Ballet Nacional de España
Dirección: Antonio Najarro. Programa: Alento y Zaguán, música de Fernando Egózcue, coreografía de A. Najarro. Música: siguiriya, toná, cantiñas de Córdoba, guajira, milonga, tangos, soleá del mantón (terminada en bulerías), bulerías?. Coreografía: Blanca del Rey, La Lupi, Mercedes Ruiz, Marco Flores. Baile: Inmaculada Sánchez, Fco. Velasco, Aloña Alonso, Eduardo Martínez, Mónica Iglesias, y Esther Jurado, al frente de un extenso reparto. Toque: Enrique y Jonathan Bermúdez y Diego Losada. Cante: Sebastián Cruz y Jesús Corbacho. Percusión. Roberto Vozmediano. Programación: Flamenco on fire. Lugar: Sala principal del Baluarte. Público: tres cuartos de entrada.
antonio Najarro ha conseguido un elenco sumamente disciplinado y atractivo, con origen y llegada en el flamenco, pero capaz -aprovechando esa cohesión de grupo- de expandirse a otros mundos dancísticos. En la primer parte presentan Alento, un divertimento en el que, siempre con el zapato flamenco de fondo, se adentran los bailarines en el musical de Broadway, hacen guiños al claqué, emulan las cuadrillas neoyorquinas, y se atreven con alguna elevación de ballet clásico, e incluso, de corte contemporáneo (la diagonal de las sillas, por ejemplo). Todo para bailar una música sinfónica y rítmica, un poco pastiche (o sea, mezcla de influencias, no se entienda mal) que va del romanticismo a Berstein, pasando por algo de minimalismo y tradición flamenca. Lo mejor, sin duda, vino de los fragmentos rítmicos, con el un cuerpo de baile masculino que aportó fuerza, chulería y descaro, según el tema, y un elenco femenino, como siempre, de luminosidad, elegancia, picardía y dramatismo, que también lo hubo. Todos cuadrando simetrías, de ritmo cortante y de plantes, verdaderamente admirables. Los pasajes más líricos, sin embargo, se quedan por debajo de los reguladores crecientes que impone la música. Gustó, no obstante, a la mayoría del público, esta excursión fuera del barrio flamenco.
Pero lo que realmente atesora esta compañía es el flamenco. Zaguán, que ocupaba la segunda parte, es una extraordinaria muestra de palos fundamentales; algunos que apenas se bailan: de ahí la importante labor del Ballet Nacional en conservarlos (guajira, mantón, bata de cola?). Aquí la compañía es invencible: con una disciplina interna de movimiento de grupo, sin embargo, el espectador puede fijarse en la individualidad -siempre esencia de flamenco-. Quedan las manos a la altura de arboleda, cuando se quiere impactar conjuntamente, pero luego la bailarina de la izquierda o la del fondo, hacen sus mariposeos; recorren la horizontal como un batallón de ritmo, pero luego, la vista se va al bailarín del fondo, o al giro especial de la bailarina de frente? Hermoso conjunto de individualidades. Esa es la esencia. Y luego están los solos. Hay que empezar por la sublime envergadura de brazos de Esther Jurado y el baile del Mantón: hace falta fuerza física para blandir la prenda, pero sobre todo arte; Jurado hace lágrimas de los flecos, pero también colgantes de feria, y va de monja a chulapona, de tapada a descarada, cuando se lo pone? y además taconea y acota y alarga el espacio con la tela. Parecerá este comentario un poco cursi, pero este baile hay que verlo, es difícil describirlo. Importante, también, el manejo de la bata de cola de Mónica Iglesias, y su capacidad de envolver al bailarín, de ir y venir marcando el terreno, como las leonas. Y la guajira, un poco deconstruida, pero muy original, tanto en el cante como en el baile (solo hombres). La guajira -cante de ida y vuelta- es uno de los cantes más difíciles de matizar, ha caído en desuso -últimamente Curro Piñana la borda- y requiere entonaciones variadas y conjugadas, y así se hizo: imposible medir la melodía de los cantaores, y sin embargo la guitarra cuadra con ellos un ritmo implacable. Hay que decir ya que la parte musical fue magnífica, y esta vez (Laus Deo), con una megafonía aceptable al oído. El baile de la guajira y la milonga fue sobrio, y sin embargo de aire caliente. Los tangos de la Lupi, y el final, lucieron al cuerpo de baile, de nuevo. El vestuario, magnífico, no reventón, sino acomodado al baile, y elegante. Terminó la función en meditativo tic-tac que marcan los bailarines: no se sabe si de metrónomo, de ritmo del corazón, o de paso del tiempo. Es lo mismo. Porque el público terminó de pié en una ovación interminable.