pamplona - “Pirenaica. Catorce crónicas de la cordillera (geoPlaneta, 2018) es el nuevo relato de Ander Izagirre, “catorce etapas de mar a mar, catorce crónicas de la cordillera. Montañas medio mágicas y hombres medio osos, un pueblo de pescadores chiflados y un Tour sin un solo cuerdo, una aldea cubista y un viento surrealista, osos eslovenos y peregrinos coreanos, una guerra que empezó por una señal de Stop y otra que acabó por tres vacas, monstruos tímidos y camareros gruñones, un país enano entre montañas gigantes, emperadores enamorados y condesas pelirrojas, héroes de mentiras y esclavos de verdad”. Todo eso es, según el autor, Pirenaica.

¿Qué necesidad tiene un escritor de seguir sudando después de haber escrito el libro?

-Me parecía bonito proponer alrededor del libro una excursión en bici porque lo que cuento en el primer capítulo es que las carreteras más frecuentadas por los ciclistas de aquí tienen una historia detrás que la gente no conoce. He escrito sobre esas carreteras hechas por presos y me apetecía proponer una excursión para ver los restos que, si uno no conoce la historia, no ve, como por ejemplo, el búnker de Arkale. Nunca había estado y es un sitio impresionante. El que sigue una huella debe un agradecimiento y los que disfrutamos de esas carreteras deberíamos saber que fueron hechas en condiciones terribles.

Cuando le llega la propuesta de escribir, ¿qué le empuja a aceptar?

-Que decidí qué quería hacer. Planeta quería que hiciera algo con ellos y pensamos varias posibilidades. No quería hacer una guía del Pirineo ni tampoco contar las aventuras de un cicloturista, porque creo que no tiene mucho interés ni sentido. Vi la posibilidad de un pequeño disfrute, el de andar en bici, y de un pequeño reto, de recorrer territorios bastante conocidos, sobre todo la mitad occidental, pero descubrir historias poco conocidas e interesantes desde la primera subida, en Jaizkibel, donde encuentras una potente que pocos conocen.

¿Cómo se prepara Pirenaica?

-Si es para escribir, un viaje en bici tiene un trabajo previo de producción. Quería que cada etapa fuera un tema pirenaico. Si quería escribir sobre osos, un tema socialmente muy potente, y quiero hablar con el mayor experto en osos, lo tengo que buscar y quedar con él para que me lleve a los sitios interesantes y me sugiera la ruta. Hice varios contactos y tenía planes establecidos con cierta flexibilidad. Lo bueno de viajar en bici es que dependes del mal tiempo, que te obligue a quedarte en un pueblo que no tenías pensado, que en el bar leas la prensa local y descubras una historia de unos desprendimientos y eso te lleve a una historia del siglo XVIII en ese desfiladero. Acabas escribiendo un capítulo que no esperabas sobre un valle muy aislado, la república de los pastores que llamo en el libro. Incluso el mayor experto en osos, el biólogo Marc Alonso con el que quedé en Arán, me dio contactos muy buenos para la última etapa en Cadaqués, como el del carpintero de Dalí.

El viaje empieza en esas carreteras “inútiles”, terroríficas y maravillosas. ¿Cabe la maravilla en el terror?

-Es justo lo que más me gusta de este tema. Estas carreteras son tan bonitas para un ciclista porque no están pensadas para que la gente vaya cómodamente en coche, sino por un criterio militar de los años 40. Nadie va en coche, porque son más largas y reviradas. La carretera de Jaizkibel es inútil para ir de Donostia a Hondarribia o Irun. Vas por Gaintxurizketa. Quien va en coche es porque va de visita. Si haces esa carretera, preciosa y tranquila para andar en bici, es porque quieres llegar a unos fuertes militares y solo lo pudieron hacer porque tenían miles de presos como mano de obra barata o prácticamente gratuita. La belleza y el terror indisolublemente unidas.

La legendaria fuente de Roldán que en realidad fue otra a la que se le llama así hoy, el oso del Pirineo reconvertido en un logo comercial, el fotógrafo que espera al ciclista aficionado en el Tourmalet para venderle la foto de su llegada? ¿La principal autoridad es el turismo?

-Es un fenómeno más amplio. El turismo también se basa en la narración. Es la fuerza de las historias para cambiar la vida de la gente. Vas al valle de Arán a hacer turismo porque se está recuperando el oso y da una imagen de territorio muy bien cuidado. El turismo lo utiliza. Me fascina que haya 60.000 personas al año que cruzan un collado del Pirineo y no el de al lado para ir a Roncesvalles. Eso es por una historia inventada en el año 800 y pico, cuando el Reino de Asturias necesita una historia que anime a la gente a luchar contra los musulmanes y dicen que ha aparecido la tumba del Apóstol en esas tierras. Es un mito, no tiene fundamento, pero es tan fuerte que hace que se construyan ciudades, vaya gente de toda Europa y que hace que hoy te encuentres con coreanos, brasileños? Es la misma estrategia del turismo: la narración. El Pirineo es una cordillera con mucha historia humana, el Tour es una narración? Me interesa cómo la historia modela los paisajes y la vida.

Si fuera el rey astur Ramiro I, que impulsó el Camino de Santiago, ¿qué mito impulsaría hoy?

-(Se lo piensa) No me interesa mucho ser el que crea ese mito, porque sirven a un interés, en este caso el político y estratégico de un reino cristiano medieval. Ese señor quería que la gente fuera a la guerra y fortalecer su reino. Para eso inventó una historia de protección divina. Como tengo ambiciones más modestas que crear un reino cristiano medieval, tampoco me interesa mucho. No sé muy bien qué fomentar... No quiero mover a la gente a hacer nada concreto. Creo que al revés: mi trabajo como periodista es seguir la huella. No me creo las historias, las sigo, cuento las que han quedado entre piedras y bosques. No tengo interés en ser Ramiro I, prefiero ser el monje Aymeric Picaud que siglos después recorre ese camino y cuenta lo que va viendo.

¿Qué fue lo más difícil del viaje?

-A ver, es un viaje de exigencia física, obviamente, pero voy de paseo, así que no tiene relevancia. A veces estás pendiente de encontrar bien el tema, las fuentes, el contacto? No tengo ningún momento así de atasco o dificultad. Al revés: lo bueno de estos viajes y escrituras más libres es que algo que te estropea un plan puede venir bien. En el libro hay una etapa de 20 kilómetros porque me pilló una tormenta y me cambió los planes. Incluso un pinchazo, el único que tuve, casi en el último kilómetro cuando decidí hacer una última subida inútil. En la vida práctica es un inconveniente y en un viaje te viene bien. Dudé en escribirlo, porque parecía forzado, como si me viniera bien narrativamente. Dificultades no tuve más que las típicas del trabajo. Tuve más en casa con los textos que viajando.

¿Hubiera hecho el libro a pie, en coche o en tren?

-La bici me pareció una medida justa para lo que quería hacer. A pie, sí y, de hecho, quiero seguir buscando historias en el Pirineo. En coche solo iría a buscar un tema concreto en un valle, en el que el desplazamiento no importara. La bici me daba la medida justa que me permitía una velocidad bastante humana para pararme y hablar con la gente, y poder hacer el viaje en 15-20 días. La bici es como una navaja suiza: sirve para hacer deporte, competir, viajar, acercarte a los sitios y conocer a gente? Es una herramienta con la que disfruto muchísimo y me sirve para trabajar.

¿Qué parte de su gloria le debe el ciclismo a la monarquía?

-La monarquía francesa, la que empieza a hacer turismo termal, fue la que abrió los nuevos caminos de los Pirineos, que no son los del trabajo de los pastores y comerciantes, sino los del ocio que van a las estaciones termales, de esquí? Nuestros disfrutes a veces vienen de la huella privilegiada. Hay que quitarle un poco de épica a esto. La gente se emociona porque ha subido el Tourmalet en bici, pero era el sitio al que los pastores de 10 años subían entre la nieve a recoger el rebaño. Bueno... Rebaja un poco tu épica, porque estás jugando. Lo nuestro es un juego, somos una sociedad próspera que se permite el ocio, el deporte y el turismo, somos gente que juega. Esa huella se la debemos a los más privilegiados.

¿Y al periodismo?

-El Tour de Francia y las vueltas por etapas tienen éxito porque las inventaron los periodistas. Buscaban una fórmula narrativa que atrajera a la gente al kiosco. Una fórmula que duraba tres semanas, iba por entregas, tenía héroes, malvados? El ciclismo es casi un género narrativo. El periodismo supo inventar una fórmula deportiva muy interesante y estoy agradecido, porque disfruto mucho.

¿El ciclismo de hoy es menos épico que aquel con etapas de madrugada y lámparas de acetileno?

-Creo que hay una trampa en esa nostalgia. Nos gusta mucho la nostalgia y cuando en Plomo en los bolsillos escribía los capítulos de hace 100 años la gente flipa con ese ciclismo de pistas de tierra y etapas de 400 kilómetros, pero la sociedad ha cambiado mucho. Aquel ciclismo era de aventura y hoy es de elite, con toda la tecnología y la ciencia disponible, para lo bueno y lo malo. Es irrepetible. Hay gente muy nostálgica y me parece bien, se hacen pruebas clásicas, la gente va vestida de época? Son juegos también, pero a veces? como que lo de hoy vale menos que lo de hace 100 años. También tenemos vidas más cómodas y cada época tiene su cosa.

¿Hacen falta más personajes como Juan Pito, gente que piense más en los demás?

-Somos, yo al menos, urbanitas, pero he ido conociendo personas, sobre todo en el ámbito de la montaña, que tienen preocupación por los demás y por cuidar lo común. Puede ser Josetxo Mayor en Ulia cuidando los caminos, o Juan Pito, que se llamaba así porque tocaba el pito para que la gente no se despeñara en los barrancos de Belagua cuando había niebla. El detalle más sencillo que me emociona es cuando vas por la montaña y ves pequeños montones de piedras para señalizar el camino donde no está muy claro. Te fías, no sabes de quién, que ha puesto una montaña de piedras. Me gusta mucho el gesto tonto de añadir una piedra porque es una especie de solidaridad común entre gente que no se conoce. Estás en un entorno como la montaña, hostil, aunque antes más que ahora que tenemos el móvil, GPS, mapas y todo, y es la necesidad de ayudarse entre humanos perdidos en un mundo hostil. Sin idealizar, algo de ese espíritu queda en la montaña y creo que es un ejemplo bonito al que aspirar.

Mientras muchos buscan la fama, Xabi Prieto aspira a pasar desapercibido como el dux idolatrado por los venecianos, Pietro de Orseolo, que se marchó al Pirineo. ¿Por qué?

-(Ríe) Hay una tradición muy larga de la montaña como refugio y huida del mundo. Soy el primero que vive en un mundo frenético e hipercomunicado, y la montaña ofrece por unos días esa sensación un poco ilusoria pero placentera de salir un poco. Cuando viajas a pie, horas en un bosque, recuperas el silencio y ese tiempo largo en el que no pasa nada, que te da la oportunidad de pensar, de establecer conexiones entre ideas. El silencio y la concentración son la condición para crear. Mucha gente va a la montaña para salirse del mundo, como hacían los ermitaños. Con otra mentalidad: no para ganarse el reino de los Cielos, pero sí un poco de paz en la vida.

Escribe que “querer publicar un libro es un modo de someterte” ante el editor y ante el lector. ¿Se ha sometido mucho?

-Cuando viajas solo, todas las ideas te parecen buenas, te das la razón, todo concuerda, las tonterías que se te ocurren te parecen valiosas? Cuando tu texto va a ser publicado empiezas a tener un poco en cuenta que esto al editor igual le parece una tontería, que a los lectores no sé si les va a convencer? Hay que encontrar un equilibrio entre la rebeldía de me parece interesante y lo voy a publicar, y lo contrario, que sería la tiranía de los clics en los medios digitales, de voy a buscar lo que más le guste al lector. Cuento lo que me apetezca, aunque acabo reconociendo que siempre hay un punto de aceptar la expectativa ajena.

¿Nos iría mejor si miráramos la vida sin prejuicios, como el niño de 3 años del Museo Dalí, o con la mirada del de 6 años, que ya tiene ciertos esquemas mentales?

-Tendríamos que ser coherentes con la edad y la experiencia en la vida. No podemos tener 40 años y pretender vivir con la sorpresa absoluta de un niño. Es irreal. Son puntos de referencia, faros: miradas como las de un viajero, un extranjero, un niño? Te ayudan a ser consciente de cosas que ya has olvidado ver. Esas referencias en los viajes se encuentran, las vi en aquellos niños del Museo Dalí, y son interesantes para usarlas de vez en cuando como faros, pero pretender vivir la vida con 40 años como si tuvieras 20 u 8, es ridículo. Tenemos una experiencia, unas responsabilidades y hay que ser coherente, pero intentar mantener otras frescuras y miradas.

Cuando pincha la rueda y llega a Sant Pere de Rodes, ¿qué?

-Claro, quería romper los tópicos de los libros de viajes. Las travesías por el Pirineo casi siempre acaban en el Cabo de Creus, un sitio muy simbólico y muy fin del mundo. Quería dejar a la vista las convenciones: este libro tiene un inicio y un final porque lo he decidido yo, pero es mentira, porque llego al Cabo de Creus, pero nadie acaba el viaje allí, porque no hay nada, hay que volver, en mi caso, a la estación de tren más cercana. Hice una subida final porque me apetecía y pensaba: Esto es fuera del libro, he llegado al Mediterráneo y se acabó. Pero no, mi capricho de subir otro monte es coherente con el viaje, un capricho. Sant Pere de Rodes, que es el final después del final, tampoco es el final, porque tengo que bajar y seguir pedaleando. Ese final es una obligación literaria que en la vida real no está. El libro se acaba ahí, pero el pedaleo, no.

¿Son igual de infinitos los Pirineos?

-Me preguntaba dónde acaban los Pirineos. Desde un punto de vista geológico defiendo que Jaizkibel es Pirineos porque son las escombreras que se acumularon en el fondo del mar cuando se levantaron los Pirineos. También pensaba que quizá los Pirineos lleguen hasta las Bardenas, por los pastores del Roncal que bajan a con las ovejas desde los prados altos del Pirineo. El Pirineo quizá llega al Ebro. Un narrador siempre puede estirar las historias hasta donde la coherencia permita. Te puedes pasar la vida entera metido en los Pirineos estirándolos hasta donde quieras y te dé la coherencia de los relatos. En los próximos años creo que voy a seguir mucho en los Pirineos porque es un universo en sí mismo que me va a dar mucho juego. No se acaba ni en Cabo de Creus, ni en Higer, ni? pueden acabar donde te dé la gana.