‘latinos’

Intérpretes: María Bayo, soprano; Ensemble In&Out, formado por Anne Gabrielle La, violonchelo; Melaníe Bregant, acordeón; Thomas Zimmermann, clarinete; Thierry Ravassard, piano y dirección. Programa: obras de Guastavino, Villa-Lobos, Ernani Braga / Ives Prin. Lecuona y Piazzolla. Programación: ciclo de Baluarte. Lugar: sala principal. Fecha: 11 de mayo de 2019. Público: casi tres cuartos (36, 26, 17 euros). Incidencias: se usó una discreta amplificación con los bafles hacia los instrumentistas.

Es un recital que se sale de lo corriente. Un programa muy compacto y bien preparado, que ofrece las novedades rítmicas del continente sudamericano revestidas de unas armonizaciones que exaltan su belleza, pero nunca lastran, con retórica impostación, el origen popular de sus temas. Las armonizaciones nunca son espesas, dejan un entorno esclarecido a los textos. María Bayo hace un recital muy implicada en las situaciones emocionales de las obras; domina muy bien las dos dinámicas extremas de este tipo de música: las canciones lentas, tenidas, muy sentimentales, adquieren un peso admirable, de redondez vocal y carnosidad amatoria; las canciones más pizpiretas, rítmicas y entrecortadas, se dicen con soltura, claridad y gracia, también con volumen vocal, para que no se pierdan esos requiebros. No nos podemos detener en cada una, pero hubo momentos de expectación, por ejemplo, en la que, en una zona grave de tesitura, se crea una atmósfera como de Vudú. O las preciosos temas de Lecuona, con textos de la reivindicativa Juana de Ibarburu -Quiero ser hombre y hartarme de luna, de sombra y silencio?- es de los más bellos. O los bien cuadrados, rítmicamente en tango, de Piazzolla. María Bayo, -la experiencia cuenta mucho- se ha rodeado, con muy bien criterio de entorno sonoro, de un ensemble magnífico. Es todo un hallazgo tímbrico el orgánico -o sea, el conjunto de instrumentos- que se ha elegido para la ocasión: junto a un muy bien asentado campo de graves -violonchelo, clarinete bajo, botonadura grave del acordeón, mano izquierda del piano- surge la voz de la soprano -siempre mandando, con la palabra cantada como centro-, y subrayando el juego del teclado agudo, el clarinete convencional y el acordeón, que, en algunas intervenciones, milagrosamente sostenidas en pianísimo tenido, inventaba un sonido etéreo. Una base orquestal sólida y clara; sin avasallar nunca a la soprano; y sin quitar protagonismo a la complicada sencillez, de estas partituras, sacadas de tan cerca del corazón y vida de la gente, y cuyo mayor mérito interpretativo es, precisamente, expresar lo que no está en las notas. Golpes rotundos y cortos para acompañar el tango; intervenciones solistas impecables: violonchelo, de vuelo muy cantábile; clarinete, con escalas repentinas; acordeón con sus apuntes de nostalgias; y el piano, como fondo del acompañamiento, y, también como protagonista (piano solo) en los cantos populares de Guastavino, que abrieron la velada.

Se planteó el concierto como una velada íntima, con la sala en completa oscuridad, centrando una luz cálida en el escenario. Pero esa intimidad pretendida, tuvo la desventaja de hurtar al oyente el orden de las canciones, muy bien distribuidas por bloques de autores. De ahí que los aplausos fueran dispersos y no siempre oportunos. En fin, es lo de menos. Lo importante fue imbuirse es el bloque de músicas poco conocidas, pero muy cercanas, y emocionarse.