pamplona - Víctor Manuel San José Sánchez forma parte indiscutible del esqueleto de la música popular estatal. Algunas de sus canciones se han ganado a pulso figurar en el indeleble imaginario popular. Con más de 50 años de carrera a sus espaldas, su nueva colección de temas, marca de la casa, es sobresaliente.

Casi nada está en su sitio es el título de su nuevo álbum, pero al escucharlo uno tiene la sensación de que musicalmente todo está en su sitio y en cuanto a las letras, Víctor Manuel deja muchas cosas en su sitio.

-Cuando digo que casi nada está en su sitio me refiero al mundo exterior, a esa sensación que uno tiene de estar absolutamente súper informado con las verdades y también con las mentiras que se publican. Esa sensación de que te llevan con un gancho por la barbilla con la tecnología y la obsolescencia programada que te obliga a cambiar el teléfono cada dos años. Me refiero a ese mundo descoyuntado donde el país más poderoso está dirigido por un señor muy estrambótico que, además, tiene capacidad de contagio con muchos otros lugares. A esas sensaciones me refiero cuando digo que casi nada está en su sitio.

Aunque haya pasado una década sin editar material nuevo, a sus 71 años se ha encontrado con un abrazo enorme de las musas, que le llevaron casi a componer compulsivamente. ¿Es algo que ocurre a los creadores, en el sentido de que, a cierta edad, les empieza a entrar la prisa por querer dar todo lo que tienen dentro?

-Seguramente hay algo de eso, de entregar las últimas cosas. La realidad es que tuve que ponerme freno a mí mismo y decir: bueno, ya no escribo más canciones, paro y algún día haré más. Fue una sensación que yo no había experimentado nunca, ni de joven siquiera; en aquellos años escribía las canciones del disco y quizá alguna más, pero una fiebre tan fuerte como la de esta vez no me había dado nunca. La verdad es que lo más me gusta en la vida es componer canciones, así que viví ese mes y medio en éxtasis permanente porque salían una detrás de otra.

Apunta que cuando utiliza la palabra España no la arroja contra nadie (Digo España). Da que pensar, sin embargo, que si algo ha quedado claro en la última campaña electoral es que precisamente la palabra España se ha convertido para varios partidos en un arma arrojadiza.

-La campaña que acabamos de padecer no ha sido de las más ejemplares que uno haya visto. Nunca había visto insultarse con tanta saña, decir tantas falsedades, y eso me causa mucha perplejidad, ¡cómo se puede jugar con esos materiales tan inflamables! Pero parece que la gente no se ha contagiado y va de una manera más templada por la vida, y finalmente vota más racionalmente frente a esa especie de amenaza de diluvio universal que tenía programada algunos partidos. A mí nunca se me ha caído la palabra España de la boca, la gente de izquierdas siempre ha sido renuente, habla con circunloquios, habla de este país... da vueltas para no decir la palabra. Yo ya la he cantado en varias ocasiones, una de ellas hace 37 años con España camisa blanca de mi esperanza, que escribí para Ana. Aquella era una canción que venía de la oscuridad, del blanco y negro e iba hacia la luz, hacia un país mejor, como efectivamente así ha sido, porque tenemos un país mucho mejor que antes. Pero ahora las circunstancias son radicalmente diferentes. En este Digo España relato mi visión de lo que pienso que es este país mío, pero al mismo tiempo es una especie de abrazo a la gente que no piensa como yo, a los que invito y conmino a sentarse en una mesa a conversar en lugar de tirarse España a la cabeza.

Visto como está la sociedad, ¿queda lugar para el optimismo que refleja en la canción Que vengan todos?

-Yo creo que hay espacio para eso. Si hubieseis conocido a la mujer a la que está dedicada lo entenderíais. Porque era la persona más vital y maravillosa, una amiga de Ana y mía, colombiana, que tenía como grito de guerra vénganse todos, y a través del cual nos convocaba. Su casa siempre estaba abierta y llena de gente, en la que lo mismo te encontrabas a un premio Nobel bailando con una chica que pasaba por la calle, como a otras personas anónimas. Esa era mi querida Aseneth Velasques. Hace poco más de un año celebramos el 15º aniversario de su muerte, y fuimos a Bogotá para hacer un funeral como ella quería, con rumba, con ballenatos, cantando y bebiendo toda la noche. Pocos días después me fui a Cartagena de Indias, y seguía acordándome de ella... Andando por la calle se me ocurrió la canción, que es algo que hago mucho, silbo o canto un trozo, la meto en las notas de voz del teléfono hasta que vuelvo sobre ella y la acabo.

La crítica y el público dicen que con este disco ha vuelto el mejor Víctor Manuel, ¿qué opina usted?

-Es un halago espléndido. Cuando llevas tanto tiempo piensas que la gente te tiene amortizado: ya sabemos que este sabe hacerlo y tampoco le damos más bola (risas). También es que en los últimos 10 años no había sacado disco de creación, pero sí, ha tenido muy buenas críticas y alguna revista lo ha elegido como uno de los mejores álbumes del año. Que te digan eso después de una trayectoria tan larga, y del desgaste de los materiales que se produce cuando ya has pasado de las 500 canciones, es algo que te encanta.

Musicalmente la industria y el país han cambiado mucho. ¿Vuelve a ser tiempo de cantautores, aunque ahora sus canciones cuenten con un acompañamiento musical de lujo, en la época del trap y de OT?

-Sí, hay muchos cantautores sólidos y extraordinarios, pero creo que ninguno hubiera sido seleccionado para OT, con toda seguridad. En el sentido de que en OT pasan otras cosas, y de repente aparecen voces tan espléndidas como Amaia. Pero ahí les enseñan a algo que ya casi no existe, a ser cantante de orquesta, y a que interpretes igual una pieza brasileña, un freejazz o un soul. Los cantautores sobreviven como pueden, porque todo está muy mal y si hay mucha precariedad laboral, en la música ya no te quiero ni contar. Y después notas una tremenda injusticia con determinados cantautores; no escucharás en ninguna radio a Jorge Drexler, alguien que acaba de ganar tres Grammy. Creo que se sigue tratando injustamente a los cantautores, y no hablo de los que llevamos toda la vida, que tenemos nuestro sitio y de vez en cuando se ocupan de ti, sino de esa gente que está intentando salir y tiene unas dificultades tremendas para sacar la cabeza.

Hace 50 años, allá por 1969, consiguió sus primeros números uno y además ganó el III Festival de Villancicos Nuevos de Pamplona, con En el portalín de piedra. ¿Cómo y qué recuerda de aquel año y de su paso por Iruña?

-Fíjate cómo eran los festivales entonces... Yo ya estaba sonando en la radio, con El abuelo Vítor o la Romería, y recibí una llamada de la compañía en la que textualmente me preguntaron si quería ganar el concurso de villancicos nuevos de Pamplona. Respondí que sí y me entró tanta euforia que me puse y en un hora había salido la canción. Tengo un recuerdo maravilloso de ese festival, que lo organizaba la cadena de radio de la iglesia. La canción destacaba sobre las demás porque era un villancico muy real, de carne y hueso. Fue uno de los alegrones maravillosos que me llevé en el 69. Y, muchos años después, me hizo una ilusión tremenda saber que Amaia, en una de esas pausas de OT, cantó el villancico. Se ve que le procuraron la letra sacada de internet porque decía unas cosas que tenían poco que ver con la realidad; pero cantó, cantó la canción y me hizo muchísima ilusión.

Supongo que a estas alturas de carrera, hacer hueco a las nuevas canciones se torna casi misión imposible. ¿Cómo ha preparado el espectáculo de esta gira, porque, además, algunos temas nuevos cuentan con vientos y una buena colección de guitarras eléctricas?

-Llevamos dos guitarras, ya que es un disco muy guitarrero porque así lo decidió el productor, que rellenan bastante bien todo. Y he hecho lo de siempre, tratar de meter canciones muy conocidas y algunas de este disco. Por primera vez, abro y cierro el concierto con dos canciones nuevas, algo que no había hecho nunca. Abro Allá arriba, al norte, que va unida con La Romería, con 50 años de diferencia entre ellas. Y, antes de los bises, cierro con Digo España. Y las dos nuevas la verdad es que funcionan tan bien como El abuelo Vítor o Solo pienso en ti. Todos los que nos dedicamos a hacer conciertos somos conscientes de que la gente quiere escuchar, sobre todo, las canciones que ya conocen. Pero yo, al comienzo del concierto digo: voy a cantar todo lo que ustedes quieran pero déjenme cantar a mí lo que yo quiera también.

Volviendo al disco. En No están preguntando Víctor Manuel se presenta con un registro de voz casi desconocido en su carrera, ¿qué le ha llevado a arriesgar, a atreverse?

-Trato de salir de la zona de confort y de hacer algo que no sé hacer y tratar de aprenderlo en el trayecto. Y esta es una canción muy especial, que yo quiero mucho. En la presentación que hago de ella cuento la peripecia de la gente que trata de subir de África para entrar en el primer mundo, y les comparo con nosotros, cuando los años 60 o 70 nos íbamos con una maletita a Alemania, a Francia o Suiza para hacer exactamente lo mismo que quieren hacer ellos, conseguir algo de dinero y mandarlo a casa. Es una canción muy dura porque ellos lo hacen en circunstancias radicalmente diferentes, ya que nosotros íbamos en autobús o en tren y ellos tiene un mar en medio que se los traga a miles cada año. Me costó mucho trabajo cantarla pero, al final, creo que ha quedado bien.

El disco termina con He cortado estas flores, todo un alegato de memoria histórica, un recuerdo a los enterrados en fosas comunes. ¿Pasan los años pero todavía nos queda mucho por hacer en este sentido, sin hablar de “gentes con mala entraña”, como dice en la canción, simplemente por justicia y reparación?

-Sí, justicia. Es increíble que a estas alturas, este país que ha hecho tantas cosas bien, no haya sido capaz de cerrar esa herida, que está abierta innecesariamente. Es muy duro que la gente que vive ese circunstancia esté siendo insultada permanente y gratuitamente por una parte de la clase política. En mis memorias, Antes de que sea tarde, decía por qué no el Estado no le dice a los padres de Marta del Castillo que no la van a buscar más, por que no, porque eso no se le puede decir a nadie. Pues bien, sí se lo dicen a la gente que tiene 80 años o que se va a morir en tres telediarios y aspira a recuperar el cuerpo de un padre al que vio salir de casa una mañana, sintió unos tiros cerca, y ya nunca más volvió el padre. Se atreven con esa gente, que está indefensa. Esto lo tenia que haber solucionado el Partido Socialista cuando tenía mayorías, pero tampoco había demanda social en ese momento. Puedo hablar por experiencia propia, ya que mi padre, que tiene a su padre en una fosa común en el cementerio de Oviedo, vivió tan acojonado que nunca levantó una voz más alta que otra. Pero después de los padres vienen los nietos, y estos ya no tienen miedo, viven en libertad y creen que pueden reclamar algo que es de justicia. Y por eso esto se ha movido tanto en los últimos años.

“Ganamos el futuro con la palabra”, apunta también este canción pero, ¿parece que no basta no ha bastado con ganarlo de esa manera?

-No, parece que claro que no basta con tener razón, hay que conseguir imponerla políticamente, que se haga justicia con las cosas. Y ahí perdemos siempre porque no hay poder suficiente para mover los hilos necesarios para que determinadas cosas de esta sociedad se transformen, como merece todo el mundo, no solo una parte del país. Y así estamos, dando vueltas a la misma historia permanentemente. Es una historia muy cansina porque es el eterno retorno a algo que debía estar solucionado hace muchos años.