Son todos muy jóvenes. Algunos, unos críos. Ni siquiera han llegado, todavía, al Conservatorio Superior. Y, sin embargo, ya empiezan a volar. Se organizan en diversas formaciones orquestales, así se arropan y protegen; progresan juntos. Pero, algunos, ya vuelan solos con una sorprendente habilidad; incluso, sobre acantilados de partituras rocosas y muy comprometidas. Hablamos del Conservatorio Profesional de Música Pablo Sarasate, y del concierto que arropó a dos figuras solistas y sobresalientes -violín y piano-; y a unos conjuntos que son principio fundamental de las posteriores y grandes orquestas. Asier Zabalza Larreta les ha preparado: trabajando mucho -en estas músicas no hay otra manera de hacer las cosas-; muchísimo en el caso de Shostakovich, con tramos francamente hermosos. Los alumnos intérpretes, disciplinadamente, se meten en su compás, matemáticamente marcado y sin devaneos manuales ni postureos: aquí prima la seguridad. Y arrancan -(solo la orquesta de cuerda)- con un rondando marchoso de Rutter y un Meyer con solo de concertino y todo.

“La importancia de llamarse Mario”: parafraseo a Oscar Wilde, porque da la casualidad de que los dos brillantes solistas de la tarde se llaman Mario. Con la orquesta ya al completo, y, después de una contundente polonesa del Onegin de Tchaikovsky, siempre muy agradecida; Mario Gutiérrez Gorría (17 años, alumno de Belén Sáenz) aborda el allegro del Concierto para violín y orquesta K. 218 de Mozart. Estupenda afinación, limpia, las notas en su sitio, y bien tomado el tempo, de fraseo disfrutado. Se le ve seguro, y hasta diría que se siente cómodo en el proscenio. Se recrea en la larga cadencia, un poco más romántica; y el volumen sonoro del violín llega muy bien a toda la sala. A Mario Calvo Martínez (14 años, alumno de Fermín Bernechea) lo hemos seguido un poco más, desde su último recital de piano. Hoy se atreve con el Concierto para piano y orquesta número 2 en Fa mayor de Shistakovich. Y, a fe, que le va ese virtuosismo endiablado del ruso. El allegro se toma a tempo, tanto en el piano como en la orquesta; ésta va a responder estupendamente a las esquinadas entradas continuas en diálogo con el pianista. Calvo evoluciona por el teclado con pasmosa seguridad. El andante viene marcado por un bonito sonido de la cuerda que introduce el movimiento. Y, de nuevo, el allegro final (quizás un poco más rotundo el “atacca”) de nuevo deslumbrante. Mario Calvo -salvando las oceánicas distancias- nos ha recordado a muchos a Sokolov, tanto en el futuro que le espera (ojalá), como en su presencia escénica: un tanto taciturno y propinero. Y es que, sin despeinarse, sin alardes -como en toda su intervención-, dio tres propinas: Debussy (Pour le piano); y dos obras de Chopin (mazurca y preludio). El auditorio Remacha de la Ciudad de la Música, se abarrotó. Los compañeros arroparon a los intérpretes. Ambiente muy expectante y cálido. Como de gran fiesta musical. Esto anima mucho.