PAMPLONA. Lejos quedan esos tiempos en que se dejó arrastrar por un tren sobre las vías a 80 km/h con una cuerda sujeta al último vagón, en 1988, o en que atravesó, aquel mismo año, un túnel de fuego de 101 metros dentro de un ataúd. Pero sigue siendo el mismo artista entusiasta y apasionado, ingenioso y arriesgado. Solo que ya no le interesa provocar por provocar. Ahora -desde hace ya mucho tiempo, en realidad-, aunque a veces siga provocando, lo hace con un noble objetivo: contribuir a mejorar el mundo.

A sus 56 años, John Otazu vuelve a las calles para expandir su visión ética del arte. Para reivindicar que la belleza no solo es estética, sino que es y debe ser, ante todo, ética. “No hay arte más bello, más hermoso y más valioso que darse a los demás. Que hacer una acción social que ayude a alguien o le haga sonreír”, dice convencido y nada preocupado por si le toman por loco o le sepultan como artista. Él a lo suyo. Y desde hace ya mucho tiempo consiste en “intentar hacer algo muy complejo: reinterpretar la belleza. Porque hay una sublimación constante de la reinterpretación de la belleza hacia la estética, y en estos tiempos tan podridos y con políticas tan deshumanizadas, en los que 7.000 personas mueren al año por pobreza energética, necesito cambiar esa sublimación que se hace de la estética por algo más divino: la ética. Reinterpretar el arte desde las acciones sociales, intentando ser cada vez más honesto, ayudando a la gente que lo necesita”, sostiene mientras muestra su última invención: un triciclo eléctrico al que le ha acoplado una estructura que sirve de soporte expositivo mientras él va de un lado para otro, expandiendo por las calles de la ciudad que es necesaria una nueva mirada al mundo. “Me veréis desde ya mismo por la Plaza del Castillo, Tricicleando con Arte -así se llama esta performance- la ciudad, mostrando mi obra de esta manera itinerante y pintando en vivo, abierto a la interacción con la gente. Porque lo bonito del arte es la interacción. Quiero escupir mi mensaje, que es necesario creer que es posible cambiar el mundo. Yo lo creo”, dice Otazu, activo en varias PAHs (Plataformas de Afectados por la Hipoteca). Él, que se ha movido en las altas esferas del arte, con la “clase pudiente”, hace ya mucho que tiene una necesidad imperiosa de estar “en contacto con el pueblo llano”. Con él quiere interactuar a través de las nuevas performances que presentó ayer a los medios de comunicación en una rueda de prensa celebrada en su estudio artístico, situado en Berriozar (Kaleberri, 14). Un lugar, dice, abierto a todo el que quiera pasarse por allí a participar en acciones performativas como la que denomina Favor X Favor, y en la que hace descuentos de su obra de hasta el 99% a cambio de que el comprador se comprometa, “firmando un contrato emocional”, a hacer un favor a alguien: “A quien quiera y cuando quiera. Queda para su conciencia si lo hace o si no, eso es lo interesante”.

Con Tricicleando con Arte estará presente esta Navidad en la Cabalgata de Reyes de Berriozar, compartiendo su forma de ver el mundo con los asistentes al desfile. Y otra performance en la que está activo es Evolución e involución de la especie, con la que denuncia “la falta de empatía y civismo”. “Llevo más de nueve años sufriendo en mi estudio el desquicio que supone la entrada de agua, que se filtra a través de una terraza de la comunidad de vecinos de Donamaría 1. Lejos de montar en cólera, he puesto mi otra mejilla. He demostrado paciencia e incluso he hecho a estos vecinos muchos favores. Todo documentado, canalizando esta amargura y desesperación en arte. Y esto me hace evolucionar”, afirma, al tiempo que no esconde que le encantaría “tener mucho dinero, mucho poder político, porque es la única manera de ser muy eficaz en la lucha por cambiar el mundo”.