PAMPLONA. - Seguro que cuando uno se embarca en el papel del capitán Ahab sabe que no le va a poder dar solo un poco de sí mismo.
-Lo sabía ya antes de meterme en ello, lo intuía, pero nunca llegué a imaginar que me iba a exigir tanto. Porque el capitán Ahab no pide, exige y toma directamente lo que necesita. Estoy haciéndolo desde enero y puedo decir que es el personaje más exigente que he hecho nunca, incluso más que El rey Lear que hice en su momento o lo que fue últimamente Sócrates. Es un personaje brutal que me agota físicamente en cada función, pero a la vez es uno de los más completos y difíciles. Es lógico, a medida que uno cumple años de carrera y de vida tiene que ponerse mayores retos hasta donde pueda.
¿Sigue sintiendo esa pasión, esa ilusión por afrontar nuevos desafíos después de 50 años de carrera?
-Por supuesto. Este año estoy cumpliendo 50 años de carrera, y digo cumpliendo, no celebrando, porque hay mucha gente que lleva 50 años trabajando, pero sí que es un motivo íntimo de satisfacción. Lo más satisfactorio es que, al cabo de todo este tiempo, puedo leer mi currículum y ver que no he hecho ninguna tontería, que he procurado elegir títulos que puedan interesar al público y que siempre he contado con el favor del espectador. Dicho esto, sí que es verdad que lo único que a uno le divierte cuando lleva 50 años en esto y ha tenido montones de experiencias con muchos directores y con muchos personajes es enfrentarse a algo que sea un reto, a no trabajar porque sí. Es decir, si durante 50 años he estado eligiendo cada una de las obras que he hecho casi con pinzas y con un microscopio, porque he dudado mucho y he sopesado pros y contras, pues ahora todavía más. Ahora lo único que me divierte es meterme en aventuras que me permiten hacer grandes personajes que tienen mucho que decirle al público. Como Sócrates, con la que también estuve en Pamplona, y que interpelaba directamente al público y le hablaba de la política de hoy, de la corrupción del Estado...
El capitán Ahab es, sin embargo, bastante distinto a Sócrates.
-Sí, sí, es mucho más introspectivo. Así como Sócrates era un lúcido total, lo que me divierte del capitán Ahab es que paso a todo lo contrario. Ahab es un loco obsesivo, un hombre torturado hasta unos límites increíbles por su sed de venganza, que es uno de los peores sentimientos que puede haber, y que es capaz de arrastrar a toda la tripulación del Pequod a la muerte tan solo para satisfacer sus propias y personales ansias de venganza. Es curioso, hay quien le admira muchísimo y dice que es un hombre capaz de luchar y de enfrentarse a lo peor para lograr sus propósitos y que eso le convierte en un héroe; pero, después de un tiempo de convivir con él, he llegado a la conclusión de que no me gustaría ser él. Lo soy durante hora y media y con eso tengo bastante. Es un personaje bastante negativo, hay que saber dar pasos atrás en ciertas aventuras y si en algún momento hubiera reflexionado, quizá no habría llegado al final al que llega.
Se suele decir que los actores tienen que querer o entender a sus personajes, ¿lo ha logrado con Ahab?
-Le he llegado a entender porque le he tenido que analizar muy bien y en ese proceso he tenido que analizarme a mí también. Esa es una de las grandes ventajas de los actores en cada papel que interpretamos. De ahí a quererle... Como actor le quiero porque me está dando muchas satisfacciones. El espectáculo es un éxito y está dejando a mucha gente muy epatada porque hay quien está descubriendo la novela a través de esta obra. Hay personas que se están sorprendiendo y así me lo dicen cuando me ven después de las funciones; creían que iban a ver una historia de aventuras y, sin embargo, se encuentran con una historia oscura, angustiosa. Claro, es que mucha gente leyó la versión juvenil que solo reflejaba la caza de ballenas, cuando, realmente, Moby Dick es todo un tratado de filosofía. Así que desde el lado del trabajo tengo muchas cosas que agradecerle al capitán Ahab; pero no le amo porque no me gusta lo que hace ni esa forma dictatorial que tiene de relacionarse con la tripulación. Es un tirano con sus hombres. Por todo eso no le amo, por supuesto.
Ha dicho en alguna ocasión que todos los personajes que ha interpretado le han transformado. ¿Qué le está dejando Ahab?
-Pues mucho cansancio físico y psicológico después de cada función (ríe). Me exprime. Es cierto que cada personaje deja un pequeño poso que va conformando tu personalidad, por eso espero que Ahab no deje nada de su parte negativa y que si deja algo, sea lo único que yo vislumbro como un poco positivo, que es su determinación, su capacidad para enfrentarse a aquello que él mismo, aunque no quiera reconocerlo, ve como prácticamente imposible. Esa tenacidad, ese luchar continuamente por superarse. Hay tres intentos de cazar a Moby Dick y en los dos primeros sale absolutamente derrotado, perdiendo miembros de la tripulación, con parte del barco destrozado, y él vuelve otra vez hasta que ella gana. Eso es lo que más me gusta de él y espero quedarme con algo de eso para que me ayude a seguir a partir de ahora después de 50 años de trabajo y de 74 de edad, que, por otro lado, ya son bastantes como para pensar en descansar.
Creo que no es de los que quiere morir sobre las tablas como han manifestado otros de sus compañeros.
-No, no, de ninguna manera, me aterroriza esa frase. Hay compañeros que dicen eso y yo quiero mucho a algunos de ellos, pero estoy en desacuerdo. Yo quiero terminar mis días de manera tranquila en mi casa. Tengo miles de libros de que leer, miles de exposiciones a las que ir, películas que ver... Y lo digo de verdad, no hablo metafóricamente. Ahora soy muy feliz haciendo esta función, y, sobre todo, soy feliz haciendo giras. Es uno de los aspectos de mi trabajo que más me gusta. Si miras mi currículum, verás que todos mis espectáculos han apurado las giras hasta el máximo. He hecho menos de los que han hecho mis compañeros porque algunos han durado hasta tres años. Me gusta mucho ir a Pamplona desde Logroño, y la semana pasada estaba en Sevilla... De todos modos, y como decía, claro que quiero hacer otras cosas. Cuando uno va cumpliendo años, por muy buenas condiciones que tenga, se va planteando que todo tiene su límite. Y, a lo mejor, los últimos años antes de llegar al fin me merezco dedicarme un poco a mí mismo si ya he dedicado 50 al público. Pero, aunque lo he visto publicado por ahí, no estoy anunciando que esta es la última función que hago.
Los clásicos siempre son actuales y parece oportuno hacer Moby Dick en un momento en el que en todo el mundo se están alzando mesías que pretenden llevar al público hasta el abismo con tal de conseguir sus objetivos.
-Sí, sí, sí... No hablemos de nadie en concreto, pero tú y yo sabemos de qué estamos hablando. Por supuesto. Yo hago teatro y elijo las funciones que elijo pensando más en el público cuando sale del teatro que cuando está viendo espectáculo. Me gusta que los espectadores se lo pasen bien, pero que luego se lleven a su casa un montón de motivos de reflexión para los días siguientes. Y pienso que el motivo de reflexión que sale de este Moby Dick es este precisamente: que dios nos proteja de todos esos hombres que se creen salvadores de la humanidad, que deben perseguir y matar a la ballena o a lo que sea para salvar a los que van con él, que en el caso de Ahab es la tripulación de un barco, pero en otros es todo un pueblo que ni siquiera se lo ha pedido. Y son capaces de arrastrar a las personas a guerras, a conflictos, a desgracias... La historia está llena de ejemplos; muchas veces se han generado confrontaciones por motivos muy personales de esos líderes un tanto trastornados o tocados por un mesianismo peligrosísimo. Hoy mismo (por el lunes pasado) estamos viviendo una noticia, la del ganador de las elecciones presidenciales en Brasil, me resisto a aprenderme su nombre. Desde que apareció en público y explicó sus ideas me dije ‘dios mío, cómo es posible’, pero, tristemente, su caso viene a sumarse a otros gobiernos de este tipo que están empezando a verse en Europa. Ojalá Moby Dick sirva de reflexión ante esto que está pasando y que yo ya no sé si es imparable.
La versión de Juan Cavestany, concisa y directa, podría contribuir a que esta historia llegue mucho más al público.
-Juan te lo contaría mejor, pero él dice que ha sido un placer y tormento a la vez. Porque ponerse ante un novelón de más de mil páginas e intentar resumirlo para el encargo de un espectáculo de máximo de hora y media que le hicimos no tuvo que ser fácil. Pero lo ha conseguido. Ha logrado que en esta versión teatral no falte absolutamente de lo que es fundamental en la novela. A veces una sola frase, apenas tres palabras, resumen lo que en el original se cuenta en dos capítulos. También es verdad que tanto la productora (Focus), como el director, Andrés Lima, como yo mismo pedimos a Cavestany que reconstruyera Moby Dick utilizando como eje o, ya que estamos en un barco, como palo mayor al capitán Ahab; que todo girara en torno a este personaje. Y lo ha hecho de maravilla, creo que es una de las mejores versiones de la novela, con el mérito, además, de que muchas de las adaptaciones que se han intentado en los últimos 50 años no han funcionado bien. Le pasó al propio Orson Welles, para el que llevar al teatro esta historia era el sueño de su vida, pero apenas estuvo diez días en cartel en Londres después de estrenar con un reparto extraordinario. La crítica le dio unos palos enormes y el público silbaba en las funciones. Y lo mismo le pasó en Nueva York. Sin embargo, nosotros llevamos representando esta versión con mucho éxito desde enero y todavía le queda año y pico de vida por toda España.
Está claro que acertó.
-Sin duda. Eso demuestra que acertó, y no solo lo hizo en cuanto a la selección de pasajes y a cómo cosió los unos con los otros, que es la labor de todo dramaturgo, sino, además, en el lenguaje. Yo mismo me muero de gusto cada día en escena diciendo en voz alta la maravilla de imágenes poéticas que contiene este texto. Por supuesto que en primer lugar son de Herman Melville, pero traducidas y reelaboradas por Juan suenan con una belleza tremenda. Mira, el otro día estuvimos en Balaguer, que es un pueblo de Lleida donde se habla uno de catalanes más cerrados del mundo, y al final de la función me esperaban unos espectadores para decirme qué gusto les dio oír a alguien hablar tan bien el castellano. Dicho por público como el de allí es de apreciar.
Andrés Lima no le había dirigido hasta ahora.
-Pues no. Habíamos trabajado juntos como actores. Coincidimos durante cuatro años en la serie Policías, donde él hacía de enfermero del servicio sanitario de la comisaría donde yo era el jefe. Y recuerdo que ya entonces estaba empezando con la aventura de la compañía Animalario y me decía que le gustaría que algún día hiciera algo con ellos. Siempre ha habido intentonas y habíamos vuelto a trabajar juntos como actores en La catedral del mar y en la película El reino, pero no en teatro. Hasta que surgió lo de Moby Dick y a los productores les pareció que era el director ideal. Yo creo que Andrés ha concebido un espectáculo sabiendo equilibrar los intereses de un director. Él sabe que es un espectáculo por un lado íntimo, ya que refleja un conflicto muy personal del capitán Ahab y casi podría ser un monólogo, pero Andrés ha sabido conjugar eso no digo ya con la espectacularidad, sino con otra cosa que me gusta más que es la magia. Un escenario a la italiana se convierte durante hora y media en esa caja mágica que debe ser o que era antes el teatro; una caja donde todo es posible, donde la iluminación y la música llevada al extremo, donde las proyecciones de vídeo rodadas expresamente para la función y donde el texto y los actores crean magia. Eso es dificilísimo de conjugar y Andrés ha sabido hacerlo para que el público tenga casi una experiencia sensorial.