La redención vino de los de casa
Esta vez la operística redención que nos propone la impresionante Misa de Réquiem de Verdi vino, sobre todo, del coro. También de la orquesta, muy nutrida con el refuerzo de los alumnos de Musikene -diez contrabajos-, que amalgamó con el Orfeón una claridad de lectura que, a la vez, fue espectacular e intensa. Y, del director Treviño, que dirigió lisa y llanamente atendiendo lo escrito, sin exageraciones, sin recrearse en el tumulto para epatar -más bien los calderones, cortos-; con un concepto muy coral, respetuosa con las voces, y detalles francamente magníficos, como los finales de sección, en los que redondeaba la actuación del coro y los solistas alargando la conclusión con un delicadísimo sonido de la orquesta. Con los solistas, muchos tuvimos opiniones contradictorias: por una parte, en el proscenio había cuatro voces importantes, de esas que tienen volumen, poderío, timbre y carácter para Verdi, como las voces que pueblan nuestros discos de vinilo. También su forma de cantar nos recordaba esos fraseos muy operísticos, con cierto “portamento”, exhibición, sobre todo, de potencia, y primacía del matiz fuerte. Hoy se hace todo más lírico-ligero. A mi, esa vuelta al pasado no me molesta, de vez en cuando. Por otra, algunos tramos de sus solos estuvieron en la cuerda floja de la afinación, en el extremo constreñido de algunos agudos, y en la no muy prolífica matización.
El Orfeón Donostiarra está en un momento magnífico. No se le puede poner pega. Tienen un sonido propio, muy equilibrado en su conjunto, y que, por cuerdas, defiende su propio timbre. Sólo algunos detalles por apuntar algo: el celeste sonido de todo el coro en el Agnus, redimiendo el tono de la solista; la presencia de los bajos -cómo ha ganado esta cuerda- en el Pie Jesu; la luminosidad de sopranos, siempre hacia arriba; el timbre redondo de altos -Liberame-; la media voz de tenores.
A. Pabyan es una soprano lírico-dramática, con mejor defensa de su parte dramática, puesto que, en general, matizó poco, rozando el grito, y la afinación, en los agudos y no perfilando hasta el extremo pianísimo (cuatro pppp) el si bemol del Réquiem, que hay que colocar ya en el otro mundo. Precioso, e impresionante, el timbre de la mezzo S. Resmark: homogéneo, algo socavado y abierto en el grave -pero con fuerza y carácter-, y agudos potentes; respecto a su línea de canto: lo dicho, la antigua tradición; en algún momento se fue de tono. Machado mantiene su temperamento de tenor de ópera verdiana, no es que matizara mucho, pero su agudo llena, aunque ya no dé la sensación de que le sobran dos tonos por arriba (como decía Pavarotti, aunque no le sobraran). El bajo Rafal Siwek estuvo el más cómodo y tranquilo: homogéneo de arriba abajo, vozarrón que lo llena todo, convincente, autoritario, sabía retirarse hacia la contrición en los tramos suplicantes. El público, en su mayoría, entusiasmado. Con ciertos reparos, claro. Esos momentos a capella de los solistas son de lo más peliagudo del repertorio, en canto. Muchas gracias a todos. Hasta la próxima temporada.
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