Hace diez años una gran ilusión recorría el país. Un año antes había surgido un nuevo actor que pretendía incorporar a gente que nunca se había preocupado por la cosa pública o que llevaba años desengañada, de cara a cambiar las cosas. Y con esa ilusión mucha gente sumó sus energías, esperanzas y propuestas a Podemos.

En Navarra se acogió con entusiasmo la posibilidad de que hubiera un cambio de gobierno, tras veinte años de UPN (algunos acompañados por PSN) e importantes recortes en el gasto público. Y esto llevó a que fuera posible el primer gobierno de coalición de nuestra historia. Un gobierno que empezó con una reforma fiscal insuficiente (los capitales y los beneficios empresariales quedaron pendientes), pero que permitió realizar una serie de cambios necesarios. Se pudieron revertir las cocinas públicas al Hospital de Navarra; se devolvieron al funcionariado los recortes efectuados en la anterior legislatura; se bajaron un poco las ratios de las aulas en los centros escolares; hubo una reducción en las listas de espera de salud; se mejoró la atención a la dependencia; se aumentaron los fondos de cooperación al desarrollo, brutalmente recortados años atrás; se mejoraron las prestaciones de la renta básica; se pudo aumentar el parque de vivienda pública. También se lanzó el programa Eskolae para trabajar la igualdad en las aulas; se empezó el largo proceso, que ha culminado recientemente, de ofrecer un servicio público de ambulancias; se empezó a trabajar la memoria histórica…

A pesar de la consabida lentitud de la Administración, Navarra se movía.

Pero Podemos entró en crisis. Los ataques de las cloacas del Estado no facilitaron el buen clima interno ni la aceptación externa y hubo indudablemente errores propios. En Navarra, además, las peleas internas no ayudaron a revalidar la confianza del electorado. Y el partido se fue debilitando sin que desde los órganos de dirección se hicieran cargo de la situación. Así que al gobierno cuatripartito le sucedió otro liderado por el PSN.

No soy de las que piensan que no hay diferencias entre el Partido Socialista y el Partido Popular o UPN. Pero las propuestas de izquierdas se han ido rebajando. Mientras el partido del gobierno defiende en Madrid la subida del gasto militar, aquí necesitamos recursos para mejorar la atención primaria y la salud mental de Osasunbidea. Mientras queda pendiente una subida de la recaudación fiscal de las empresas, se necesitan fondos para que se bajen los ratios en educación, en numerosos casos excesivos para atender adecuadamente y con calidad alumnado. Hay que dotar adecuadamente las partidas necesarias para hacer realidad la Ley de Cambio Climático y Transición Energética. Hay que conseguir que haya viviendas de precios asequibles.

Pero, además, en Navarra la desigualdad ha subido en los últimos años. Ya no somos la orgullosa comunidad menos desigual del Estado. Según el último Informe sobre la pobreza y la desigualdad social en Navarra, del Gobierno de Navarra, el índice de Gini, que mide la desigualdad de las rentas, no para de subir en Navarra desde 2019, colocándonos en 2021 en el décimo puesto de las comunidades autónomas. Y según el Informe Arope de 2024, el crecimiento más elevado de la pobreza entre las comunidades autónomas respecto al año pasado se produce en Navarra, cuyos datos llevan asimismo varios años empeorando.

Así que, desde la izquierda, podemos celebrar esos diez años como el inicio de unos cambios que, en parte, quedaron truncados.

Habría que recuperar aquel espíritu que nos llevó a tener un gobierno realmente progresista, parte de cuyas propuestas se quedaron en el tintero a favor de políticas de tinte más liberal en lo económico (como el apoyo a minas contaminantes y que aportan poco a la economía rural o a infraestructuras que suponen un gran esfuerzo presupuestario y medioambiental a cambio de peores conexiones ferroviarias para las poblaciones navarras). Habría que recuperar esa ilusión y forzar cambios más atrevidos.

Porque, además, a la extrema derecha no se le gana con propuestas tibias. Diez años después hay que volver a ser valientes.

La autora es exparlamentaria foral de Podemos Ahal Dugu