pamplona - Habla con el orgullo, casi herido, de quien sabe que su padre fue una de las figuras míticas de la música española pero que, como suele suceder en estos lares, ha sido casi desterrado de la memoria. Como buen hijo, Juan Valderrama Jr se está encargando de que no sea así y, con el arte que corre por sus venas, pone de nuevo sobre las tablas sus canciones y su vida.

El ala de este sombrero da cobijo a una de las figuras más grandes del flamenco, Juanito Valderrama. Pero esta obra, bajo el hilo conductor de su vida, no solo es un reflejo de la misma sino de la propia historia de España. Al margen de sus recuerdos y vivencias supongo que el ejercicio de documentación habrá sido muy importante.

-Claro, con la fortuna de que la fuente estuvo a mi lado treinta y tantos años. Yo, como nunca fui un niño... Es decir, fui un niño entre mayores, entre adultos, el menor de cinco hijos, por lo tanto viví el mundo de mi padre desde muy chaval. Fui un accidente y llegué cuando él tenía la edad de ser mi abuelo, por lo tanto, me llevaba a la carreras de galgos, a las cacerías, a las tertulias del Wellington, a sus giras... Y eso hizo que me empapara hasta el punto de que yo, con doce años, no sabía quién era Bono, pero sí quién era la Niña de los Peines. Todo eso me ha impregnado de tal manera que me ha sido muy sencillo. Luego está la documentación que haces para el contexto histórico, porque los episodios principales coinciden con los momentos fundamentales de la historia de este país en el siglo XX.

Apunta que es muy sencillo, pero por muy grande que sea el citado sombrero, es imposible que quepan sus más de 700 actuaciones grabadas, sus siete películas y sus cientos de discos...

-Juanito Valderrama tiene más de 1.000 obras registradas en la SGAE y 476 discos. Hubo épocas en las que mi padre grababa un disco casi a la semana. Hasta el punto de que todavía no se ha datado una discografía completa de toda su obra, pero estoy trabajando en ello y se la voy a regalar al mundo yo, con su discos perfectamente clasificados, su biografía, sus imágenes... Y es que no tiene ni siquiera un museíto en su pueblo (Torredelcampo, Jaén), así estamos en este país.

Ante semejante cantidad de información, ¿cuál ha sido el criterio para dar forma a la banda sonora de este espectáculo?

-Realmente, no he querido contar pormenorizadamente la historia de Juanito Valderrama, él ya tiene una biografía que escribió Antonio Burgos y que está muy bien. Este espectáculo es una memoria sentimental de un tiempo que ya pasó, que ya se vivió; y es un tiempo muy goloso, porque es muy auténtico, y pasan muchas cosas. Y él fue un superviviente. Yo he cogido su obra musical, y la de otros artistas con los que se cruzó a lo largo de su vida, como hilazón. Para mí, la historia más brillante de este país se produce entonces, porque a partir de los 80 la música cambia y nos colonizan los sonidos foráneos; pero hasta los 70 todo era muy de aquí, muy cañí. En esos años nacen y se desarrollan una serie de artistas que eran muy autóctonos, muy nuestros, unos supervivientes, unos héroes. Entre ellos, mi padre. Yo me guío por su música pero es que él nace en 1916, en un momento en el todavía no sabíamos si éramos monárquicos o qué éramos, y después llegaron las repúblicas, la Guerra Civil, la posguerra, el franquismo, la transición... Porque mi padre vive casi 100, años, 87 concretamente, y este espectáculo va posándose en momentos cruciales de la historia del país bajo el ala del sombrero de uno de sus artistas supervivientes y desconocidos, porque Juanito Valderrama es un gran desconocido. Respondiendo a tu pregunta, era muy tentador hacer de Juanito Valderrama, pero quedaría ridícula esa suplantación. Por eso, he seleccionado lo que él recordaba de su infancia, el Niño de Marchena y los cantes de los segadores y las temporeras; luego cogí sus primeras grabaciones junto a Sabicas y Montoya, que de alguna manera lo hacen famoso hasta que estalla la guerra; posteriormente elegí canciones que le cambian la vida, que son las que le escribieron Antonio Quintero, Rafael de León y Manuel Quiroga, así como las primeras que empezó componer y el Emigrante, y también algunos temas que ilustran aquella época en la que cantaba en la radio. El espectáculo termina con una pieza inédita, un poema que se llama El hombre que llevo puesto, que lo podría haber escrito Machado y que yo me lo encontré una mañana, arrugado, porque él estaba con una gran depresión, ya que no le llamaban, nadie se acordaba de él, le habían cerrado las puertas de los festivales porque el purismo le había hecho una especie de apartheid y el flamenco lo había defenestrado completamente, por lo que en casa estábamos atravesando una época muy difícil, prácticamente arruinados. Y eso coincide cuando yo estaba estudiando en Pamplona, sin poder estar a su lado todos los días, apoyándole y ayudándole.

Pepe Habichuela me decía en una entrevista que Juanito Valderrama había sido el padre de todos los grandes cantaores, desde Camarón hasta Enrique Morente, pero que le tocó vivir una época en la que el flamenco “no tenía mucha vida, y se tuvo que echar a la copla”.

-Se echó a la copla igual que Caracol, que triunfa con La niña de fuego y La salvadora, se hace rico. Los cantaores de flamenco nacen y mueren cantaores. Lo que sucede es que hacen muchas cosas, y las hacen muy bien. Juanito Valderrama tenía unas cualidades intelectuales y vocales que le permitían hacer muchas cosas. Y lo único que hizo fue adelantarse a su tiempo, escribirse su propio repertorio antes que nadie y cantar coplas antes que casi nadie del ámbito del flamenco, porque hasta él, el antecedente masculino de la copla había sido Miguel de Molina, que era un personaje totalmente opuesto en la estética y en todo a mi padre. Entonces, para ellos, la copla era ascender a artista de masas, es decir, lo mismo que le ha pasado a Poveda, que se ha convertido en una estrella cuando ha cantado copla y bolero. Juanito Valderrama lo único que hace es querer prosperar, sin abandonar nunca su faceta de cantaor de flamenco, porque cuando se subía a un escenario cantaba flamenco, y siguió grabando flamenco, pero la pasta y la fama estaba en la canción española, y como lo hacía muy bien, pues le fue muy bien. Y eso, el purismo, que son los que fuman puros, como decía Morente, no se lo perdonó. Si tú tienes que utilizar un arma arrojadiza contra él, solo puedes agarrarte a eso, a cosas que hizo que no estaban a la altura de su calidad artística... pero es que no tenía subvenciones, como hay hoy.

Entiendo, por tanto, que uno de los objetivos del espectáculo es recuperar y poner el valor su figura para las nuevas generaciones, que quizá ya ni sepan quién es o su única referencia sea El padre coplillas...

-Eso va implícito. Fíjate, el otro día estuvimos en la exposición del centenario de Gloria Fuertes... de la que nos hemos quedado con aquello de “el perro ladra, el gato maúlla”, y cuando se murió, la noticia fue “ha muerto la autora de un globo, dos globos, tres globos...”. Joder, y Gloria Fuertes era una poetisa genial. Y con mi padre pasa igual, detrás del Padre coplillas hay un pedazo de cantaor de flamenco. Mira... (saca el móvil y enseña un intercambio de mensajes con Miguel Poveda que termina con “¡Valderrama era Dios!”). Pero es que, como digo, a Juanito Valderrama lo han intentado enterrar, porque en el flamenco sigue habiendo una mano negra que maneja la cuna, además de que los artistas flamencos de aquella época son un poco desconocidos. Así, este espectáculo ayuda a conocer un personaje absolutamente fundamental en la música de nuestro país, y sobre todo muy divertido e interesante.

Varios de los que participaron en el disco homenaje a su padre, Juanito Valderrama 1916-2016, se mostraron preocupados a la hora de cantar en el mismo debido a la exigencia que requerían las canciones. ¿Cómo se enfrenta Juan a esas mismas composiciones?

-Es que para mí son el cuarto de estar, la cocina, el salón, yo vivo en ellas. A mí me enseñó mi padre a no imitar, a no copiar, a interpretar... Yo, desde mi sensibilidad y con mis facultades, adapto las canciones y las canto como las siento. Para mí eso es un artista, lo otro es un imitador. Y para eso te vas a Tu cara me suena. Pero yo no soy eso. Y ahí está también el trabajo que hicieron todos lo grandes artistas que participaron en ese disco, que tuvieron que comerse la cabeza y darle la vuelta, pero como son unos genios, lo han hecho muy bien.

Cuando uno recuerda, interpreta y pone en escena la vida y obra de su padre, los sentimientos y las sensaciones se multiplican, ¿es difícil contenerlas o es bueno que a veces que la emoción se desborde?

-La emoción es la gasolina que nutre y hace que este motor gire. Nosotros no somos cirujanos, somos artistas, y no estamos detrás de un cristal. ¡La gente se emociona mucho y llora, tío! Pero no personas mayores, jóvenes. Y eso lo veo, lo siento y lo noto, y me esparramo, me dejo llevar. Y cuando acaba el espectáculo, a veces me pego una pechá de llorar en el camerino yo solo que tengo que esperar un buen rato para poder saludar a la gente. Pero es que si no hay eso, no hay verdad, y si no hay verdad, es una mierda. Este espectáculo lo haré mientras pueda, un tiempo nada más, porque si no me voy a volver loco.

A estas alturas, hablarle del peso de su apellido, cuando ya atesora una incontestable y exitosa carrera en solitario, es casi tontería, pero supongo que en su día, vender 80.000 copias de su primer disco habría ayudado mucho...

-Con eso dije: “¡Ya está!”. Pero lo que pasa es que luego se murió, justo cuando teníamos tantos proyectos por hacer juntos... Se me murió. Y él era mi amigo, mi consejero, el que se sentaba a mi lado, y discutíamos, y estábamos todo el día manoseando las canciones. Y cuando se me murió, me di cuenta de que había muchas cosas que hacerle a él, porque él se estaba desviviendo desde hacía años en hacerlas por mí, porque yo estuviera ahí, me puso ahí; me puse yo pero me puso él. Si no, yo hubiera sido periodista y estaría donde tú estás, no hubiera dado el paso. Si lo di fue porque él me dio la confianza, el consejo y el ok, y entonces fue cuando me lo creí. Por eso, cuando se muere, veo que se va al olvido, que queda un gran vacío... Le negaron la cátedra que necesitaba para impartir sus conocimientos, le han hecho mil perrerías, lo han obviado... Y me doy cuenta de que mi padre se va a diluir en la historia, va a quedar como el de El emigrante, dos fandangos y el padre coplillas. Y eso me lleva a abandonar un poco mi carrera y centrarme en ponerle donde yo creo que debe estar.

Si hubiéramos hecho esta entrevista hace diez años le diría que con Sabicas sucedía lo mismo en Pamplona, ahora gracias, por ejemplo, al festival Flamenco on Fire, se está recuperando su memoria... Lógicamente, como viene a Pamplona, debo preguntarle tanto por sus recuerdos del guitarrista de la Mañueta como por lo que su padre le contaba de él.

-Sabicas, cuando venía de Nueva York, iba a mi casa. Con Sabicas graba un cuplé por bulerías, que se llama Mi Carmela, y yo lo hago en la obra, respetando la falseta de Sabas. Para mi padre era Sabas, no el tío Sabas ni leches. Y se quitaban el cigarro el uno al otro. Mi padre lo conoció cuando era un adolescente y Sabas tendrían entonces unos 18 años. Y conoció al padre de Sabicas, y durmieron en la misma cama, en la pensión, para ahorrarse pelas, y lo vio triunfar, y huir e irse a Nueva York. Pero cuando volvía a Madrid, comía en mi casa. Y yo le preguntaba a mi padre: “¿Ese toca bien?”, y me respondía: “¡Que si toca bien!”... Recuerdo una conversación, en la que mi padre le decía: “¡No puede ser mejor que tú!”. Y Sabas le contestaba: “¡Es mejor que yo veinte veces”. Hablaban de Paco de Lucía. Sabicas tocó el día que mi padre debutó en el Metropolitano con 15 años.

Periodista y cantante, ¿cómo se ha preparado para ejercer de actor?

-No soy actor en esta obra, soy un narrador, cuento una historia. He sido actor en una película, pero en este espectáculo soy Juan Antonio contando una historia y cantándote. Pero no interpreto a nadie, en eso he sido muy estricto, no hago de nadie.

Si tuviera que destacar alguna de las enseñanzas de su padre, ¿con qué se quedaría?

-La verdad. Buscar la verdad en el arte. A no copiar. Y, sobre todo, disfrutar del arte por el arte mismo. Para mi padre, el momento más feliz de su vida era encima de un escenario. Ahí todo merecía la pena, y todo lo malo quedaba olvidado, cuando se subía a un escenario. Ahí, aquel anciano desaparecía, se ponía derecho y aparecía el artista. Yo no me lo creía, ¿qué era lo que le iluminaba que lo convertía en un gigante de un metro sesenta?

Para terminar, era inevitable que esta obra acabara convirtiéndose en un disco, y que éste fuera grabado en directo.

-Grabarlo en directo era lo más cómodo, echar a andar las máquinas y es coger de entre ocho funciones lo mejor de cada una. Yo intenté ser solo el guionista de esta obra, pero no encontré un cantaor que contara ni un contador que cantara, así que al final lo tuve que interpretar yo, pero esa no era la idea inicial, porque creía que iba a ser más creíble si lo hacía, por ejemplo, Echanove, que si lo hacía Valderrama, porque yo soy su hijo. Ese es el reto, superarlo y que cuando la gente salga del teatro se le haya olvidado que yo soy su hijo. Pero hasta ese momento, me lo tengo que currar, porque su hijo dice muchas cosas, y yo no oculto nada, hay luces y hay sombras.