‘Le Cahier noir’

Chilena de nacimiento y compañera eterna de Raúl Ruiz hasta su muerte; Valeria Sarmiento y Raúl Ruiz se exiliaron de Chile en 1973 por culpa de Pinochet y su golpe de estado. Se habían casado en 1969 y poco después, en 1972, con Un sueño como de colores, Valeria había debutado como directora y documentalista. Desde entonces su vida ha sabido y mucho de la trashumancia y el cambio. Y ahora, casi cinco décadas más tarde y con bastantes películas en sus espaldas como guionista, editora y directora, esta cineasta de humor tierno y sensualidad desbordante, se reitera en lo que sin duda puede verse también como un homenaje al Raúl Ruiz de Misterios de Lisboa.

Aquel año, 2010, la película río de Raúl Ruiz marcó uno de esos instantes mágicos que, muy de vez en cuando, nos da el Zinemaldia. Aquel año, la sala de butacas se dividió en dos irreconciliables bandos. Los que permanecimos anclados, absortos por la fascinación de un filme inclasificable, y los que se habían ido poco a poco, convencidos de que eso no podía ser cierto. Pasión a un lado; vacío y perplejidad, en el otro.

Algo semejante, solo que aquí su duración se limita a poco más de 100 minutos y al público no le dio tiempo a marcharse, volvió a producirse en la jornada de ayer. Por eso, cuando uno se enfrenta a “El cuaderno negro” y se sabe quién es Valeria Sarmiento, no causa asombro percibir que aquí habita una lección de cine fresco, original, personal y sin embargo clásico, si por ello entendemos no perecedero. Por lo contrario, si se desconoce o no se participa de esa querencia algo surrealista e intelectualmente heterodoxa y aviesamente mordaz, no hay manera de entrar en un cine que dinamita su edad porque, sencillamente, no utiliza calendario ni reloj.

El cuaderno negro, como El libro negro de Paul Verheoven, se sabe alimentado por la fiebre del relato y, de entre todos ellos, el Quijote. O sea el delirio. La modernidad que nunca cesa, que siempre fluye. Su argumento repleto de vericuetos y recovecos, brota como un folletín romántico ansioso por el placer de enhebrar con humor los golpes del destino. Ambientado en la Europa del final del XVIII, en el tiempo de la caída del viejo régimen, en esa locura que supo de la revolución, la guillotina y la muerte, Valeria Sarmiento cuenta su cuento maravilloso a través de las palabras de su protagonista, una criada de origen incierto que vela por el crecimiento de un niño de supuesta alta cuna y desconocido ADN.

Se diría que Valeria Sarmiento lleva a extremo lo que Raúl Ruiz creo en Misterios de Lisboa. Y lo hace a su manera, con más liviandad, con más ironía y humor, sin perder el tiempo y pisoteando el verosímil, las reglas de la causa-efecto y las modas televisivas de alta acción y cero contenido.

El cuaderno negro de Sarmiento abraza la hipérbole, quiebra toda elipsis posible y resuelve las secuencias convocando el placer de combinar la iconoclasia con el azar. En su interior los viajes se suceden con su carga de amor, secretos y muertos. Heredera de la pasión por las historias interminables que conforman El manuscrito encontrado en Zaragoza de Jan Potocki, novela que llevó al cine Wojciech Has; El cuaderno negro acontece en un tiempo paralelo.

Época de cambios profundos y de desorientación extrema, tiempo de metamorfosis donde los protocolos se modificaban de manera incesante. El peor de los tiempos, el mejor de los tiempos, esa es la clave: un cine anacrónico y libre para una época anodina y acomplejada. Una delicia fílmica, un (in)esperado regalo de una cineasta enorme que no merece irse de vacío. Es una mujer grande.