Un inconmensurable Matthew Ball, como Romeo, y una celestial Yasmine Naghdi, como Julieta, ponían fin, el pasado martes, desde la Royal Opera House de Londres, a las magníficas retransmisiones de ópera y ballet, en directo, a través del cine. Ciertamente uno quisiera estar en la sala -nada hay como la experiencia viva de asistir al acontecimiento in situ-, pero, para los que no nos lo podemos permitir, estas retransmisiones son una verdadera delicia. Nos ponen al día de lo mejor que se hace en los grandes teatros, y nos dan acceso a estrenos (Marnie, L’Amour de Loin, por ejemplo, en el Met, o Mix Ballet, en Londres), que, de otra manera, ni nos enteraríamos: el resto de medios de comunicación, apenas informan; y, si uno quiere saber por dónde va la ópera y el ballet, hay que ver los montajes enteros. Así que, en primer lugar, muchísimas gracias a esta empresa privada que sigue la iniciativa, que empezó, en Pamplona, en los Itaroa y Carlos III, -todavía con deficiencias de retransmisión-, y que ha llegado a una calidad extraordinaria; con una atención por parte del personal encargado de las salas, francamente exquisita (en La Morea, hasta sirven un aperitivo en los intermedios). El resultado es la buena acogida del público. En los Baiona se han llegado a agotar las entradas en algunas producciones. Y en la Morea, se va animando la gente: aquí está la dificultad añadida del horario inglés (7,30 para ellos, 8,30 para nosotros), y la falta de transporte a las altas horas de finalizar.

Se que hay detractores de las retransmisiones. Mortier, por ejemplo, estaba en contra porque decía que toda ciudad debería tener su teatro de ópera estable (una utopía, tanto en realización como en contratación de los mejores). Y la queja del gran crítico Norman Lebrecht, sobre la excesiva iluminación de la sala para las retransmisiones, se ha subsanado bastante, con las nuevas tecnologías. Otra pega que puede ponerse es que, quizás, nos estemos acostumbrando al volumen distorsionado -por excesivo- de las voces; pero, en el buen aficionado, no hay peligro, cada espacio tiene su sonoridad. Tampoco los diálogos del cine pueden equipararse a los del teatro en directo, y este no queda rebajado. Así que, repito las gracias; es impagable poder comentar entre los amantes del género, la evolución de las primerísimas figuras de la ópera o el ballet. Y, por lo que respecta a las retransmisiones de esta temporada, hasta hemos podido comparar una Valquiria entre el Metropolitan y la Royal Opera House -(aún en un altísimo nivel de ambas, creo que ganó el Metropolitan)-.

Otra faceta de la que se ocupa el cine es la de los reportajes sobre pintura, arquitectura y pintura. A mi juicio, y aunque no he asistido a todos los documentales, hay más diversidad de calidad. Pero la iniciativa, igualmente, es magnífica. Y tiene éxito. Recuerdo aquel dron enseñándonos las pinturas de la cúpula de la catedral de Florencia, donde no llegan los ojos; o el descubrimiento del magnífico museo de Turín -poco conocido-. Por el contrario, en el reportaje sobre Caravaggio, vimos más un señor paseándose de aquí para allá, que su pintura. Pero, en general, son espléndidos.

ELOGIO DE LOS GOLEM Para los que tenemos cierta edad, los Golem son una institución cultural de primer orden. Cuando hace quince o veinte años -o más- se terminaba la temporada de conciertos, conferencias, etc, en Pamplona, desde junio a octubre no había absolutamente nada. Parafraseando la famosa película: “Siempre nos quedará Golem-Verano”, decíamos; entonces, única posibilidad de ver el cine que, en parte, hoy sirve la Filmoteca. Contra viento y marea, Golem sigue arriesgando, con todas las iniciativas señaladas. Aunque es una empresa privada, creo que se merecen el Premio Príncipe de Viana de la Cultura.