Es raro, hoy me siento optimista. Y no sé por qué. Esta mañana he visto un cuervo parado en la tapia, puede que sea por eso. Porque, lo mejor de la vida, ¿qué es? ¿El amor? ¿La alegría? Han venido mis hijas por navidad y hablando de esto hemos confeccionado la lista de lo bueno. Y ha resultado que las doce mejores cosas de la vida son: la música, pasear, leer libros, dialogar con amigos, soñar con ser alguien mejor, ver ciudades bonitas, hacer el amor, practicar algún deporte, tumbarse en una playa, degustar exquisiteces, hacer crucigramas y ver películas.
No importa el orden. No faltará quien piense algo diferente. Yo mismo hubiera puesto ver nevar antes que hacer deporte. Por otro lado, la existencia real defrauda siempre. Pero no es ella, somos nosotros. Son nuestras desbocadas expectativas, a menudo insensatas, las que provocan la frustración. Aunque, ¿quién puede renunciar a las desbocadas expectativas? Difícil pregunta. Luego la existencia es lo que es. Vulgar y corriente. Mi padre, al final, solo tenía la música y los crucigramas. Y de hecho, siempre ponía el mismo disco. Tenía muchos, pero se quedó con uno. A los cinco minutos, olvidaba que lo había escuchado.
De modo que nunca se cansaba de él. Cada vez le parecía único. Por la misma razón, podía haber hecho el mismo crucigrama un día tras otro. No hace falta que te recuerde que el mundo se está derrumbando. Lo sabes perfectamente. Lleva así más de veinte siglos. Quizá treinta. Va a su ritmo. Pero la vida tiene detalles bonitos, pese a todo. Seguro que hasta tú podrías decir alguno, Lutxo, le digo. Y me dice que lo mejor de la vida son las croquetas. Y yo: ¿A qué hora? Y él: A la del aperitivo. Y yo: ¿Con un vermú? Y él: Por supuesto. Y yo: Me apunto. Así que nos hemos alargado hasta el aperitivo. Por ser nochevieja, supongo. Levanta esa copa, el año que viene será mejor que este, seguro, le digo. Y me suelta: Esperemos que no sea para mal.