S e nota que procede del mundo de la arquitectura de interiores. Durante más de 40 años esa ha sido la ocupación profesional de Javier Alfaro -que firma como Alfaro Javier-, y, consciente o inconscientemente, esa experiencia se intuye en las pinturas y esculturas que exhibe desde ayer en La Fábrica de Gomas, espacio artístico que abrió el pasado mes de octubre en el Soto de Lezkairu (c/ Fuente de la Teja, 12).

En la sala que regentan Olivia Blasco y Alberto García cuelgan cuadros de series como Topos, Cartografías, Planos, Vano, Recintos... Parecidas, pero diferentes entre sí. Como contó Alfaro Javier durante la inauguración de una muestra que ha titulado El último clásico, la pintura surgió en él “de manera natural”, pasando del papel blanco y el lápiz negro al croquis y luego al plano, hasta dar paso a “la rebeldía del color”, que “es como estar tocando la guitarra y de pronto pasarte a una orquesta”. Color junto a la geometría, por supuesto, que le permite insinuar distintos espacios como ventanas, puertas... Entre sus influencias, cuenta que en sus comienzos estuvieron presentes las vanguardias clásicas y los construccionistas, Kandinsky, Mondrian y La Bauhaus, aunque finalmente se reconoció en la abstracción geométrica americana, “en la que el cuadro es autorreferencial” y contiene en sí mismo todo lo que quiere decir, con preferencia por artistas como Frank Stella o, más recientemente, Peter Halley.

En cuanto a la escultura, Alfaro señala que su encuentro con el espacio “es un ejercicio constante. El vacío nos genera sensaciones continuas”, da igual si visitas una capilla románica o percibes la distancia que separa los edificios en una gran ciudad. El vacío es, pues, su principal interés en la práctica de esta disciplina artística en la que “parto de la caja metafísica oteiziana” (Mater Magistra), para poner en práctica “la acción de maclar”. En el mundo de los minerales, macla se define como la asociación simétrica de cristales idénticos. La simetría puede ser especular, de manera que los elementos giran en 60, 90, 120 o 180 grados en torno a un eje. A partir de esta idea, el artista vacía cubos -construidos en latón o en inoxidable- y genera vacíos y los macla, de modo que “hay unidad dentro de la pluralidad y pluralidad dentro de la unidad”. Pero “lo más importante” es que el espectador puede “activar la escultura”; ya no se limita a rodearla, sino que puede manipularla y hacerla suya. “Es como pasa con la información en el mundo en el que vivimos; ya no la recibimos, sino que la elegimos y la dominamos”.

en un mundo de hologramas En cuanto al título de la exposición, el creador indica que no quiere erigirse en clásico en ningún caso, sino que pretende ser “una reclamación para que la abstracción geométrica se considere ya clásica, por un lado, y, por otro, porque en un mundo marcado por las nuevas tecnologías, “que nos va a deparar cambios drásticos en el mundo del arte”, con hologramas flotando en nuestros salones o imágenes de alta definición en pantallas, “yo me enmarco en el mundo de los clásicos”, acaso “como el último en llegar”.