pamplona - Ha titulado su conferencia Viajar para contarlo. Con eso ya dice mucho, a Javier Reverte le gusta viajar, pero ante todo es un escritor.
-Me gusta mucho más escribir que viajar. De hecho, si no voy a un viaje para hacer un reportaje, cuando era periodista, o ahora para escribir, los viajes me interesan poco. Por ejemplo, yo ya no visito ruinas, estoy de piedras hasta las narices; lo que me interesa es la gente y el hecho mismo de moverme, de contrastarme con las cosas que encuentro en el camino y no conozco... pero sobre todo para contarlo.
En este caso, la charla se enmarca en la exposición Menonitas de Miguel Bergasa. Los libros de viajes, las novelas y las crónicas fotográficas nos desvelan realidades que nos parecen casi inverosímiles en pleno siglo XXI.
-Sí. El mundo tiende a unificarse, ahora mismo vivimos inmersos en un enorme proceso de globalización. Tú vas a la zona comercial de una gran ciudad del interior de China y ves las marcas que encuentras en París, en Madrid o en Pamplona. Los mismos coches, el mismo estilo de vestir, los mismos restaurantes. Pero si uno es capaz de apartarse un poco de la ruta turística o comercial, el mundo aún está lleno de variedad, de cosas sugestivas y distintas que aún están por descubrir. Es una cuestión de punto de vista, de cómo situarse ante las cosas.
Descubrir comunidades como la de los menonitas de Nueva Durango y no juzgar es complicado.
-La tendencia natural del ser humano es juzgar. Josep Pla decía que opinar es mucho más fácil que describir, por eso la gente opina mucho más. Y eso lo estamos viendo, por ejemplo, en el periodismo. Los medios están cargados de opinión, pero nadie me describe la vida. Sucede un poco también en la literatura y en el arte, la opinión lo está impregnando todo y falta narración, que me cuenten lo que pasa. Yo soy más partidario de la descripción, y las opiniones me interesan muy poco, empezando por las mías (ríe). He sido tertuliano, me aburría tanto y me sorprendía tanto de las tonterías que había dicho, que decidí no hacerlo más (ríe).
¿Cómo describir una situación así, tan anacrónica como la de estas sectas religiosas, sin que se cuele ningún juicio?
-Es una vieja técnica periodística, mirando y preguntando. He sido periodista durante treinta años y sigo siendo muy preguntón. Además, a la gente le gusta que le preguntes y contar cosas de sí misma. También hay que aprender a mirar y a fijarse en aspectos de la realidad que muchas veces nos pasan desapercibidos. En el periodismo, en la literatura y en la vida.
Creo que no es muy amigo de las religiones y de los efectos que estas causan en las personas y en las sociedades.
-No soy un hombre religioso, no soy creyente, pero tengo todo el respeto del mundo a las creencias de los demás. Quién soy para decirle a nadie lo que tiene que creer, me ha costado hacerlo con mis hijos (ríe), así que ir haciéndolo por el mundo con una actitud mesiánica es muy difícil de mantener. Creo que lo último que sería en mi vida es sacerdote... y después político (ríe).
Se ha manifestado en varias ocasiones contra los fanatismos religiosos en general y contra los del mundo islámico en particular por esa intención de controlar todos los aspectos de la vida de los adeptos.
-No me gusta nada eso que impregna a todas las religiones. Luego ha habido algunas que se han abierto más y otras que se han abierto menos. Desde luego, en el mundo islámico manda la religión. Por eso no me gustan esas sociedades. Lo siento, pero no creo haber nacido para estar dominado por el fanatismo de otros. Si tengo alguna pasión profunda es la de la libertad. La Iglesia Católica ha tenido que plegarse a algunas cosas, aunque le costó pedir perdón a Galileo, por ejemplo. O como decía el personaje de una gran obra literaria, la ciencia está muy bien siempre que no se meta mucho con la religión. No es que la ciencia esté por encima, es que todavía tiene en sus manos un instrumento capital como es la curiosidad y la necesidad de indagar libremente en lo que nos rodea, desde fenómenos naturales hasta fenómenos singulares. Yo soy mucho más partidario, desde luego, del mundo laico que del mundo religioso.
¿Podría vivir como los Menonitas, leyendo solo la Biblia, sin literatura y sin música?
-¡Qué dices! ¡Cómo iba a vivir si no pudiera leer a Homero o a Cervantes y sin escuchar a Beethoven o a los Beatles! Viviría una vida tan absolutamente limitada y absurda... Había un presidente boer de Sudáfrica, Kruger, que presumía de que solo había leído la Biblia. Muchas veces, eso sí. Visité su casa en Pretoria y hoy es un museo de biblias. Las coleccionaba y tenía un montón de ediciones distintas. Pero, vamos, privar a una persona del Quijote, de Hamlet o de La Odisea sí que es un pecado mortal.
Y eso que la Biblia es todo un best seller.
-Es que es un libro divertidísimo. Hay unas aventuras tremendas, asesinatos, sexo... Tiene de todo. En Madrid ahora es muy frecuente ver en las esquinas de algunas grandes vías a un grupo de gente que proclama que puede enseñarte la verdad sobre la Biblia, y dan ganas de preguntarles si eso quiere decir que van a contar también la cantidad de crímenes, incestos y todo lo que contiene (ríe).
Antes hablábamos del fanatismo de algunos países islámicos, pero también hay otros que no son religiosos y que pretenden controlar las conductas y las mentes. Creo que esto lo vio claro en China, un país que no le gustó demasiado.
-A mí todo lo que sea planificar la actividad de los seres humanos me parece un atentado contra la libertad. Se ha intentado desde posiciones religiosas y desde posiciones laicas. En el fondo, todo responde a lo mismo, que es el totalitarismo. Soy un enemigo declarado del totalitarismo, a mí que me dejen en paz y que me dejen pensar como yo quiera. Eso se intentó con el nazismo, en China y en países que dominó el comunismo. Y ahora está empezando a tratar de imponerse el pensamiento único. Lo estamos viendo en Cataluña y en Europa, con la extensión del movimiento nacionalista por Austria, Polonia o Hungría. Y eso es muy peligroso, es como una vuelta a esos años 30 y 40 que desataron la mayor conflagración más grande de la historia de la humanidad.
¿Viajar más no vendría mal?
-Viajar siempre viene bien porque uno se da cuenta de muchas cosas, pero sobre todo de que el ser humano es único. No hay razas, eso está negado por la ciencia, en todo caso hay etnias. Y uno se da cuenta de que los problemas de los seres humanos son los mismos en todo el mundo, como la soledad, la enfermedad, el amor, el desamor... Una madre que pierde un hijo sufre lo mismo aquí que en China y en Namibia. Viajar te sirve para saber que el ser humano se parece más de lo que pensamos y que, a la vez, es tremendamente diverso, lo cual hace que te pique la curiosidad. Lo mejor de los viajes es la gente.
Seguramente por eso Centroeuropa no le gusta mucho.
-Centroeuropa no me acaba de llenar por el clima y quizá también por la frialdad y la educación de la gente. La privacidad se ve como un valor muy por encima de los valores colectivos. A mí me gusta el sur, pero no sé muy bien por qué. Tampoco hay que explicar las razones de todo, si no, ni siquiera te enamorarías. Racionalizarlo todo es absurdo. Por eso soy totalmente enemigo del psicoanálisis, fíjate que un día me pongo a rascar y descubro que soy un asesino (ríe).
Hablando de enamoramientos, ¿sus grandes amores han sido África y Latinoamérica?
-Yo soy muy voluble en esto, si lo aplicara al amor, sería un desastre (ríe). Como digo, me gusta mucho el sur. Me gusta África, en España me fascina Andalucía y el norte también me gusta porque no deja de estar en el sur de Europa. España me gusta en general y sobre todo cuando estoy lejos (ríe); cuando estás dentro te cueces en una salsa muy rara. Me gusta América del Norte, también Latinoamérica por la cantidad de conexiones que tenemos con ello, pero Asia no tanto. Me interesan Japón y Filipinas, pero, por ejemplo, nunca he ido a Tailandia. Y he estado tres meses recorriendo China y no pienso volver en mi vida. Y en Europa, el único lugar que me gusta del norte es Irlanda. Es como un mundo latino en una isla del norte. Es una gente muy hospitalaria, reidora, alegre, sarcástica...
En su último libro, Confines, habla de dos espacios antagónicos desde el punto de vista geográfico, pero que tienen algunas cosas en común.
-Tienen en común el frío y las dificultades para vivir allí, pero son muy diferentes. El Polo Norte no es un continente, es agua helada, y el Polo Sur sí es un continente, hay tierra bajo el hielo de la Antártida. En el Norte ha habido asentamientos humanos desde hace más de mil de años, los famosos inuit, y ahora hay estaciones científicas. En el Norte hay depredadores como el oso polar o el lobo, pero en la Antártida no, si acaso el zorro, pero no es muy malévolo (ríe). Hay muchas diferencias entre ambos territorios, pero los unifica el blanco, sí. Y fíjate que curioso, en el idioma inuit hay veinte maneras de llamar al blanco en función de sus tonalidades. Es una lengua que existe, que es muy rica y que no se va a perder porque hay comunidades que lo mantienen.
¿Por qué quiso hacer estos dos viajes?
-Con ellos he descubierto algo que nunca pensaba que iba a descubrir sobre mí. Es un universo que me ha apasionado, algunos escritores han escrito que igual que hay gente que se enamora del desierto, hay quien se enamora del hielo. Yo no es que esté enamorado del hielo, pero es un paisaje que me atrae.
En esos lugares es donde se perciben más claramente los síntomas de lo que estamos haciendo con el planeta.
-Eso es. Esos síntomas se veían claramente en el Ártico y ahora también en la Antártida. El hielo se está retirando y dicen que en 2020 el Polo Norte puede ser una piscina. Y eso nos va a afectar a todos, también a nosotros. De hecho, ya nos está afectando. Cualquiera que tenga más de 30 años sabe que la naturaleza de su entorno ha cambiado. Yo tengo 70, así que imagínate. En el campo al que iba de pequeño cerca de Madrid había saltamontes, mariposas, nutrias y ya no hay. Las lluvias han cambiado, fíjate en estas torrenciales que están cayendo ahora. La naturaleza se está vengando, y no sé si acabaremos con ella o ella acabará antes con nosotros.
¿Falta voluntad política y sobran intereses económicos para buscar soluciones?
-Totalmente. Algunos políticos como Obaba y de signo más progresista lo han intentado, pero luego llegan los intereses económicos. Se saca mucho dinero de productos que afectan a la naturaleza de una manera determinante y que ponen al mundo en peligro. Esa actitud se debe a la ambición y al afán de poder, de acumular. Ha llegado un momento en que me pregunto si los ricos aparte de no tener alma son idiotas. Porque ese mundo envenenado lo van a heredar sus nietos igual que los nietos de los pobres. Es como cuando llevan la economía a los niveles a los que la están llevando, creando este paro y esta desigualdad tremendos. ¿Es que no se dan cuenta de que a lo mejor sus nietos acaban colgados de las farolas? Habrá un momento en que la gente se harte de que sus hijos pasen hambre.
En febrero regresa a la Antártida y seguro que les esperan más viajes, ¿cuando cierra la puerta de casa con la mochila a la espalda siente la misma ilusión ahora que hace años?
-Casi diría que tengo más ilusión. Antes la tenía por la curiosidad de la aventura y ahora la tengo porque viajar me rejuvenece. Siento que todavía puedo cargarme una mochila a la espalda y largarme mundo adelante sin una previsión muy clara. Lo que pasa es que ahora tengo que llevar más medicinas; antes con una aspirina me bastaba (ríe).
“Si uno es capaz de apartarse de las rutas turísticas o comerciales, descubre que el mundo está lleno de cosas sugestivas”
“La naturaleza se está vengando y no sé si acabaremos con ella antes de que ella acabe con nosotros”
Perfil. Javier Reverte (Madrid, 1944) ha recorrido los cinco continentes. Y de todo ello ha dado fe en libros como la Trilogía de África, En Mares Salvajes, Corazón de Ulises, El Río de la Luz, Canta Irlanda, Un Verano Chino o Confines, que le convierten en el autor de referencia de la literatura viajera en español. Ha firmado, además, novelas como El Médico de Ifni, La Noche Detenida, Todos los Sueños del Mundo y El Tiempo de los Héroes. Ha publicadodos poemarios: Trazas de Polizón y Poemas africanos.