las teles de nuestras diarias fatigas han vivido tiempos agitados de información, propaganda y presión política en un proceso de múltiples actores, historias y búsquedas ansiosas de acertar en el modo de comunicar mensajes, productos y contenidos que conformen la Opinión Pública, decisiva a la hora de votar o de consumir series, concursos o realities de baja gama, pero que suman cifras millonarias de audiencia con atractivos paneles publicitarios que atraen golosas moscas consumidoras de productos variopintos y variados.

La tele ha vivido momentos estresados por la necesidad de cubrir la información de precampaña y campaña electoral en un vértigo de ataques furibundos, descalificaciones sin fin y lamentables espectáculos mediáticos; los reyes de la pista política circense no acaban de manejar el poder comunicativo de las televisiones.

El tradicional espectáculo de los debates sigue siendo punto clave de la dinámica electoral, que este año ha tenido pelea barriobajera por decidir dónde se hacía, cómo se hacía y cuándo se hacía, en un ejercicio de pequeñez comunicativa, que los electorales probablemente habrán castigado. Y en paralelo con esta frenética actividad mediática/política hemos tenido el espectacular y millonario salto desde helicóptero a las aguas caribeñas de una cantante venida a menos y rescatada por la tele en un desesperado esfuerzo por sacar leche de una ubre casi seca.

Imagen en paralelo de una artista brincando al pacifico mar mientras los candidatos se arrojaban enloquecidos a desnortada dialéctica y aparatosa confrontación. Todos ellos unidos en un empeño común de conquistar y asegurar el condumio del poderoso caballero del poder y del dinero. Son las cosas de una sociedad antes mediática que democrática.