La calle abarrotada, en silencio, mira hacia arriba. Los balcones esperan su llegada. Una voz en off anuncia el inicio del espectáculo. Y, entonces, se produce la magia. Es lo que tiene el ciclo Flamenco en los balcones: que llega. Y llena. Quizás por su cercanía al público, puede que por su diversidad, pero, seguro, por el arte de sus invitados. Ayer, primer día, fue el turno de Afra Rubino y Nasrine Rahmani, Israel Fernández y Joni Jiménez, y Yoni Camacho y David Escudero -del grupo Sonakay-. Desde la calle Mañueta, la plaza del Ayuntamiento y el hotel La Perla, respectivamente, estos seis flamencos hicieron las delicias de todos los oyentes que acompañaron su música con palmas, bailes y olés.

Desde “el amor” y el “corazón”, Afra Rubino y Nasrine Rahmani fueron las primeras en meterse en el bolsillo al público, expectante, con un tanguillo de Antonia Jiménez que mereció un más que caluroso aplauso. Las dos, con una dilatada carrera a sus espaldas -Rubino imparte conferencias sobre flamenco y se dedica a su carrera profesional como guitarrista desde Gotemburgo y Rahmani ha trabajado con grandes figuras como Montse Cortés, Jorge Pardo o Juanito Makandé-, ofrecieron un recital flamenco repleto de magia y frescura en el que sonaron piezas populares. Rahmani, al cajón, destacó por su delicadeza y por la profundidad de su lenguaje, perfectamente acompañado por la guitarra de Rubino, que provocó en más de un espectador la necesidad de bailar y de tocar las palmas. Una delicia de espectáculo que logró entusiasmar a los oyentes y dejarles con ganas de más.

Por eso, al finalizar la primera actuación acudieron en manada a la siguiente parada: la plaza Consistorial. Allí, aguardó la mayoría en la sombra -algún valiente aguantó al sol- a Israel Fernández y Joni Jiménez. Un pequeño concierto que se esperaba con ansia por tratarse de un cantaor toledano -Jiménez- cuyo arte podría definirse como flamenco en estado puro, como la más alta expresión del alma, y un guitarrista -Fernández- cuyo talento le ha servido para ser un habitual en los espectáculos flamencos más prestigiosos. “Este festival nos da vida”, dijo Jiménez antes de actuar, para después añadir: “Cantaré desde el corazón y la humildad, con mucho cariño”. Y así lo hizo. Cantó a la luna, pero también a Navarra, a los navarros y a Pamplona, y se llevó unos cuantos más que merecidos olés del público. La guitarra de Fernández -primo de Diego El Cigala- sonaba, a la par, limpia y exquisita. Abajo, en la plaza, reinaba el silencio absoluto, que solo era interrumpido por comentarios como “qué arte” o “esto es una maravilla”.

Para terminar, la expectación se trasladó a última hora de la mañana a la plaza del Castillo. Concretamente, a uno de los balcones del Hotel La Perla, donde Yoni Camacho y David Escudero, vocalista y guitarrista de Sonakay, respectivamente, se ganaron al público con su versión flamenca de Denborak, de Benito Lertxundi. Pero también lo hicieron antes con su fusión de la cultura musical de raíces gitanas y euskaldunes. “Hemos venido para hacer lo que sabemos, e igual que tocamos flamenco sintiéndonos gitanos, cantamos en euskera sintiéndonos vascos”, dijo Camacho ante la multitud. E igual que hicieron a su paso por Got Talent -que les valió un reconocimiento a nivel estatal-, deleitaron al público con una versión de Txoria Txori, de Mikel Laboa, que fue cantada y aplaudida por todos los presentes. “Con humildad y con todo el corazón, defendemos estos himnos y los hacemos nuestros; ese es nuestro mayor premio”, dijeron al terminar.