PAMPLONA.- En una presentación que superó los límites de la emotividad, con las lágrimas a flor de piel, la viuda de Pablo Antoñana, Elvira Sáinz, y sus hijas, Elvira y Blanca, presentaron ayer en Elkar las memorias inacabadas del que ha sido, sin duda, uno de los escritores navarros de referencia. Un recorrido por su vida personal que arranca a principios del siglo XX y que llega, solo y debido a su prematura muerte, hasta una pequeña parte de la posguerra civil.

Hilvano recuerdos (Memorias de mi infancia, la Guerra Civil y la posguerra) refleja la mirada certera y cruda de alguien que vivió en primera persona unos acontecimientos que no solo le marcaron personalmente, sino que fueron claves del sufrimiento y la vivencia de una sociedad, la navarra, y de unos hechos que forman parte ya del ADN de nuestra propia convivencia, por decirlo de algún modo.

Elvira Antoñana, ante la atenta y perspicaz mirada de su madre, comenzó la presentación apuntando que “voy a hablar del oficio de escritor, pero no de un escritor cualquiera, sino de mi padre, Pablo Antoñana. Difícil oficio para él. Muchas veces lo expresó en sus escritos, muchas veces nos lo comunicó, pero, a la vez, para él, era como una terapia, ya que a través de los escritos se curaba. Le servía para sacar de dentro sus disgustos, para decir sus ideas pesimistas sobre este mundo... sufría con lo que le ocurría, con las guerras, con el sufrimiento humano, con las corrupciones políticas...”. Elvira recalcó algo que cualquiera que haya leído sus obras sabe de sobra, que Antoñana fue “un avanzado para su tiempo, algo que expresaba continuamente... su escritura le sirvió de mucho en la vida, era su vida... pero la muerte le pilló desprevenido. Una operación de corazón que no salió bien truncó su obra y su vida, y las memorias que hoy (por ayer) presentamos. Él no pensaba que se iba a morir, y todavía tenía mucho que decir, que contar, que escribir... Escribir era su vida”. Y para reflejar esa pasión, Elvira reprodujo las palabras con las que arrancan estas memorias: “Cuesta nacer, cuesta morir...”, En este libro se recogen parte de sus recuerdos, narrados desde donde le alcanzaba la memoria, partiendo de su madre, “Blanca, y su abuelo Terrín, gran narrador de historias; él le enseñó a fabular, y con él mi padre aprendió a escuchar, no solo a su familia, sino a mucha gente sencilla, del pueblo,”.

Elvira, con la voz entrecortada, recordó la libreta de su padre, “que siempre llevaba en el bolsillo, con un lápiz diminuto, en la que apuntaba todo lo que le iban relatando. Pero la muerte truncó esa pasión, de no haber sido así, tendríamos este libro de memorias acabado, pero le faltó tiempo...”.

A este relato le tomó el testigo a Elvira su hermana Blanca, quien, como no podía ser de otra forma, puso en valor la figura de Elvira Sáinz, “alguien que le ha acompañado siempre, correctora de pruebas, crítica de sus libros, gran lectora, amiga, amante, administradora, maestra de escuela... durante 60 años a su lado, mi madre”. Dicho esto, con un hilo de voz, Blanca animó a “sus lectores, de siempre y nuevos, que lean este libro, a que se acerquen a la literatura en mayúsculas”.

Memorias de una vida Miguel Ángel García, coordinador del libro, apuntó que “Hilvano recuerdos abarca una singladura vital de más de 30 años”. Un periplo que, en sus raíces, “se hunde en el siglo XIX, en el que Pablo nos sitúa en sus orígenes familiares, los abuelos paternos, maternos... con especial relevancia del abuelo materno, Terrín. Luego aparece el padre, maestro vocacional; también está la madre, devota de la fe cristiana pero también narradora de historias de Viana. Ahí es donde se gesta el territorio vital y literario del escritor, donde la historia, la tradición y las guerras carlistas pesan en la memoria de un niño llamado Pablo Antoñana. Ese paisillo, como él lo definirá, es un microcosmos de ficción en el que se gestará el futuro literato y el trasunto de los territorios de Ioar”.

García también apuntó que las memorias de Antoñana “son hilván de recuerdos, que no historia, porque cabe que la memoria nos traicione ya que es advenediza y libre”. Ese niño, con los ojos abiertos, tal y como recordó García, vivió posteriormente los años de la República, del enfrentamiento con la Iglesia, los carnavales, el clima prebélico, el alzamiento y la tragedia de la guerra, que ocupa una tercera parte del libro, a la que “Pablo se asoma no desde la sorpresa sino desde el horror que él ve en su pueblo natal”. Un horror marcado por “los voluntarios forzosos, las patrullas de matones, los cadáveres apilados en las tapias del cementerio de Viana, el fusilamiento de la paisana Nico o, uno de los episodios más lacerantes del libro, el asesinato de su tío Jesús”. Un relato que construye su “conciencia épica y literaria”, remarcó García.

el libro y su autor

Pamiela. Las memorias de Pablo Antoñana, como no podía ser de otra manera, ven la luz de la mano de Pamiela, editorial que nació hace 35 años y cuya primera referencia fue, precisamente, un libro de Antoñana. Desde la editorial apuntaron que a principios del año que vienes se realizarán unas jornadas de homenaje al autor navarro.