un profesor, un director o una directora, un/a autor/a, un/a compañero/a de estudios, un/a colega, un familiar, un desconocido. Todos, algunos, otros... Las lecciones a veces se aprenden en los lugares más insospechados y siempre, siempre implican tener los oídos bien atentos y la reflexión preparada para centrifugar conceptos y sacar conclusiones propias. Un año más, hoy se celebra el Día Mundial del Teatro y, en su mensaje, el dramaturgo, director de escena y profesor cubano Carlos Celdrán habla de sus maestros. “Muchos de ellos no son conocidos o apenas se les recuerda: trabajaron desde el silencio, desde la humildad de sus salones de ensayo y de sus salas de espectadores y, lentamente, tras años de trabajo y logros extraordinarios, fueron dejando su sitio y desaparecieron”, dice. De sus maestros/as hablan en estas páginas seis profesionales navarros que se han consagrado a esta disciplina artística que es profesión y es vida.

Arantxa Aranguren

ENT, Narros, Querejeta...

“Mis maestros fueron, sin duda, los que me enseñaron a entender mi profesión”, afirma la actriz pamplonesa Arantxa Aranguren, y cita a la Escuela Navarra de Teatro. “Pertenezco a la primera promoción y me permitió creer en mí, creer que yo podía ir a Madrid y prepararme para cumplir mi sueño, ser actriz”, dice. Ya en Madrid, otro maestro, William Layton. Y más: “Miguel Narros fue quien me dio mi primera oportunidad profesional y casi diez años de trabajo; era un maravilloso director de actores”. También Arnold Taraborrelli, “que educó mi instrumento, el cuerpo, y me hizo soñar con la creación de mundos fantásticos”. En cuanto al lenguaje audiovisual, Aranguren habla de Mariano Barroso y Gracia Querejeta, “con los que hice mis primeros cursos”. En la última época ha descubierto a Moreno Bernardi, “profesor en el Institut del Teatre, director, coreógrafo y creador con el que he abierto nuevos caminos”. No olvida, tampoco, a “mis mayores”, de los que “me empapaba y aprendía en el escenario”, casos de Berta Riaza, Lola Cardona, Julieta Serrano, Helio Pedregal, Fernando Sansegundo, Concha Velasco...

De todo lo aprendido, sigue apostando por una serie de prácticas. La primera, la de la preparación permanente, “tanto física como mental”, del cuerpo, la voz y la mente. A ello le ayuda “muchísimo el yoga” y, por supuesto, realiza cursos frecuentemente. También realiza un “análisis exhaustivo” de los textos en los que trabaja, “estudiando y comprendiendo las razones de los personajes para poder hacerlos tuyos”. Además, el “aquí y ahora” es una máxima en la vida y en el oficio. “Las cosas solo pasan una vez y en un instante -una prueba, una oportunidad, una función, una secuencia- y tienes que estar preparada y dispuesta a jugártela en cada momento”. Por último, escuchar a tus compañeros, “no trabajar sola, sino con el otro”. Y las tablas y la edad le han enseñado que esta es una profesión “vocacional” sometida a la intermitencia y a la desprotección, así que “lo mejor que se puede hacer es seguir trabajándote a ti misma cada día y estar lista para cuando surja lo siguiente”, pero, sobre todo, “hay que creer en una misma”, afirma la intérprete, que a finales de mes iniciará los ensayos de La viuda valenciana, montaje que se estrenará en el Festival de Almagro, y en mayo rodará un cortometraje de Ignacio Oliva. También estrenará dos películas esta primavera: El doble más quince, de Mikel Rueda, y El silencio de la ciudad blanca, de Daniel Calparsoro.

David Elorz

Exploración y aprendizaje

David Elorz también se formó en el Laboratorio William Layton, donde conoció “a los que considero mis grandes maestros”: José Carlos Plaza, Miguel Narros, José Pedro Carrión y Begoña Valle, que “supieron transmitirme la pasión por el teatro”. Y le enseñaron que esto va de “trabajo constante, exploración y continuo aprendizaje”, y de “tener siempre las antenas desplegadas”, de “olvidarme de los resultados”, de “estar siempre en proceso creativo” y de “vivir como un ser orgánico encima de un escenario, con verdad y honestidad”. “Hace poco leí un proverbio africano que decía ‘si quieres ir rápido, camina solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado”, añade el actor, que considera que en este oficio es mejor ir “en compañía con respeto y humildad”. También Uta Hagen dice algo con lo que coincide: “Para ella una interpretación debe adaptarse sobre la marcha a lo que suceda en escena, a la identidad de los otros actores, a la respuesta del público y al aquí y al ahora”. La lección más valiosa que ha aprendido es que “no es lo mismo hacer que algo parezca verdad a hacerlo de verdad”. Y que hay que “huir de los convencionalismos y no aceptar la estafa”. “Me refiero a ser honesto con tu trabajo, contigo mismo y sobre todo con el público; nunca subestimes al público”, insiste Elorz, que el sábado pasado estrenó Obscena en La Encina Teatro. Se trata de un texto de Antonio Escribano que, precisamente, habla de un maestro de teatro, de un actor que se enfrenta a la pérdida de memoria a causa del alzhéimer. “Un maravilloso viaje que transitará acompañado por su psiquiatra y por personajes de Shakespeare”, agrega el pamplonés, que se despide con una frase de Layton: “Para mí el teatro es experimentación, colaboración, interpretación, búsqueda de un concepto. No investigar, sino jugar, experimentar, probar cosas de acuerdo con la realidad artística que se está creando”.

Txori García Uriz

Ángel Sagüés

“Entiendo como maestra a la persona que no solo te ofrece conocimientos o herramientas para afrontar un trabajo, sino a la que ha supuesto algo más en tu experiencia teatral y/o vital”, asevera Txori García Uriz. Por eso, aunque la ENT “ha sido mi casa de formación”, a quien considera “indudablemente” su “principal maestro” es a Ángel Sagüés. “Sin él no estaría haciendo teatro ahora”, dice, y también cita a Becky Siegel en cuanto a danza e improvisación coreográfica. Sagüés “porque me inició en esto, por el amor al oficio que me transmitió, por el tiempo continuado en el que trabajé con él y por la conexión sobre todo en La Ortiga TDS”, compañía en la que se plasmó la “idea de un teatro socialmente comprometido”. García Uriz menciona también a Mercedes Castaño, Emi Ecay, José Lainez, José Padilla o Alfredo Sanzol: “Ellas/os han ido aportando y llenando de herramientas y experiencias mi mochila teatral”. Hay una cita de Pepe Isbert que recuerda como una declaración de intenciones: “En la profesión de actor hay que ser humilde, hay que ser paciente y tener ilusión. Y lo más importante: una vez has subido al escenario, tienes que impedir sea como sea que te bajen de él”. Por lo demás, tiende a ser “curioso y permeable” y a fijarse mucho en actores y actrices -de cine o teatro- con los que disfruta, empapándose “de algún trabajo suyo”.

Con unos cuantos años ya de experiencia a las espaldas, el actor apuesta por poner “energía y pasión siempre, en el teatro y en todo” y por “creer en uno mismo, siendo riguroso” y huyendo de la zona de confort. “Habrá veces que un director no ayude o no apriete lo conveniente; entonces debes ser autoexigente por el bien de tu trabajo y por respeto al público”, afirma. Asimismo, en su caso ha comprobado que para sobrevivir únicamente del escenario “ayuda ser versátil, es decir, cantar, bailar, interpretar y, a poder ser, hacer malabares y alguna que otra acrobacia, física y metafórica”. El intérprete está “ilusionado” con su nueva faceta como cantante de La Tribu Obembe, sigue con funciones de Amico, Amico on the beach, El fantástico parque de Martina -en euskera- y La Prueba, y en breve estrenará dos piezas de danza con Kon Moción: Maneras de ver, con personas con discapacidad visual, y Tempus in templo, a partir de música sacra con la Coral de Cámara de Navarra.

Leire Ruiz

Una técnica de base

La actriz navarra empezó con Miguel Munárriz y Marta Juániz, “con los que aprendí muchísimo”, y continuó en el Laboratorio William Layton, con maestros como Begoña Valle, Paco Vidal, Mar Díez, Arnold Taraborrelli, José Carlos Plaza... “Fue una época de transformación para mí”, dice. En Layton aprendió “a mirar la vida con otros ojos”. “Desarrollé la imaginación y trabajé en la creación de personajes orgánicos; aprendí a escuchar y a trabajar de verdad y una técnica que me ha servido de base para todos mis trabajos”, señala actriz, que sigue aprendiendo cada día junto a compañeras/os y directores/as. “Mi primer trabajo con Carme Portaceli fue haciendo La casa de Bernarda Alba, así que imagínate; su energía y su manera de concebir los espectáculos me fascina”. Y de Maiken Beitia destaca su experiencia y su energía. “Primero una cosa, después la otra, Leire’, me dice siempre, yo que tiendo a amontonarme un poco”. De Alfredo Sanzol “aprendí a divertirme; ‘no lo pienses, ¡hazlo!, nos decía”. De José Padilla se queda con el “trabajo exhaustivo del texto”, y de la compañía Inextremis, con “el trabajo en equipo”. En la última función que ha estrenado, Erlaun-tza, la ha dirigido Mireia Gabilondo, “que siempre nos dice ‘no deis las cosas por hecho, descubrirlas por primera vez’. Para mí esa es la clave”, continúa, convencida de que el teatro es “un oficio de resistencia, de apasionarte con cada proyecto, de querer contar historias que transformen y de convertir lo ordinario de la vida en extraordinario”. Y es que siendo una ocupación inestable, insegura y económicamente “un poco deprimente”, hay que “sentir verdadera pasión para no quedarte en el camino”. Ahora mismo, Ruiz gira con Erlauntza/El enjambre, tiene pendiente otra función de La Prueba, ha grabado un par de capítulos de Allí abajo y sigue de profesora en la Escuela Work in Progress de Madrid. En octubre estrenará Deje su mensaje después de la señal, “una historia preciosa sobre cuatro mujeres que dirige Fernando Bernués”.

Alfredo Sanzol

En diez ideas

“Mi madre por llevarme a verlo. Ignacio Aranguren y Maite Pascual por meterme en él. Tadeusz Kantor por enseñarme el abismo. Christoph Marthaler por unir belleza y humor. Samuel Beckett por la síntesis y lo infinito. Gerardo Vera por el espacio y la confianza. Steven Berkoff por la tragedia punk. Ricardo Bartís por la fantasía y lo cotidiano. Andrés Lima por la alegría y el riesgo. John Cleese y Shakespeare por la furia y la ternura. Y muchos amigos y maestros a los que siempre tengo en mente, esto es solo el 0,0001%, me da vergüenza poner unos nombre y no todos”, enumera Alfredo Sanzol. El autor y director de escena está “muy contento” porque mañana estrena en el Teatro de la Zarzuela su primera obra de teatro musical, El Barberillo de Lavapiés. Luego empezará a escribir una obra para mayo de 2020. “Yo tenía la certeza de la parodia como modo de dar forma y así desenmascarar a las fuerzas opresivas de realidad. A partir de ahí he aprendido de todos los intentos de dar forma a lo desconocido en muchos ámbitos”, cuenta. No recuerda las fuentes “de lo poco que sé”, y se le mezclan con “las conclusiones a las que va llegando”, pero si piensa en diez ideas diría: “1. Cuenta una historia, como quieras, pero cuenta una historia. 2. El tiempo y el espacio existen, aunque no sean medibles. 3. Pensamiento-emoción-acción-pensamiento-emoción... 4. Desvelamos paradojas. Somos inútiles si señalamos certezas. 5. Una historia son cambios para bien o para mal según la visión de la realidad y el objetivo de un personaje. 6. El teatro es todo lo que pasa en el teatro, no solo en el escenario. 7. Un personaje tiene una esperanza y para conseguirla determina objetivos. 8. La comedia tiene sus cimientos en los esfuerzos del hombre para dejar el amor en un segundo plano. La tragedia tiene sus cimientos en los esfuerzos del hombre para dejar la humildad en un segundo plano. 9. Para crear un espacio vacío hace falta llenar sus límites con muchas cosas. 10. El acto de imitar es creativo cuando asume el riesgo de la individualidad”. Y si tiene que concretar una lección valiosa: “Siempre necesitaré el apoyo de mucha gente a mi alrededor para poder ir por mi cuenta”.

Mikele Urroz

Eres lo que haces

La actriz navarra cita entre sus maestros a Mariano Gracia, Chelo García, María José Sarrate, a la compañía Grumelot y a Pablo Messiez, con el que ahora investiga Las Canciones, que se estrenará en el Teatro Pavón en septiembre. A punto de comenzar el rodaje de la serie Patria (HBO), recuerda lo aprendido: “Mariano y Chelo me enseñaron técnica, herramienta esencial para poder ejercer mi oficio con mi instrumento; que es mi cuerpo, mi imaginación, mis emociones, mi voz y mi palabra. Iñigo, Carlota, Javi y por aquel entonces Jose, de Grumelot, me enseñaron una forma de estar en el mundo, una actitud ante el trabajo y ante la vida en nuestra profesión. Mariajo y Pablo me enseñaron a actuar desde la pregunta y desde el abismo”. En estos momentos piensa que la máxima ‘actuar desde lo que no sabes’ es un buen punto de partida, y defiende que la noción de equipo “es lo que sostiene el trabajo y los cuidados”; que los vínculos con el texto, con los materiales escénicos, con los compañeros y con el público “son los que hacen posible el acto escénico”, y que la realidad o la ficción “se construyen mediante la acción. Eres lo que haces”.