pamplona - Además de las dos funciones de este espectáculo, la payasa de Valls (Tarragona) ofrecerá un taller del 5 al 8 de octubre, con las plazas agotadas. El tirón de esta profesional es indudable y, aunque desplegará todas sus herramientas ante los alumnos, dice que en estas actividades “aprende mucho más de lo que enseña”. Y avisa de que está “recontenta” de volver a Navarra.

¿Cómo se le ocurrió llevar a este personaje clásico al terreno del clown?

-Cuando empiezo una creación, doy muchas vueltas. Reúno un montón de piezas de puzzle que luego a veces no sé ni cómo ordenar (ríe). Y en este caso me cayó en las manos un librito que en castellano se llama El libro de la vida y, en francés, J’attend (Yo espero). Es una de esas publicaciones mal llamadas para niños que no tiene palabras y lo cuenta todo con un hilo rojo que va diciendo “espero a hacerme mayor”, “espero el amor”, ‘espero...”. Me pareció un punto de partida precioso y pensé “¡es Penélope!”, esa mujer que teje de día, de noche, y no hace más que esperar. Así empezó toda la aventura de darle mi punto de vista, de mostrar qué es lo que mi payasa opina de esto, qué es lo que no está dispuesta a hacer por amor.

¿Cómo es esta Penélope?

-En esta historia, yo soy Pepa y quien se va es Ramón. El espectáculo empieza con un portazo y, aunque es un drama, aquí empieza a funcionar la facilidad para jugar que tenemos los payasos. Mi personaje se pregunta “¿y si soy Penélope?”, porque es mucho más divertido que ser ella misma en ese momento. Y fabula sobre lo que haría Penélope. Porque es mejor ver cómo eso le pasa a otra y no a ti, claro. Hasta que al final mi payasa se cansa y dice que ya no espera más a Ramón, que se vaya a la porra (ríe).

En ese sentido, es una Penélope más feminista; entra en acción.

-Sí, a mí me apetecía que ella debía decir basta, que tenemos que cortar las cuerdas cuando nos da la gana o cuando nos atan de maneras que no son correctas.

Por cierto, Pepa, ¿clown o payasa?

-Si hablo en castellano, en catalán, en portugués o en italiano voy a decir payasa, porque me parece una palabra preciosa y, además, tiene género. Y si hablo en inglés o en francés diré clown. Si significa lo mismo, me da mucha rabia perder palabras por el camino. Además, dignificamos el oficio trabajando bien, no cambiando los términos. Y tampoco hay que olvidar que, en realidad, el clown es solo un color del payaso, el de la cara blanca, el augusto de nariz roja.

¿Y cómo recibe que la sociedad en general use el término payaso como insulto?

-Bueno... Últimamente me pasa que me entristece porque denota una magistral falta de vocabulario. Hay insultos preciosos, adecuados (ríe). Insultar está muy bien cuando estás enfadada. Cretino, imbécil, cantamañanas... Hay un montón, uno para cada ocasión. Y cuando ves que una persona solo usa payaso para insultar, piensas qué poco vocabulario y que a ese señor o señora se le deberían enseñar unas cuantas palabras más. Y acepto que los payasos somos ridículos, patéticos, frágiles, tontos, pero hacemos reír. Es un oficio precioso que conecta con el enanito que llevamos dentro, con la infancia, con ese ser vulnerable. En el fondo, lo que hacemos los payasos y las payasas es poner un espejo ante el espectador, de esta manera le decimos “sí, tú te ríes conmigo, pero a ti te pasa lo mismo”. En ese sentido, todos somos payasos y payasas.

¿Cómo es la estética que nos vamos a encontrar en Penélope y qué otros elementos suma al espectáculo?

-En mis espectáculos siempre reivindico mi feminidad; mi payasa es súper presumida y tiene un montón de detalles. En este espectáculo, además, hay un pequeño toque de magia para el que me ha ayudado Mag Lari, que es un regalo de la vida. No es que haga magia, pero sí que ocurren algunas cositas. Y también uso la manipulación de objetos. Al estar sola necesito partenaires (ríe) y en este caso, por ejemplo, en un momento me comunico con un perro; bueno, es un pájaro que tiene complejo de perro (ríe).

¿Qué lugar diría que ocupa Penélope dentro de su trayectoria?

-Es mi cuarto espectáculo en solitario y me doy cuenta de que es bastante maduro. Así como De Pe a Pa era pura locura, cabaret y no había nada que perder; y en Giulietta contaba toda mi historia, blablabla, hablando muchísimo, en Penélope siento que todavía no he hecho el espectáculo de mis sueños, pero que se va acercando al que quisiera hacer de mayor (ríe). Este es un montaje con menos texto, que me ha regalado poder viajar a países que tienen lenguas que no hablo, como Finlandia o Dinamarca, y en los que, aunque no sabía pedir la cena por la noche en el restaurante, podía hacer reír a un patio de butacas. Y eso es mágico.

¿Qué relación mantiene con el público durante las funciones?

-¡Total! En un espectáculo de payasos o payasas no hay cuarta pared, o al menos es como yo entiendo este oficio. Desde el primer momento llamo a la puerta, pido permiso para entrar y me reúno con los que han venido. Yo lo que quiero es seducir, que me quieran. Si me quieren, se van a reír conmigo. En todo momento soy consciente de que el público está conmigo; pero que nadie se asuste, no saco voluntarios, el escenario es para mí sola (ríe), aunque necesito su complicidad.

¿Hay alguna sensación que se parezca a la de escuchar al público riéndose con su payasa?

-Ay, esta pregunta no me la sé (ríe). El escenario es muy heavy y no creo que haya nada igual, lo que más se parece a esa sensación es hacer puenting (ríe).

¿Y cómo es Pepa Plana cuando se quita esa pequeña máscara de la nariz, tiene mucho que ver con la payasa?

-¡Todo! Lo que pasa es que en la vida no ejerzo de payasa las 24 horas, lo encontraría agotador, pero mi payasa soy yo. Eso es lo grandioso de los payasos, no somos personajes, somos seres, cada uno emite desde su satélite, desde su planeta. Y es maravilloso, porque no hay dos payasos iguales. Un actor interpreta a un personaje, pero yo juego a ser Penélope o Giulietta, pero sin perder de vista a Pepa.

Sin duda, Pepa Plana ha dado visibilidad a las payasas, ¿queda mucho por hacer para poner en valor el papel de las mujeres en este arte?

-Cuando se montó el Festival Internacional de Payasas de Andorra, en 2001, sí que era muy consciente de que estaba empezando algo grande y de que era imprescindible hacer estas citas de género porque necesitamos ser visibles. No queremos inventarnos ríos paralelos, sino entrar en el río normal, en el río grande, pero primero tenemos que decir que estamos aquí. Y, dentro de mi ingenuidad, pensé que el festival estaba consolidado, después de diez años y con 80 payasas de todo el mundo en cada edición, pero con los primeros reveses de la crisis económica cuántas manifestaciones en femenino se nos han caído... Estos escaparates siguen siendo necesarios porque no estamos tan bien como creemos. En los festivales nos damos cuenta de que si tienes la suerte de ser invitada, continúas estando sola. Y pasa lo mismo con la programaciones en general. Si ahora miráramos la cartelera de teatro de cualquier ciudad, ¿cuántas directoras, dramaturgas, actrices, escenógrafas habría? El desequilibrio es enorme y estamos hablando de arte, de cultura, donde no deberían pasar estas cosas, pero pasan.