pamplona - Lola Herrera (Valladolid, 1935) lleva interpretando el texto de Miguel Delibes de manera interminente desde hace 40 años. Siempre con dirección de Josefina Molina. Hoy y mañana vuelve al Teatro Gayarre con este monólogo que contiene una sociedad entera.

Se metió en la piel de Carmen Sotillo por primera vez en 1979 y la ha interpretado en innumerables ocasiones; ahora, 40 años después, la retoma una vez más. ¿Qué permanece de aquella primera Menchu y qué ha ido cambiando en las sucesivas puestas en escena?

-Queda la esencia de Carmen. Hemos llegado a la esencia total del personaje. Ante el conocimiento y reconocimiento, el distanciamiento y el acercamiento una y otra vez, se abre un abanico de posibilidades, de sensaciones que el tiempo te va aclarando. Yo diría que esta es una Carmen más potente en cuanto a su fuerza interna. El personaje, como es lógico, tiene que pasar por mí y ella y yo ya nos conocemos muy bien, así que lo que sale es una Carmen más pura, con los adornos mínimos, totalmente destilada. Al menos es lo que yo siento y lo que también me está transmitiendo el público.

Aceptó el papel que antes habían rechazado varias actrices, pero al principio sintió cierta resistencia hacia él, como si no consiguiera conectar con esta mujer.

-Claro. Ella es mayor que yo, pero ambas somos de una época parecida y yo conocía esa España, aunque no a mujeres como Carmen. Yo me crié en una familia en la que se dialogaba, en la que a las cosas se las llamaba por su nombre y en la que no teníamos nada, pero tampoco la necesidad de conseguir cosas, aceptábamos lo que teníamos y lo disfrutábamos. Así que me costaba mucho entender ese mundo de quiero y no puedo de Carmen. Mi madre no exigía nada a mi padre en ese sentido, estaban contentos con lo que tenían y con lo que pensaban conseguir en el futuro. Por eso inicialmente esta mujer que se quejaba tanto me provoca cierto rechazo, pero luego la he ido entendiendo porque he podido meterme en su mundo. Ella viene de una sociedad que también era la mía, en la que la mujer no tenía derecho absolutamente a nada. Ahí nos encontramos.

Las palabras con las que se expresa a veces no lo parece, porque es educada, pero son tremendas.

-Eso es. También tuve un desencuentro inicial con el lenguaje en el que se expresa, que es amplísimo y que yo no acababa de comprender, pero que he hecho mío también. Es que el texto de Delibes tiene muchas trastiendas maravillosas. A través de él se traza toda la época política, religiosa, afectiva, amorosa. Este monólogo es un clásico y contiene toda una sociedad.

Es que quizá a veces nos consideramos, todavía hoy, mujeres muy modernas y resulta que aun acumulamos siglos de legado educativo, social y cultural y en algunas ocasiones nos sorprendemos con gestos o comportamientos que no nos alejan tanto de Carmen.

-Por eso con el tiempo he aprendido a ser solidaria con Carmen. Primero porque soy mujer y tengo que ser solidaria con las mujeres, pero también porque de lo que se trata es de entender. Pertenecemos al grupo de las que nos ha costado mucho todo. Hoy en día estamos acostumbrados a que cada uno se queje de su parcela o de su problema, yo soy de quejarme poco y de batallar lo más posible. De hacer y de cambiar lo que creo que no está bien. Así que, aunque al principio había mucha distancia entre nosotras dos, por ejemplo respecto al mundo de la familia y de las relaciones de pareja, el tiempo nos ha ido acercando. Yo he sido su portavoz y al mismo tiempo arrimé el ascua a mi sardina porque las dos somos mujeres. Este monólogo es un grito de todas las mujeres y Menchu está gritando por muchas cosas y está llorando por ella misma. Ha vivido en un mundo sin amor y sin derechos.

Alfredo Pérez Rubalcaba dijo una vez que este país “se entierra muy bien”, que al morir todo el mundo parece bueno. Con Mario pasa eso, que muchos le consideran un santo, porque es cierto que ayudó a mucha gente, pero de puertas hacia dentro...

-Claro. Ayudó a muchos, pero a la que tenía más cerca no. A esa mujer, a Carmen, podía haberla ayudado en algo, a que su mente se ampliase, a que comprendiera ciertas cosas... Él tenía una buenísima relación con su cuñada porque estaba iniciada en un mundo más liberal, con necesidad de cambiar las cosas y de ayudar al que pensaba distinto, pero Carmen venía de otro sitio, de unos padres que la educaron como la educaron. Y para ella eran los mejores. Fíjate que habla de su mamá como lo más importante de su vida, y no se da cuenta de que le había destrozado la cabeza con esas ideas.

Qué importante es la educación.

-Es fundamental. También importa mucho el lugar en el que naces y la sociedad que te toca vivir, que es la que manda, y si no hay derechos para las mujeres... Eso es lo más gordo, pero luego está lo más cercano, que es la familia, que si propicia ese quiero y no puedo, ese tengo que tener porque si no no soy, pues provoca que, como Carmen, te sientas vacía si no posees cosas.

Este montaje, como el resto de Cinco horas con Mario que ha interpretado, está dirigido por Josefina Molina, una figura relevante en la carrera de Lola Herrera.

-Ha sido importantísima. Nos hemos entendido muy bien. Quizá porque somos mujeres de una época hemos sido capaces de interpretar el texto de Delibes desde lo que sentimos nosotras. Siempre que retomamos el texto lo hemos trabajado. La obra es la misma, pero siempre hemos investigado en sus profundidades. Yo las trabajo cada día. Carmen me coge de la mano y me lleva por ahí a dar vueltas (ríe).

Molina también la dirigió en Función de noche, película que compartió con su exmarido, Daniel Dicenta, y que, precisamente, discurre en su camerino después de una representación de Cinco horas con Mario.

-Sí. De alguna manera, de una cosa salió la otra. Salió el mundo de otra mujer y de otro hombre. Fue un residuo de todo lo que estábamos viviendo.

Se expusieron mucho.

-Mira, cuando tienes necesidad de gritar, gritas. Lo de la exposición es lo de menos. Cuando dicen que fui valiente, no estoy de acuerdo. Existía una necesidad, no tiene más valor que ese. Para mí Función de noche fue un alivio muy grande, un desahogo que es impagable, porque mi vida cambió muchísimo a partir de ese momento. Estamos hablando todavía de ella y se hizo en 1981...

¿Por qué es importante retomar el monólogo de Carmen Sotillo en un momento como el actual en el que el movimiento feminista parece haber resurgido con fuerza?

-Ha resurgido, sí, pero en la sociedad se está escuchando cada cosa... Es que lo nuestro es muy endeble. Hay que cavar unos cimientos bien cavados como si fuéramos a construir un rascacielos hasta el infinito, porque cualquier cosa puede derribar nuestros derechos. Ahí está la historia, que nos lo enseña. No podemos dar ni medio paso atrás en lo que vamos consiguiendo, sería como perder años, años y años. En ese sentido, Carmen nos enseña una parte de nuestra historia más reciente, pero no hay que olvidar que las cármenes siguen existiendo. Esa insastifacción por tener cosas sigue ahí. Igual ahora hay algunas mujeres que no quieren un seiscientos, pero sí un fueraborda o un viaje a Honolulu para las vacaciones. Y las no cármenes, que creo que somos la mayoría, hemos dado pasos de gigante y no podemos perderlos. Ni un centímetro. Y lo que suena por ahí no suena muy bien, y no solo en nuestro país, también en Europa y en América. Hay que estar muy en alerta, en la caseta de vigilancia de guardia.

Esta obra también habla de nuestra historia reciente, de cómo se criaron los hombres y mujeres de la posguerra, y sería bueno que la vieran los jóvenes.

-Y está viniendo mucho público joven a verla. Cuando la repusimos en 2016 con motivo del 50º aniversario de la edición de la novela la hicimos poco porque yo estaba ensayando La velocidad del otoño, con la que estuve año y medio, pero luego la hemos retomado y durante la gira siempre intentamos hacer hueco para que vengan estudiantes de instituto que están leyendo el libro de Delibes en clase. Pero aparte de ellos, están viniendo muchos jóvenes entre veintitantos y cuarenta y pocos. Y en general las funciones están abarrotadas. Cuando la estrenamos en 1979, la democracia estaba muy reciente y el público no acababa de celebrar el humor, negro, de retranca castellana, y hoy sí, hoy se celebra todo. La gente sale muy satisfecha.

De nuevo de gira, se habrá recorrido España unas cuantas veces ya.

-Sí, para mí las giras siempre han sido muy importantes. Todo lo que he estrenado en Madrid lo he sacado de gira. El teatro a domicilio es fundamental, no puede quedarse solo en las grandes capitales. Siempre he hecho giras muy grandes, igual que otros compañeros.

Pero no se va a despedir de los escenarios con Carmen Sotillo.

-No, no. Tengo un proyecto del que no quiero hablar porque haré Carmen Sotillo hasta mayo de 2020. Lo que viene después es muy apetecible y espero que me dé tiempo a hacerlo. Prefiero no hablar mucho de proyectos porque tengo muchos años y voy pasito a pasito.

¿Es un proyecto de teatro?

-Teatro, teatro. Es el amor de mi vida (ríe). El directo no se parece a nada, para mí es fundamental.