una inmensa ola de dolor contenido e indignación furiosa barre los despachos de los responsables musicales de la radio televisión nacional, que asistieron una vez más estupefactos al espectáculo denigrante de la valoración ninguneante de su muchacho eurovisivo, que se ha quedado en el furgón de cola de la clasificación, que ni los jurados nacionales ni el televoto fueron capaces de salvarlo del indigno puesto 22, que es casi como el del más torpe del pelotón de los torpes. Una vez más ante un fracaso de semejante dimensión han asomado en la palestras mediáticas, argumentos y descalificaciones de los negros episodios de la leyenda negra y otras chorradas del abrasivo mundo de la envidia judeomasónica y la animadversión hacia la pasión hispana. En la noche del pasado sábado, asistimos a una nueva edición del recuperado festival de la UER, que debe de medir sus espectaculares puestas en escena porque de seguir en el ejercicio circense de más difícil cada vez corren el riesgo de perecer de éxito, de acabar en el bucle eterno del manierismo agotador. Los patrones de la tele pública israelí echaron la casa por la ventana, produciendo y poniendo en escena recursos millonarios de luz, sonido, escenario, bailes y demás artilugios para ofrecer una imagen de promoción turística, que contrataron nada menos que a la reina del pop, Madonna, que se embolsó un millón largo de euros por desafinar y montar una coreografía en principio excelente, pero inválida, decreciente y seca. Y además, la cantante se pasó en el descontrol de las desafinaciones que mancharon una actuación que poco aportó en la noche del musical europeo. El año que viene toman el relevo los Países Bajos, y por estos pagos volverán a vendernos un/a cantante, que no convencerá al personal y volveremos a echar la culpa a los masones. Jodida envidia que nos tienen, me cuenta un vecino de Milagro, apasionado seguidor de Eurovisión y los valores patrios.