berlín - La Berlinale arrancó la segunda semana de la lucha por los Osos sumergida en dos pueblos zombis de Canadá y de Turquía, aunque cedió el protagonismo mediático de la jornada a Christian Bale y su Vice, presente en Berlín como invitado fuera de competición.

Répertoire des villes disparues, del canadiense Denis Côte, y Kiz Kardesler -A tale of three sisters-, del turco Emin Alper, colocaron al festival ante dos filmes donde el denominador común es la desolación y falta de perspectivas en el mundo rural, remoto y despoblado.

“Vivir entre muertos es acabar moviéndose como ellos”, explicó el realizador canadiense, ganador en 2013 del premio Alfred Bauer, erigido en memoria del fundador del festival berlinés, con Vic + Flo ont vu un ours.

Su pueblo zombi es Irénee-les-Nieges, una de las muchas poblaciones prácticamente deshabitadas que se reparten entre el paisaje nevado, inmenso e infinito, de la región de Québec. Quedan ahí apenas 215 resistentes, una población menguante que de pronto parece agrandada por la presencia de unas cuentas siluetas inquietantes, sus muertos vivientes.

No son zombis buscadores de sangre humana ni amenazantes, sino una compañía hasta mimética que comparte espacio con los habitantes, a los que la alcaldesa (Simone Smallwood) trata de convencer de quedarse ahí, tal vez porque ese pueblo es su parcela de poder.

El mimetismo con los zombis deriva en lo clónico en las almas más atormentadas, mientras el hermano de un joven que acaba de morir, Jimmy (Robert Naylor), traumatizado por esa pérdida como lo que queda de su familia, mira hacia Quebec.

A las nieves quebequesas siguieron las de Anatolia, en un pueblo asimismo perdido al final de una carretera encrespada, entre montañas, rocas y pedregales, sin zombis explícitos, sino con seres vivos que se mueren por salir de ahí, en ese caso hacia Ankara.

Alper sitúa ahí su cuento sobre sus tres hermanas, una metáfora de la imposibilidad de liberarse de la Turquía arcaica donde crecieron. Por tres veces envía un padre viudo a sus hijas -Reyhan, de 20 años, Nurham, de 16, y Havva, de 13- a trabajar a la ciudad, en la casa del protector y a la vez cacique feudal de la zona.

Las tres regresarán a la montaña poco después por circunstancias diversas -incluido un embarazo-; ahí se quedarán con la bolsa de viaje preparada, anhelando la siguiente oportunidad. Si el canadiense regresó a la Berlinale con un filme algo oscuro, en contraste con la nieve, y salpicado por escenas rodadas en 16 mm, su colega turco cautivó con un cuento que deja al espectador mecerse, a pesar de los agrestes pedregales que mantienen secuestradas a las tres hermanas.

Pero la Berlinale necesitaba un rostro mediático para este lunes y Bale acudió dispuesto a cumplir ese cometido, relajado y liberado de la caracterización que le convierte en Dick Cheney en el filme dirigido por Adam McKay. Vice (El vicio del poder) es el único largometraje estadounidense incluido en la sección oficial de la Berlinale, un festival más bien volcado al cine europeo o asiático, con vocación de explorar en lo periférico.

El filme de McKay llegó a la capital alemana en medio de la gira promocional europea de esta firme aspirante a los Óscar -entre ellos, los correspondientes a mejor película, mejor director y mejor acto-. “Mi película refleja cincuenta años de hacer política de una forma determinada”, explicó el director respecto a su recreación de quien escaló posiciones bajo Richard Nixon y Ronald Reagan, hasta llegar a la vicepresidencia con George W. Bush en la Casa Blanca.

Recién llegado de Londres, donde anoche asistió a la gala de los Bafta, el camaleónico Bale admitió que empieza a no ser tan fácil para él engordar o adelgazar según requiera su personaje: “Mi cuerpo grita ya pidiendo ayuda: si sigues así, morirás”. - Efe