pamplona - El día en que le concedieron el premio hablamos de su paso por el departamento de Cultura del Gobierno foral y citó la Ley de Bibliotecas y la creación de la Fundación Oteiza como dos grandes satisfacciones, ¿qué espinas se le quedaron clavadas de ese período?

-Pues varias, y es lógico en cualquier trabajo que uno hace a gusto y con espíritu exigente. A mí las autocomplacencias no me han gustado nunca, quizá porque siempre me he exigido mucho. Como decía Machado, ‘hacer bien las cosas importa más que hacerlas’. En ese aspecto, en el departamento de Cultura hice lo que pude, pero cualquiera que ha trabajado en la Administración estará de acuerdo conmigo, y es que, para un responsable, el corsé administrativo y laboral puede ser sofocante.

¿A qué se refiere?

-La mayor parte del funcionariado trabaja estupendamente. Yo he sido funcionario docente toda mi vida y me parece maravilloso y entiendo que ese estatus tiene que ser así para que no esté al albur de los vaivenes políticos, pero, claro, en determinados trabajos y mucho más en departamentos como el de Cultura, debería haber más flexibilidad. La Administración es muy rígida y no puede premiar suficientemente al que mejor trabaja. Para mí esta fue una espina, y no menor. ¿En qué medida se compensa a alguien que está trabajando muy bien? Y me refiero a un bibliotecario o a un técnico de actividades culturales, por ejemplo. ¿Por qué tiene que ganar lo mismo que otro que hace un trabajo aseado, pero sin más entusiasmo?

¿Cómo les compensaba usted?

-Pues en cuanto salían cursos de formación de personal intentaba que pudieran hacerlos estas personas que ponían todo su empeño en el trabajo. Este tipo de situaciones se daban y reconozco que quizá haya sido injusto y haya caído en la tentación de dar el trabajo al que mejor trabajaba, con lo cual trabajaba aun más. A cualquier directivo que ha trabajado en la Administración le habrá pasado esto.

En su época se dio un importante impulso a las casas de cultura.

-Así es. Yo comprendo que en determinadas poblaciones pequeñas no hay suficiente masa crítica para organizar ciertos servicios, aunque en el caso de Navarra hay bibliotecas, centros culturales y otras dotaciones que, según las leyes nacionales, no tendrían derecho a eso. Y en ese sentido me parece estupendo que nuestra autonomía legal nos lo permita y que haya muchas localidades pequeñas con esos servicios. Sin embargo, a pesar del esfuerzo, sigue habiendo lugares a los que no se llega. Pero, claro, esto va unido a otra sensación que tengo, que también podría calificarse de espina, y es que en materia cultural percibí entonces y más con el paso de los años, una falta de sensibilidad para la actividad mancomunada.

¿En qué sentido?

-La sociedad civil navarra ha sido pionera, prácticamente desde el siglo XIX, en organizarse en forma de cooperativas. Y ese ejemplo de espíritu solidario, de unirse gentes muy distintas, no se da en algunos aspectos de la cultura. Es como si estuviéramos tan satisfechos que lo queremos todo aquí y ahora, en la puerta de casa. Y no puede ser. Supongo que hoy hay ciertas zonas de la comunidad que se siguen quejando, en algunos casos con mucha razón y en otros, con menos, precisamente porque esas poblaciones no están empapadas de ese espíritu mancomunado que fíjate que hoy está surgiendo en algunos campos como el de los enterramientos. No quiero decir con esto que haya sobreoferta cultural, nunca es suficiente, pero si uno compara en general las dotaciones culturales que hay en Navarra con las que hay en otras comunidades, veremos que estamos muy por encima de la media. Lo que pasa es cuando uno vive una situación excepcional con normalidad, no la valora.

Sus cargos en el departamento, tanto como jefe de Acción Cultural, como director general de Cultura, fueron de designación directa. ¿Hasta qué punto se sintió atado por el partido político que le nombró?

-No me sentí demasiado atado, más bien lo contrario. Nunca he movido un dedo para llegar a ningún cargo, la vida me ha puesto en esas situaciones. Lo que sí he hecho es mover el culo para implicarme con ganas en todo lo que hecho, especialmente como profesor. Entré en el departamento de Cultura en 1991 porque me llamó Javier Zubiaur, que entonces iba a ser el director general con UPN. Habíamos coincidido en dos cursos en Filosofía y Letras en la Universidad de Navarra y me dijo que le gustaría que entrara en su equipo como responsable de Actividades Culturales, que entonces se encargaba de todas las publicaciones, de las bibliotecas y de la formación y la difusión cultural (casas de cultura, Festivales de Navarra, formación, etcétera). Le dije que sí y hablamos con el consejero Marcotegui, que me conocía porque habíamos sido profesores en el Instituto de Ermitagaña. Él nos reunió con Carlos Idoate, que iba a ser el director de Patrimonio, y me gustó que nos dijera que la cultura consiste en sembrar para recoger más tarde. En ese aspecto, tanto el consejero como en mi caso particular Javier Zubiaur nos dio una gran autonomía y una gran confianza, de tal forma que la mayor parte de cuestiones que planteaba salían adelante. Así hasta que acabó la legislatura.

Cuando pensaba que su paso por la Administración se acababa, pero no.

-De hecho, cuando iba a entrar el nuevo gobierno tripartito, con Javier Otano de presidente, yo ya me había despedido de todos los técnicos con los que trabajaba cuando Zubiaur me dijo que el nuevo consejero de Cultura, Pedro Burillo, quería hablar conmigo. Pensé que era un hombre elegante que quería despedirse en persona, pero nada más recibirme me dijo que quería que yo fuera el director general de Cultura. Creo que le pregunté si era broma o algo así, porque, aunque yo nunca he militado en ningún partido, había trabajado con el Gobierno anterior, de UPN. Pero no le importó. Y me gustó que, al igual que Marcotegui, me dijera que la cultura era cuestión de tiempo y que le gustaba que anteriormente hubiera sabido trabajar sin sectarismo. Claro, yo tenía que consultarlo con la familia. Mi mujer era catedrática de Literatura, como yo, y daba clases en el instituto, las hijas eran adolescentes o empezaban la universidad, la situación era complicada, pero me apoyaron, como siempre. Sin la colaboración de mujer no habría podido hacer muchas de las cosas que he hecho. Como curiosidad, también se lo consulté a Javier Marcotegui y me dijo que aceptara sin dudar.

Aquella legislatura duró un año.

-Pero tengo que decir que con Pedro Burillo me sentí tan a gusto o más que con Javier Marcotegui, precisamente por la confianza que me otorgó desde el primer momento. La experiencia fue estupenda, pero, en efecto, efímera. Sé que Pedro lo pasó muy mal cuando salió todo el tema de la cuenta suiza y demás. Nos despedimos, me agradeció mi trabajo y una de las primera felicitaciones que me llegaron cuando me concedieron el Premio Príncipe de Viana fue suya.

Y una segunda despedida en falso...

-Recuerdo que había vuelto a despedirme del equipo y estaba en casa cuando me llamó Javier Marcotegui para ver si quería seguir siendo director general de Cultura. Esa vez dudé más porque siempre tuve claro que mi paso por la Administración iba a ser transitorio porque no aspiraba a hacer carrera administrativa y mucho menos política. Además, no quería desvincularme de la educación. Lo hablé con él, y volvió a darme confianza. Trabajé con él muy a gusto.

El final no fue tan agradable.

-Y los medios se hicieron eco. Me enteré por mi sucesor (Juan Ramón Corpas) de que no iba a seguir en el departamento de Cultura, cuando mi consejero me había asegurado aquel mismo verano que sí iba a seguir. Aquella situación con Jesús Laguna fue abrupta y la despedida no fue de caballeros. Recuerdo que el entonces presidente del Gobierno de Navarra, Miguel Sanz, me llamó por teléfono para decirme que no le habían gustado mucho unas declaraciones que yo había hecho en las que no me quejaba tanto de salir de la Administración como de la forma en la que se había producido, que no me parecía elegante. Y Miguel Sanz me vino a decir que creía que de los 28 directores generales yo había sido el mejor, pero que, claro, no era político. Y le dije que para mí ese era el mejor elogio que había hecho de mi trabajo en todos aquellos años. Y le comenté que si en lugar de atender a lo público, que es lo que realmente significa esa palabra, entendía que ‘político’ era ser sectario y atender solo a los de una cuerda determinada, en efecto yo no era político. Yo nunca discriminé a nadie, a todo el mundo lo traté igual, y eso sí que me causó algún disgusto, porque había gente que esperaba un trato especial por ser de determinadas siglas políticas. Eso lo decían a mis espaldas, claro.

La independencia se paga.

-Y la pagué, pero creo que para bien. Después lo he comentado muchas veces con los amigos y sobre todo con mi mujer, y es que si hubiera seguido en el departamento otra legislatura más, probablemente habría acabado sofocado. Aquella salida me permitió reencontrarme con más pasión que nunca con mi vocación educativa y, sobre todo, desarrollar esa actividad cultural desde otro ámbito, a pie de obra. Y desplegar esa inquietud social que he tenido desde pequeño y que me ha permitido hacer un montón de cosas desde 1999. He colaborado con muchas entidades, he descubierto la Sociedad Navarra de Geriatría y Gerontología, en la que estoy implicado hasta las cachas, y he podido reencontrarme con eso que decía mi padre, ‘no olvides de dónde has salido’. No me quiero poner trascendente, pero el componente esencial de la dicha personal es la solidaridad con los demás.

Nombre. Tomás Yerro Villanueva (Lerín, 1950).

Familia. Tiene tres hermanos varones. Está casado con María José Vela Pons, catedrática de Lengua y Literatura, con dos hijas, Irene y Ana, y cinco nietos.

Trayectoria. Se licenció en Filología Románica por la UN. En 1984 obtuvo la cátedra de Lengua y Literatura, ejerciendo la docencia en la UN, UNED e institutos de Pamplona, Alsasua y Tafalla. En 1991 fue nombrado jefe de Actividades Culturales del Gobierno foral, donde entre 1995 y 1999 fue director general de Cultura. Regresó a sus cátedras de la Universidad y del IES Plaza de la Cruz.

Publicaciones. Es autor de numerosos ensayos, comenzando por Aspectos técnicos y estructurales de la novela española actual (1975), y siguiendo por títulos como Río Arga, revista poética navarra: Estudio y antología (1988), Escritores navarros actuales. Antología (1990-1991), Nuevos modos de arte de narrar (1998), entre muchos otros. Dirigió las revistas Ítaca y Río Arga.

La educación. Para Yerro, en un mundo en el que, como ya anticipaba Fernando Lázaro Carreter, se excluyen las Humanidades del sistema educativo, y en el que el progreso técnico es frenético, “los profesores son más necesarios que nunca”.