“Me siento dentro de este paisaje; como decía Oteiza, amo profundamente a mi país”
El escritor de Asteasu (Gipuzkoa) hablará en los ‘Diálogos de Medianoche’ de las búsquedas que emprendió antes de dar con el universo de Obaba, que ya cumple 30 años
pamplona - Al día siguiente de la charla nocturna, el autor, cuyo nombre real es Joseba Irazu, ofrecerá en Civican un taller en euskera sobre los aspectos prácticos que hay que controlar a la hora de escribir, y que, en su opinión, se resumen en dos: movimiento y unidad.
Los periodistas siempre le llamamos Bernardo, aunque seguramente en casa, con los amigos o con la familia será Joseba.
-Hace un tiempo publiqué un artículo en el que cuento la historia mis nombres. En Asteasu, mi pueblo natal, soy Joxe, en Bilbao soy Joseba, donde vivo soy Joseba, en la familia soy Josetxo y en la vida profesional soy Bernardo. Y tengo más nombres. Un montón (ríe).
¿Y cómo compagina esas dos facetas o personalidades, la íntima y la pública?
-Pues es muy fácil, separando y determinando claramente qué es trabajo y qué no. Supongo que igual que los frailes, que aunque se llamen Félix, cuando entran al convento pueden cambiar y de pronto llamarse Alberto allí dentro. En mi caso, por una parte está lo profesional, el sujeto escritor, y luego está todo lo demás, que es lo privado o lo cercano. Sería ridículo que en mi pueblo natal, donde viví 14 años, me llamaran Bernardo. Ni en broma. Y no me cuesta nada, en cuanto salgo de la autopista y cojo la carretera de Asteasu soy Joxe. Creo que es importante separar lo que haces de lo que eres. Siempre he tenido curiosidad por saber cómo hacen los actores que en la pantalla lloran, ríen y se emocionan para hacer idénticos gestos, pero en la intimidad. ¿Cómo distinguen? En mi caso, me vale con el cambio de nombre.
Mañana va a hablar en Civican sobre las búsquedas que acometió antes de publicar Obabakoak
-En realidad voy a hablar, en efecto, de la experiencia previa a Obabakoak, pero también de la posterior. Es decir, de la época en la que yo iba detrás del libro y de cuando luego el libro corría detrás de mí (ríe). En el primer caso, cuando yo iba corriendo hacia el libro y este huía (ríe), mi mayor problema era encontrar cómo hablar de lo que yo conocía por experiencia. De cómo hablar de lo que conocía el hijo de la maestra y del carpintero de Asteasu, una zona rural, soslayando todas las interpretaciones que se suelen atribuir a este tipo de lugares y que muchas veces son negativas. Sobre el campesinado y las zonas rurales se suele crear una contrafigura; se suele hablar del paleto del pueblo, del aldeano... A la vez, también había una multitud de interpretaciones positivas que tampoco me gustaban un pelo.
Supongo que se refiere a la idealización que en ocasiones se hace del medio rural.
-Sí. Existen obras románticas preciosas, como, por ejemplo, Los Robinsones Vascos, de Francis Jammes, pero no me interesaban. A mí lo que me quitaba el sueño era encontrar el registro adecuado para hablar de todo eso desde otro lado, desde un tercer punto de vista. Y tuve suerte.
Encontró la clave en un viaje con su madre.
-Recuerdo que me fui de viaje con ella a Pompeya y a Nápoles, donde visitamos el Museo Arqueológico y allí vi un mosaico en el que dos niñas, concretamente las hijas de Ifigenia, jugaban a las tabas. Entonces pensé que era muy curioso que ese juego que se representó hace miles de años de esa manera era el mismo al que se seguía jugando en ese momento en mi pueblo natal. Y que en lo que a ese juego respecta y seguramente también a otros asuntos existía una línea, una continuidad. Yendo más allá, me di cuenta de que nuestras misas en el pueblo eran en latín, la lengua de Virgilio... De ahí llegué a la consideración del lugar que quería crear como un lugar antiguo en el que, por ejemplo, no existen ni la psicología, ni el marxismo, ni el ecologismo ni nada estrictamente moderno.
Ha comentado en alguna ocasión que escribir Obabakoak
-Es verdad, pero creo que eso pasa con todas las lenguas. El euskera entonces quizá no tenía una gran biblioteca, pero sí había muchas páginas escritas o traducidas. En realidad, la pelea de un escritor para escribir en euskera lo que quiere escribir no difiere mucho de la de un autor de Italia con el italiano. Tenemos problemas diferentes, pero los dos los tenemos. Fíjate que cuando un poeta andaluz empieza a escribir su gran cuestión no es encontrar las palabras, ya que cientos antes que él las han plasmado; lo difícil es encontrar una voz diferente a la de Juan Ramón Jiménez, a la de los hermanos Machado o a la de Cernuda. En mi caso, la dificultad era cómo utilizar una lengua que no cubría toda la realidad, que no está en todas partes, y la solución literaria por supuesto estuvo en la creación de Obaba, que es un sitio que nadie había visitado más que yo. Y allí solo existe esa lengua, ninguna otra.
¿Cuándo supo que había encontrado esa voz propia de la que habla?
-Fue un momento especial. Obabakoak es una divisoria de aguas. Por un lado, yo percibo lo que tenía en mente antes de encontrar Obaba, que son los cuentos que suceden en Hamburgo o en Alemania, con protagonistas como un travesti o un pintor loco y que son la parte expresionista del libro y que es en la que se ha basado Calixto Bieito para la adaptación teatral que se estrenó en el Arriaga y que en unos días llega a Madrid. Y por otro está claramente la parte de Obaba, que es diferente. El descubrimiento.
¿A qué se refiere?
-Yo entonces estaba escribiendo guiones radiofónicos para ganarme el pan y lo hacía con cierta distancia. Quería que fueran entretenidos y no vulgares, pero no me esforzaba demasiado. Hasta que tuve la idea del cuento que luego se tituló Camilo Lizardi y que cuenta la historia de un niño marginado, sin padres conocidos, que desaparece en el bosque y empieza a decirse que se había convertido en un jabalí blanco. Entonces sentí algo especial. Inmediatamente me di cuenta de que ahí había una veta nueva y no usé ese texto para los guiones. Lo guardé, con él gané el Premio Ciudad de San Sebastián y a partir de ahí empecé con la reflexión que he comentado antes sobre la creación de un lugar antiguo.
Situar ese universo en un lugar conocido como es el entorno del monte Ernio, el de su infancia, también debió de ser muy interesante.
-Bueno, bueno, bueno... No sé si eso es así del todo. La realidad mental nunca está en un único lugar. Si haces una literatura costumbrista, hablas de los cazos, del fuego, de tu madre, pero eso es otra cosa, yo no he querido hacerlo nunca. Yo elegí un espacio, pero para mí ese espacio es infinito. Es decir, que si me pongo a hablar del jabalí blanco, recuerdo inmediatamente que Melville escribió Moby Dick refiriéndose a una ballena blanca. Y conozco todos los estudios psicoanalíticos que se hicieron de esa historia. Y cuando escribo sobre un cazador, sé cuáles son los referentes de esa figura en toda la historia de la cultura y de la mitología. De hecho, Obaba nació de la impresión que me causó aquel mosaico en Nápoles. Todos los mundos literarios son infinitos. Un rostro humano parece simple, puedes hablar de la boca, de la nariz, de los ojos, pero con eso solo no puedes decir nada sobre la expresión de esos elementos o sobre lo que hay detrás de ellos.
Saber que se ha creado un mundo que está fijado ya en el imaginario de miles de personas tiene que ser bonito.
-Lo es. Voy cumpliendo años y quizá, como decía Baroja, en la última vuelta del camino empezaré a mirar hacia atrás, pero normalmente suelo estar centrado en lo último, en lo que estoy haciendo en cada momento. Aunque sí que es cierto que Obaba ya está catalogado como uno de los cien universos literarios más importantes de todos los tiempos y es bonito, sí, pero no deja de ser una alegría de pensar que a veces haces las cosas bien para compensar las veces en que piensas que las haces muy mal. Lo uno por lo otro. Pero detesto al fanfarrón. Prefiero la satisfacción del trabajo hecho bien y con honestidad. Lo demás gusta, claro, pero a mí la fanfarronería me dura unas tres horas como mucho y luego vuelvo a mi estado normal (ríe).
Creo que durante un tiempo le resultó pesado e incluso molesto que solo le reconocieran como el autor de Obabakoak
-Lo he aceptado. Recuerdo que Borges decía que el escritor argentino Macedonio Fernández era muy bueno, pero como no tuvo un libro más destacado que otro nadie se acordaba de él. Así que, en ese sentido, Obabakoak ayuda, pero tengo distintos editores y sé que hay países en los que hay títulos míos que se han leído más. Por ejemplo, Siete casas en Francia o Días de Nevada ha tenido mucho más eco en los periódicos de Estados Unidos. Y más reseñas. Todo esto me ayuda un poco a olvidarme que para algunos soy autor solo de un libro.
Lo que está claro es que, pese a algunas estancias puntuales, a las continuas invitaciones y a tener una cátedra con su nombre en Nueva York, siempre ha querido permanecer en casa.
-Comparto eso con Oteiza. Estos días hablaba de Oteiza con Oskar Alegría y en un momento dado leí ese poema suyo en el que decía ‘amo profundamente a mi país’. Comparto y subrayo ese sentimiento. Para mí es muy importante el espacio, el tiempo y la gente con la que he vivido y vivo. En ese sentido, detesto al bailarín del Bolshoi que después de haber sido alimentado, formado y entrenado en Moscú luego va y se escapa a Los Ángeles. Yo me siento dentro de este paisaje y desde aquí puedo publicar en macedonio, como acaba de pasar, pero no por eso voy a ir allí. Para mí Madrid o Nueva York no son mejores que Bilbao, por ejemplo.
Pero siempre sin un sentimiento excluyente, con las fronteras de la cultura bien abiertas.
-Claro. A veces se entiende mal lo que es la cultura. La cultura son formas de comer, de hablar, de relacionarte, de dirigirte a los cielos... Y hay gente que quiere pensar, no sé si por simplicidad o por ganas de odiar al prójimo, que las culturas son como islotes; cuando todo lo que llamamos cultura es una red, una misma atmósfera. Por eso podemos leer a Kenzaburo Oé, que pertenece a la cultura japonesa. Él tiene un hijo autista y yo tengo un primo autista y le entiendo perfectamente. No hay que perder de vista que todo el planeta es una unidad y el que no lo concibe así normalmente es un ultranacionalista furibundo. Y pienso lo mismo de los que defienden Europa contra el resto del mundo, porque no hay Europa sin Arabia y no hay Arabia sin Argentina. Para mí esto es un credo básico.
El sábado va a impartir un taller en euskera sobre escritura.
-Sí, es un taller con pizarra. Hay gente que suele tener miedo porque cree que no vale para escribir, pero yo creo que todo lector es un escritor en potencia. Cogeré un relato, El primer americano de Obaba, que está dentro de El hijo del acordeonista, y lo analizaré. Será como desmontar un motor y empezaré diciendo que la literatura es movimiento y unidad. Al texto se le tiene que dar movimiento y para eso hay distintas herramientas, pero, sobre todo, un texto debe tener unidad. No puede haber nada que no tenga lógica interna. A ver cómo va, me gustan mucho estas experiencias. La última vez que hice algo así fue en Menorca, en unos talleres que llaman Islados, aunque yo más bien los llamaría Aislados porque están en el quinto pino (ríe).
30 años después de Obabakoak
-Queda todo. Siempre me acuerdo de que cuando uno de los Bienvenida murió toreando una vaquilla en su cortijo se dijo eso de que el valor de torear se lleva siempre en la sangre. Y yo siento que me pasa lo mismo, que estoy igual que al principio. Todos los días me pongo a pensar en qué problemas tengo que solucionar en un texto. Y, francamente, me gusta hacerlo, me ayuda a vivir. Si voy en un viaje de dos horas en el coche me las paso pensando en cómo enfocar esto o aquello... Y se me pasan las dos horas volando. No sé, ni lo aconsejo ni lo desaconsejo, yo vivo de esa manera, siempre pensando, en la búsqueda.
¿Y para cuándo su próximo libro, Etxe zaharrak, hilobi berriak
-Estoy en ello ahora mismo. Hoy mismo (por ayer) me ha preguntado la agente que tengo para el extranjero y le he dicho que creo que estará terminado para principios de marzo. De hecho, estará acabado para el 31 de diciembre, aprovechando que es una fecha señalada, pero luego, entre revisiones y demás, trabajaré unos tres meses más en él. Y para marzo espero que esté porque es cierto que cuando pasas mucho tiempo con un libro al final cansa, aunque reconozco que estoy feliz con él. Me costó mucho entrar, pero me ha pasado como cuando vas por el monte entre pinares y de repente ves el camino. Ya he encontrado el camino entre los pinos.