Desde la concesión del Premio Príncipe de Viana de la Cultura, la Coral de Cámara de Pamplona está que no para. Un año jubiloso para todos. En el concierto que nos ocupa, que la Coral extienda sus pentagramas al puro sinfonismo es, sin duda, un regalo -que no deja de ser envenenado- para su director Gálvez. Salió airoso al frente de una formación orquestal, también de cámara, que, en general, imprimió aire mozartiano a la versión de la Sinfonía 29 del salzsburgués; siempre mucho más complicado de lo que parece. Gálvez hace un allegro muy medido, cuidando que todo entre en el compás; que la cosa se asegure. El andante es muy suelto; pero, a al vez, el sonido tiene morbidez. La acústica de la sala favorece un volumen envolvente. La entrada del minueto es más claro en la repetición; muy bien el tempo. Y el allegro con spirito -para mí el mejor en carácter- tuvo fuerza expresiva, con unos pianos súbitos muy bellos, velocidad adecuada a los intérpretes, y alegría.

Del Mozart sinfónico al sinfónico coral: Las Letanías a la Virgen. Se agradece su programación. Se escuchan muy poco. Es una obra exigente en cuanto que debe combinar el carácter fluido de la repetición -ora pro nobis-, con la continua variación de protagonistas: el que recita y el que contesta. No confía Mozart la contestación siempre al coro, a modo de pueblo. La versión tuvo un carácter tendiendo, más a la gran sonoridad que al recogimiento. El coro se desenvolvió bien; solventando algunos pasajes duros como el Refugium pecatorum, y logrando texturas muy bellas, por ejemplo en Regina Angelorum. La voz de la soprano Marta Huarte me sigue pareciendo muy interesante: tiene volumen que maneja con prudencia, se lució en algunos agudos -Regina apostolorum-, y, sobre todo, demostró homogeneidad y facultades en el Pecata mundi del Agnus, donde Mozart la lleva a extremos de graves y agudos de gran aria de ópera. La mezzo Mayer tiene un timbre oscuro hermoso, pero quedó algo tapada en volumen. Bellos dúos con el tenor. Este -David Echeverría- sigue luciendo un timbre bonito, solucionó su papel, empareja bien en dúo con el bajo, pero las agilidades del Regina profetarum me parecieron un poco externas al contexto y al fraseo; a mi juicio, el ornamento nunca debe olvidarse de su frase principal. El bajo Iosu Yeregui queda bien en dúo con el tenor. El Consolatis, por ejemplo.

En medio de estos comprometidos bloques mozartianos, se intercaló el Ave Regina Coelorum de Haydn. Creo que esto, con perdón de Haydn, alargó, indebidamente la velada. Su protagonista, la soprano Isabel Señas, luce una voz blanca, de timbre apropiado para oratorio, limpia arriba y exacta en las vocalizaciones, las domina, aunque, también, en algún tramo parecen querer independizarse del tema, en vez de matizarlo o auparlo. El coro, sin problemas. Gálvez -que dirige todo de memoria- bisó el Miserere final, disculpándose de una mala entrada que dio a sus músicos. No nos dimos cuenta nadie.