igual en Badajoz que en Zarautz o en Uruguay que en Alemania, pero lo importante es que da a conocer una situación de la normalmente no se habla, así que Amaia y yo estamos muy contentos.

¿Y se han sentido más arropados fuera que dentro del Estado?

-No, también aquí la película ha sido muy bien recibida donde se ha visto. Nuestra queja tiene más que ver con lo difícil que es en este país hacer cine no con propósitos meramente comerciales. Es una tarea de locos. Nadie te lo pone fácil porque lo que se busca es el negocio y la rentabilidad, y está claro que ese no es el caso de una película documental. Pero de lo que nos quejamos es que haciendo una película como la nuestra, en la que nos dirigimos a un espectador medio del Estado español o a personas que en principio no piensan como nosotros, no haya podido verse en ninguna sala de Andalucía, salvo en la Universidad de Almería. Es triste que tampoco se haya podido ver en Valencia, ni en Galicia; que en Madrid solo una sala apostara por nosotros, a pesar de que allí estuvo nada menos que cuatro meses y pico en cartelera...

¿A qué cree que se debe?

-Pues esto es muy significativo y dice mucho de cuán poco este país quiere reflexionar sobre sí mismo y hacer una autocrítica. No somos ilusos, sabemos que no interesa un debate en profundidad. No es que Asier ETA biok vaya a romper los cimientos de nada, es un debate pequeño, pero es que ni siquiera eso interesa.

Sin embargo, se están haciendo más películas sobre el tema, por ejemplo ‘De Echevarría a Etxeberria’.

-Interesantísima película que recomiendo porque ofrece un punto de vista distinto. Pero, en general, diría que pese a la complejidad de la situación y a la importancia que el conflicto ha tenido en la vida y en la política de nuestra tierra y en la española, me parece que fuera de Euskal Herria aun se quiere mirar hacia otro lado cuando se tratan ciertos temas. Si la película de Ander Iriarte no se pone en ninguna cadena de salas de ámbito estatal, ¿cómo llegará al público? El cine se hace para ser visto, no para que se quede en un cajón.

¿Y tiene previsto algún otro proyecto para seguir dirigiendo?

-Bueno, Amaia y yo, que siempre trabajamos juntos, ya estamos dándole vueltas a algunas cosas, pero todavía no son más que ideas. Tenemos una especie de caldero, en el que ambos vamos cocinando y que de momento solo tiene agua, pero ya vamos a empezar echarle algunas especias y ya veremos si con el tiempo de ahí sale algo sabroso y nutritivo (ríe).

La obra. Smiley.

Director. Guillem Clúa.

Elenco. Aitor Merino y Ramón Pujol.

Función. Hoy, a las 19.00 horas.

Premio en Ecuador. Asier ETA biok obtuvo varias nominaciones en los Premios Colibrí, máximos galardones del cine de Ecuador, y Amaia Merino, que reside allí desde hace años, se alzó con el de mejor montaje. “Merecidísimo”, en palabras de Aitor, su hermano y codirector del documental.